Los peligros de traficar con España
- La llegada de Sánchez a La Moncloa está plagada de incógnitas y riesgos a causa del velo de opacidad que encubre las promesas que haya hecho a los partidos que han desalojado a Mariano Rajoy.
Gobernar para contentar a todo el entramado de partidos «Frankenstein» que apoyaron a Sánchez, y hacerlo además con un PP mayoritario, pero herido en su orgullo e incapaz de calibrar aún la magnitud de su shock, obligará a Sánchez a un ejercicio de contorsionismo imposible. Con todo, el secretismo de su baza para contentar al independentismo a cambio de comprar sus votos es la más inquietante de las incógnitas a las que ahora se enfrenta España.
Los peligros de traficar con España
- La llegada de Sánchez a La Moncloa está plagada de incógnitas y riesgos a causa del velo de opacidad que encubre las promesas que haya hecho a los partidos que han desalojado a Mariano Rajoy.
La
llegada de Pedro Sánchez a La
Moncloa está plagada de incógnitas, riesgos y peligros sobre la forma en que afrontará la
gestión del Gobierno durante
lo que decida, o le permitan otros partidos, alargar la legislatura. La causa
de esos riesgos y peligros es el grueso velo de opacidad que sigue encubriendo
los compromisos, promesas y acuerdos que haya alcanzado con los partidos políticos que han
desalojado a Mariano Rajoy de La Moncloa. En ningún caso,
los intereses económicos de Unidos Podemos son compatibles, por ejemplo, con
los del PNV, y la consecución de pactos legislativos será un suplicio para
Sánchez, si esa es realmente su intención.
Cabe la
opción de que Sánchez asuma que la gobernabilidad real, fáctica, no es posible,
y que utilice la atalaya de poder que representa la presidencia del Gobierno
para socavar a Unidos Podemos con la mente puesta en las futuras
elecciones.
Lo mismo deberá
intentar un nuevo PP respecto a Ciudadanos. Gobernar con 85 diputados para
afrontar profundas reformas será una entelequia sin contar con los 137 escaños
del PP y con los 32 de Ciudadanos. La aritmética sumaba para una moción de
censura, o incluso para una eventual investidura. Pero para poco más, porque la
madeja de intereses cruzados entre lo que el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba bautizó en su
día como «gobierno Frankenstein» son evidentes.
Hay
dos evidencias: la formación inminente de un nuevo Gobierno socialista y
que, como mínimo
en un año y medio, no se celebrarán elecciones salvo catástrofe para Sánchez. Bajo esas premisas, la supervivencia a toda
costa en el poder es el objetivo más plausible. Sin embargo, Sánchez ha logrado
los votos de un entramado de partidos incompatibles entre sí cuyo único nexo en
común es la discusión de la unidad de España. Sánchez ha generado una
expectativa de satisfacción global de todos los intereses en juego, consciente
de que de facto estará maniatado. Gestionará un jeroglífico en el que las
cesiones a los partidos separatistas y al populismo de extrema izquierda será
su única garantía de supervivencia.
Pedro
Sánchez saluda a Pablo Iglesias, en el Congreso tras el debate de la moción de
censura - EFE
Unidad
de España
Atrás
quedaron los días en que José Luis Ábalos, mano derecha de Sánchez, afirmaba taxativamente respecto a
los partidos independentistas que «no tomaremos atajos para un proyecto del que
no les escuchamos desistir. Estos no pueden ser en ningún caso aliados nuestros
ni para una moción de censura». La hemeroteca es demoledora.
Sánchez habló
el pasado jueves de «tender puentes» a Cataluña. Habló de diálogo, pero no
aclaró con qué límites más allá de la retórica de esa expresión. Sánchez ha
mantenido siempre que España debe ser una «nación de naciones», y aún habiendo
apoyado al Gobierno de Rajoy con la aplicación del 155, nunca renunció a su
proyecto federal del Estado. Su propuesta de reforma de la Constitución -que seguirá
aparcada con seguridad- choca con la realidad. Pero es indudable que el
respaldo de PdeCat, ERC, Bildu, Podemos y el PNV a la moción de censura tendrá
un precio.
Nada
aclaró Sánchez sobre qué cesiones está dispuesto a hacer al nacionalismo. La permisividad de Rodríguez Zapatero en 2005 y 2006 en la redacción de un nuevo
Estatuto de autonomía de Cataluña tumbado por el Tribunal Constitucional
degeneró en la ilegal declaración unilateral de
independencia del pasado octubre. Sánchez podrá ofrecer una salida similar al
separatismo catalán a la que ofreció Zapatero, pero la gravedad del desafío al
Estado de Derecho ya lo hace inviable. El separatismo no quiere más reformas
estatutarias. Quiere que el Gobierno anule a la Justicia, derogue por la vía de
los hechos consumados el Código Penal, y quede impune el golpe de Estado dado en Cataluña. «Hacer política»,
lo definen como un eufemismo que nadie consigue desentrañar. Tampoco servirá
ofrecer a Cataluña un pacto fiscal a medida del separatismo. Rajoy intentó
explorar esa vía como solución frente a la ruptura. Pero Artur Mas y Carles
Puigdemont ya habían dictado sentencia.
Tampoco
Sánchez ha esclarecido sus intenciones para dar
satisfacción al PNV, que acaba de suscribir con Bildu en el
Parlamento vasco un proyecto de reforma de su régimen de autogobierno para
regular la nacionalidad vasca con la anexión de Navarra como objetivo de
futuro. Zapatero erró también con el «plan Ibarretxe». Emularlo a cambio de su
pasaporte hacia la Moncloa es un riesgo que Sánchez deberá valorar porque
sectores del PSOE «españolista», instalados ahora en un mutismo sobrecogedor,
pueden llegar a rebelarse contra nuevas veleidades independentistas. Sánchez deberá medir sus pasos porque se hace difícil
creer que el PSOE del 155 ponga a la España constitucional en almoneda.
Pedro
Sánchez interviene en la reunión del grupo parlamentario socialista la pasada
semana - EP
Política
económica
Sánchez
no tiene más remedio que derogar la reforma laboral de Mariano Rajoy. Es su promesa estrella y una exigencia de
Podemos. Sin embargo, el PSOE es plenamente consciente de que el crecimiento y
la creación de empleo al amparo de esa ley son una evidencia. El riesgo de
hacer tabla rasa para la estabilidad económica es serio. Lo mismo ocurre
respecto a su proyecto de sostenimiento de las pensiones, con la prometida
«tasa a la banca» para recaudar 5.000 millones de euros, porque a menudo la
demagogia está reñida con la realidad. La financiación autonómica, la
aplicación de unos Presupuestos Generales comprometidos con el PNV y que el
PSOE rechaza frontalmente, y las exigencias europeas de cumplimiento mínimo de
unos estándares de déficit público, serán también un riesgo para las muchas
promesas ciegas realizadas desde la oposición.
Justicia
y bloqueo institucional
El
bloque institucional provocado por la fragmentación parlamentaria y la ausencia
de mayorías absolutas persistirá. Sánchez es consciente de que no podrán
prosperar muchos cambios sin un acuerdo previo con el PP, que necesariamente
deberán ser selectivos y en los que Génova hará valer los 137 diputados. No
conviene olvidar que Sánchez gobernará con 85. La renovación de RTVE, del
Consejo General del Poder Judicial y de la presidencia del Tribunal Supremo, y
de multitud de organismos deberá contar con un consenso previo con el PP para
no convertirlas en imposibles. Con seguridad, cambiará también la Fiscalía
General del Estado, y solo el tiempo determinará si se modificarán los
criterios acusatorios, por ejemplo, respecto al proceso a los antiguos
dirigentes de Cataluña encausados. Es lo que esperan ERC y PdeCat, y es lo que
el PSOE de momento no ha detallado.
La diputada de EH
Bildu Marian Beitialarrangoitia, formación que dio su apoyo a Pedro Sánchez
- EFE
Política
Antiterrorista
El
hipotético acercamiento de presos etarras al País
Vasco tras la disolución de ETA no se abordó en la
moción de censura. Fue el PSOE quien puso en práctica esa medida treinta años
atrás y nunca la modificó. Sin embargo es una eterna exigencia del PNV, de la
que no hay certeza que forme parte del acuerdo que hayan alcanzado PSOE y
nacionalistas. Pero la sospecha persiste porque el pacto sigue siendo oculto.
Defensa
En materia de Defensa, la dependencia de
Sánchez del discurso de Podemos para desproteger presupuestariamente
a nuestras Fuerzas Armadas es un riesgo que puede llegar a contradecir las exigencias
que impone la OTAN a sus países miembros. No tendrá fácil Sánchez aplacar el
discurso antimilitarista y populista de Iglesias. Gestionar la demagogia
extremista de que España paga armamento de guerra mientras recorta en sanidad,
educación, becas o investigación obligará a Sánchez a toparse con la cruda
realidad de las angosturas presupuestarias, el pago de los subsidios de
desempleo, las pensiones y la financiación autonómica.
Gobernar
para contentar a todo el entramado de partidos «Frankenstein» que apoyaron a Sánchez, y hacerlo además con
un PP mayoritario, pero herido en su orgullo e incapaz de calibrar aún la
magnitud de su shock, obligará a Sánchez a un ejercicio de contorsionismo
imposible. Con todo, el secretismo de su baza para contentar al independentismo
a cambio de comprar sus votos es la más inquietante de las incógnitas a las que
ahora se enfrenta España.
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