INTOLERANCIA
No crea el lector que voy a hablar del clásico de D.W.
Griffith, aunque el momento que vivimos bien pudiera integrar otro de esos
nefastos episodios de la condición humana retratados en la película. Quiero
llamar la atención sobre esa ‘alerta
antifascista’ decretada contra Vox por el líder de Podemos a la que
prontamente se han sumado el radicalizado partido socialista y los actuales tontos
útiles de la izquierda (de lo cual entiendo un poco, pues no en vano
pertenecí a tal categoría largo tiempo), o sea, los cabecillas del partido
Ciudadanos, empezando por los exquisitos afrancesados y terminando por nuestros
rurales apaletados.
Tachan éstos a Vox de partido fascista, populista o de
extrema derecha. Pese a la ambigua e imprecisa definición de los dos últimos
términos y a sus diferencias, la doctrina coincide en aceptar la identificación
de ambos con el fascismo. Valga la síntesis que en tal sentido recoge Haro
Tecglen en su Diccionario Político. Por tanto, hablamos de
totalitarismo. Es decir, la izquierda –con sus tontos compañeros de viaje-
califica a Vox como partido totalitario.
Señala la teoría política que los totalitarismos de corte populista tienen, entre sus características definitorias, una que
destaca sobre las demás –y da nombre al movimiento- y es el papel preponderante en la acción política de las
masas movilizadas, una categoría política
llamada ‘pueblo’ -o, yo diría, ‘la gente’, ¿les suena?-, en abierta relación antagónica frente al ‘no-pueblo’,
constituido éste por la burguesía y la oligarquía –la casta, ¿les suena?-. En
tales sistemas, es consecuencia natural la desaparición de las diferencias
entre los espacios públicos y privados, entre el Estado y la sociedad civil; y,
paralelamente, los conflictos de intereses privados son gestionados bajo una
lógica corporativista. Llegándose así a la negación del individuo. Como señala Walter Theimer, el antiindividualismo es la base de todos los sistemas
totalitarios. Sólo hay entidades colectivas, abstracciones: no existe el ser
individual, y por consiguiente no tiene derecho alguno…
Recientemente hemos disfrutado de la ocasión de ser
testigos de una magnífica lección magistral impartida al respecto por la
vicepresidenta Carmen Calvo, para algo es profesora titular de Universidad (que
no catedrática, como generosamente le atribuyen sus palmeros, y ella jamás
corrige): la actriz Carmen Maura se quejó con chispa de que la progre ideología
de género estaba coartando la libertad de las mujeres. La respuesta de la Calvo
es todo un compendio de lo que acabamos de exponer: “Lo importante es el colectivo”, sentenció. Pues eso.
También Theimer, en su Historia
de las ideas políticas, destaca que en
el ideario –o más exactamente en su falta- estos sistemas criminalizan al
adversario. Ninguna otra opinión es ya
respetable, afirma,…el totalitarismo fomenta la intolerancia y el fanatismo.
La política deviene en él una demonología, la lucha de los ángeles contra los
diablos.
A ver si les suenan al lector estas palabras:
“El tiempo dirá si merecía la pena pactar con el
demonio…”; pues sí, en efecto, son las palabras de Susana Díaz
refiriéndose al pacto con Vox. Otra
magnífica clase práctica magistral sobre la naturaleza del totalitarismo. Lo que vengo a afirmar es que en los tiempos
actuales, desaparecidos el fascismo y el
nazismo, reducido su apoyo social a una insignificante minoría, sin presencia
en los medios de comunicación y sin posibilidad real alguna de participación en
las instituciones políticas, la única
amenaza totalitaria que pervive es la que encarna el comunismo (IU/PCE), los populismos izquierdistas de corte
comunista (Podemos y sus confluencias) y un
importante sector del PSOE, largocaballerista,
hoy en el poder. Sin embargo, salvo en
países como Alemania, ninguna alarma se
decreta contra estos enemigos de la libertad, como
muy bien se encargó de señalar, entre otros, Martin Amis en su obra Koba el temible: La risa y los Veinte Millones.
Por el contrario, paradójicamente, -y esto es lo que, a
mi juicio, resulta alarmante y
preocupante- estos neototalitarios se
arrogan la potestad de definir la naturaleza ideológica de sus adversarios. Se arrogan cínicamente la potestad de calificar a éstos
como partidos fuera del sistema democrático; sin que en esa calificación exista
el más mínimo análisis objetivo ni, por supuesto, sin que su juicio conlleve la
exposición o la remisión a un canon de referencia respecto al cual pueda
afirmarse o concluirse su eventual heterodoxia. Por supuesto que no lo hacen,
porque quedarían en evidencia. Más bien, lo
que sucede es que esos partidos –ahora Vox,
como antes lo fue el PP- son
estigmatizados por desacreditar los dogmas de la izquierda: los federalismos nacionalistas, la ideología de género,
el multiculturalismo, la ideología LGTB, etc., esenciados de colectivismo e
impregnados de totalitarismo. Eso, sin más, es lo constituye su herejía.Y no
sólo eso, estos seudodemócratas, como efecto inherente a lo anterior, se atribuyen asimismo la potestad de poner líneas
rojas, cordones sanitarios, en el punto del espectro político-ideológico que
conviene a su particular concepción de la sociedad y a sus intereses, sobre
todo a éstos. Colocando el estigma, la
marca de Caín, a los señalados por su dedo. Demonizando
ante la sociedad, como advertía el humanista
profesor Theimer, a sus adversarios. En suma, negando el derecho al pluralismo político y a la participación política
no sólo a estos partidos y a sus afiliados sino también a sus potenciales
votantes.Esta es la democracia de la izquierda que nos toca padecer, y la de sus
voceros y tontos útiles –afrancesados y
apaletados-, sin que –salvo eximias excepciones- nadie en el rebaño se atreva a
levantar la voz contra este injusto estado de cosas.
http://idolosyllanto.blogspot.com/2019/01/intolerancia.html
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