Hay Parlamentos en el mundo, casas
consistoriales, instituciones, que tienen en sus entradas grandes frases para
apabullar a los servidores públicos que allí van con el propósito de propiciar
las condiciones para el progreso de sus ciudadanos. Ahora
mismo no recuerdo si es el caso del Hospital de las
Cinco Llagas de Sevilla pero, de no haberla,
no estaría mal colocar una que pusiera que el camino al infierno está
empedrado de buenas intenciones porque, cada fracaso de la
Junta de Andalucía, ha ido precedido de algún preámbulo de ley cursi, de una
declaración para «la gente», de un plan estratégico para quedarnos igual en
décadas.
Invercaria es otro caso claro. Seguro que, al nacer, los políticos hablaron de Silicon Valley, de emprendedores, de tejido andaluz, de nuevo modelo productivo. Da igual inaugurar curso académico, laboratorio o incubadora oficial de empresas, siempre igual. Llegaría dinero de Europa y unos técnicos, en una empresa de la Administración paralela, serían los encargados de evaluar las ideas de empresarios con necesidades de financiación y ganas de ser «disruptivos», palabra de moda que no tardará en pronunciar Susana Díaz, al lado de Andalucía Open Future. Y eso es un riesgo que, a lo mejor, no explicaron bien porque cualquier inversor privado sabe que, de esas jugadas, salen una muy bien y nueve mal. Capital riesgo, no hay mucho más que decir. Pero se juegan su dinero, no el público.
Muchos de los fundadores de
start ups -que, por cierto, están creando miles de empleos en este país mientras
seguimos sin darles el mérito que tienen- consiguieron su
primer dinero en la ronda de financiación de las llamadas «Tres efes» en
inglés: familia, amigos y locos. En
Andalucía, según vamos conociendo en el caso de Invercaria, lo que hemos hecho es poner parte de nuestro dinero público en
aventuras de algunos amigos, familiares y listos. También en otras
empresas que sí funcionaron porque había que disimular. Echen
un vistazo al elenco de personajes de Invercaria y se encontrarán desde el ex
consejero delegado de Isofotón, con un curriculum de deglutir millones de
subvenciones, hasta Francisco Vallejo y el médico Ángel Garijo, quienes,
después de hacer amigos en la Consejería de Salud, decidieron que tocaba
hacerse pasar por los papás de los Marck Zuckerberg andaluces con iniciativas
que siempre hablaran de innovación, que, después del diccionario, va detrás de
escándalo y formación. No sabemos si en los juzgados será ya su turno.
E innovamos. Vaya que sí. Los
informes de Due Dilligence -perdón, es la jerga para la evaluación profunda de
las propuestas- podían ocupar un folio y, si algún
técnico ponía pegas, pasaba a ser catalogado como «alma de cántaro», que no sé
cómo se dice en inglés. Sí sé que, en esta primera ronda de financiación, se
nos ha quedado cara de idiotas, traducción precisa también de fool. Los amigos
y los familiares, de todas formas, no lo están pasando bien, años imputados por
el juez. Así es como acaban las buenas intenciones de la Junta de
Andalucía
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