De lectura recomendada.
Artículo de Pedro de Tena
- El desentierro del dictador sería la señal de salida para esa nueva alianza política que contentaría, creen Pedro Sánchez y su PSOE (Iceta, sobre todo), a los separatismos dando a las izquierdas una posición política hegemónica.
- El plan, sea quien sea su inspirador, era y es liquidar la realidad histórica de España y subordinar su futuro, republicano.
- El 10 de noviembre voten lo que quieran, salvo a Pedro Sánchez y al separatismo. España y la democracia están en riesgo cierto
Los primeros que
percibieron que el ahora presidente en funciones era el problema, fueron sus
propios compañeros de partido. Cuando Pedro
Sánchez llegó a la secretaría general del PSOE, aupado por una Susana Díaz que
se creyó muy lista, dejó claro desde el principio su inclinación a la
elaboración de una nueva constitución española. Se trataba, y lo ha contado él mismo, de inventar un
Estado expresión de una “nación de naciones” (España, Cataluña, País Vasco y Galicia, y ninguna más, no
se olvide). En esa conjetura política,
los
separatismos, aliados de “su” PSOE en la operación, aceptarían un nuevo Estado
federal en igualdad de condiciones con las regiones que quedaran unidas en la
mutilada nación española. Se trataba, no de
una segunda transición, sino de una ruptura con la transición democrática
reconciliadora que comenzó tras la muerte de Franco. El desentierro
del dictador sería la señal de salida para esa nueva alianza política que
contentaría, creen Pedro Sánchez y su PSOE (Iceta,
sobre todo), a los separatismos dando a las
izquierdas una posición política hegemónica gracias, precisamente, a su peso en
las nuevas “naciones”. Se hagan los trucos que se hagan, esto es así.
Si se lee atentamente el
Manual de Resistencia de Sánchez y se repasan sus intervenciones públicas, se
comprobará que ese es el camino trazado. Para conseguir
todo esto, era preciso, en primer lugar, hacerse con el poder dentro del PSOE
tras el fracaso de su inspirador, José Luis
Rodríguez Zapatero. Pero una buena parte del PSOE, nada
menos que sus barones más preclaros, se negaron al acuerdo estratégico
explícito con los separatistas y a debilitar la unidad nacional y la
Constitución vigente. A pesar de que dentro
del PSOE siempre hubo una fuerte corriente por el derecho de autodeterminación
de algunas regiones españolas (Rubalcaba lo defendió en Suresnes, por ejemplo)
y de que el propio PSOE de Felipe González apostó inicialmente por una ruptura
antes que, por el consenso constitucional, el ejercicio del poder y los
asesinatos de ETA produjeron una reacción constitucionalista en el PSOE.
La
manipulación del atentado del 11-M y la llegada al poder de Zapatero, dieron el
pistoletazo de salida para el nuevo PSOE y el nuevo Estado.
Tras la defenestración
de Pedro Sánchez, los separatismos coincidieron en que era vital que su
“elefante blanco” lograra recuperar el poder socialista. Por eso, el señor Torra, junto a otros más tapados, iba a manifestarse a la
puerta de Ferraz en apoyo de Pedro Sánchez (hay
prueba gráfica de ello). Tras cuarenta años
de penetración educativa pro-separatista y antiespañola en las jóvenes
conciencias ciudadanas y con el dominio de los medios públicos, y no pocos
privados de comunicación, el proyecto parecía, por fin, posible. Tras el
himalaya de asesinatos de ETA, el descrédito moral de su causa y, dada la
situación de una Galicia controlada por el PP, la nueva fase debía
desencadenarse en Cataluña. Las elecciones de 2016 frustraron el ascenso de Pedro
Sánchez, pero quitaron la mayoría al centro derecha constitucionalista. De ahí el golpe
de Estado separatista catalán del 1-O, su tercer golpe antidemocrático desde
1934.
Instrumentando adecuadamente la corrupción del PP – mucha
más ha habido siempre en el PSOE y en el separatismo catalán pujolista -,
Pedro
Sánchez convino, tras consultar con su bloque de “cambio”, separatistas y
los neocomunistas lejanos al viejo eurocomunismo de la transición, que era el
momento de gobernar para acelerar el proceso. Naturalmente,
el PNV, agazapado hasta última hora, bendijo y completó la maniobra. Rajoy y el
estéril PP del congreso de Valencia consintieron la faena, nadie sabe bien por
qué, y la moción de censura triunfó para dar paso a unas elecciones generales
que permitieran un movimiento uniformemente acelerado hacia constitución de la
nueva “nación” formada por las cuatro naciones señaladas. Pero el PSOE no
logró una mayoría suficiente y comenzó una reacción, poco esperada, de la
España constitucional.
El plan, sea quien sea su inspirador, era y es liquidar
la realidad histórica de España y subordinar su futuro, republicano
naturalmente, a cuatro minorías políticas: la
social-neocomunista, donde todavía hay
disputas por el control del proceso, y unos
separatismos cada vez más alejados de su
origen social e ideológico y resituados crecientemente a la izquierda. Luego ya se
discutiría si Galicia se comía a Asturias, si País Vasco se tragaba a Navarra,
La Rioja, tal vez a Cantabria, y Cataluña se merendaba a Valencia, Aragón y
Baleares. Lo que quedaría de la España histórica serían las dos Castillas, Extremadura, Andalucía, Murcia,
Canarias y Ceuta y Melilla (esto último, por ahora). Los demás
españoles, contrarios a este diseño, serían aislados y sitiados, como ya ocurre
en Cataluña, y ocurrió y ocurre en el País Vasco.
Pero al separatismo catalán, dividido y enloquecido, le ha dado
un apretón tras la sentencia del Tribunal Supremo – por cierto, desacreditada
de manera sonrojante por los hechos -, demostrando que el proyecto
de Pedro Sánchez es ilusorio. Dicho de otro
modo, los
separatismos no quieren a la España histórica ni a ninguna otra. Los acontecimientos de esta semana en toda Cataluña
demuestran que el plan de este PSOE-PSC es el problema. Su estrategia da alas a
unos separatismos que nunca dejarán de ser lo que quieren ser. Pedro Sánchez no
conducirá nunca a una hipotética nueva España de cuatro naciones, sino que
destruirá a toda una nación histórica de Europa y, quien sabe, si de paso, al
propio PSOE.
Creo que ya no cabe otra cosa que admitir que las próximas elecciones del
10 de noviembre van a ser una consulta democrática sobre el futuro de la nación
española. Quisiera creer que hay un PSOE que
se siente parte de una España unida y reconciliada. Si
tales socialistas existen, deben sumarse a las demás fuerzas
constitucionalistas y contribuir a que Pedro Sánchez no gane las elecciones. El problema de España no es tanto su separatismo, que lo
es, como un PSOE que lo anima y amamanta creyendo que lo domesticará en un
nuevo marco constitucional. Las calles catalanas y los rescoldos de ETA son la
prueba del nueve de que el enfrentamiento constitucional con todos los separatismos
es inevitable, necesario y urgente. El 10 de noviembre voten lo que quieran, salvo a Pedro
Sánchez y al separatismo. España y la democracia están en riesgo cierto.
http://letracursivacornelia.blogspot.com/
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