Las hipotecas y chantajes de Sánchez
De lectura recomendada.
FRANCISCO ROSELL
30 SEP. 2018 02:36
Como dos negaciones afirman, cuando el presidente Sánchez asevera que su Gobierno ni tiene hipotecas ni admite
chantajes, lo que en verdad hace es ratificar ambas evidencias. Difícilmente
puede refutar lo uno y lo otro. Si la hipoteca es tan innegable que no puede
sacar adelante un solo proyecto sin el apoyo de los socios que le auparon a La Moncloa, el chantaje es constatable de la
manera tan abrupta en que lo ha sido la aparición de otra cinta del estudio de
grabación del ex comisario de Policía, José
Manuel Villarejo, actualmente en prisión preventiva. Mediante esta arma
de destrucción reputacional, presiona
para cobrarse los favores -muchos no confesables- que dispensó a algunos
privilegiados con la moción de censura que desahució al cándido Rajoy mediante una confabulación de jueces y
políticos con el ex magistrado Garzón
como sumo sacerdote.
De hecho, las grabaciones comprometen a Garzón y a su estrecha colaboradora
durante más de 20 años, la fiscal y hoy ministra de Justicia, Dolores Delgado.
Claramente implicados en la operación político-judicial que muñó la sentencia del caso Gürtel en la que se
cuestionaba la veracidad de la declaración de Rajoy como testigo y que, tirando de dicho hilo, lo dejó desnudo e
indefenso. A ellos se les ha entregado, a
modo de botín de guerra, el Ministerio de Justicia para que hagan y deshagan a conveniencia,
además de para que Garzón ajuste cuentas con
aquellos togados a los que imputa su apartamiento de la carrera.
Todo se inició hace ya nueve años en una cacería en Andújar. Como retrato
de época de una Justicia de perro y escopeta, la pareja Garzón&Delgado, cual Bonnie&Clyde
de la juripolítica, fue sorprendida celebrando, junto con el ministro de
Justicia, Mariano Fernández Bermejo, y
el inspector del caso Gürtel, Juan Antonio
González, comisario general de Policía Judicial con el ministro Rubalcaba, haber ordenado el ingreso en
prisión unas horas antes de varios implicados en esa trama corrupta de financiación ilegal del PP.
Luego, tras ser condenado en febrero de 2012 por interceptar las
conversaciones que mantuvieron los cabecillas de la trama con sus abogados en
la cárcel de Soto del Real, el inhabilitado juez se reengancharía en el caso
Gürtel asesorando a Ricardo Costa,
secretario general del PP valenciano, y propiciando un pacto con la Fiscalía
para rebajar la pena a cambio de admitir la financiación ilegal del partido,
así como a comprometer al ex presidente Camps.
Curiosamente, las dos fiscales del arreglo prêt-à-porter habían avalado
las escuchas ilegales que supusieron la inhabilitación al juez instructor. Un
enredo muy propio de Garzón, perejil de todas las salsas.
Por fas o por nefas, al cabo de estos poco más de tres meses que Sánchez
suma al mando del Gobierno, se respira una
atmósfera tan viciada y asfixiante -incluso con los mismos personajes y
parejos métodos- como la del Trienio Ominoso (1993-1996) que puso amargo colofón al largo adiós del felipismo tras 13
años y medio en La Moncloa. Todo ello después de tiempos revueltos en los que
se encadenaban dimisiones y se dejaba a medio enterrar un cadáver político para
acudir a sepultar al siguiente, mientras se imputaba a la Prensa crítica haber
desatado poco menos que las siete plagas de Egipto contra el PSOE.
En aquel Trienio Ominoso, "todas las mañanas había un desastre real,
no imaginario, un problema brutal", suele referir el biministro Belloch, quien hubo de fortificarse, junto a Margarita Robles, hoy ministra de Defensa y
entonces secretaria de Estado de Interior, contra las acometidas de Garzón.
Ahora, este último se ha resarcido cumplidamente al apoderarse, por ministra
interpuesta, del Ministerio que apetecía y que
González le negó dejándole con la miel en los labios.
No sorprenderá, por tanto, que se vislumbrara un rictus de regocijo en el
rostro de Margarita Robles, su íntima enemiga, al contemplar cómo Delgado era
un barco a la deriva sometida al oleaje de la
oposición durante la sesión plenaria en la que fue reprobada por el Senado
a causa de su mendaz conducta con el juez Llarena. Con su revanchismo, pretendía
dejarlo a los pies de los caballos de los Tribunales belgas, presentando como
una cuestión personal lo que era un cuestionamiento en toda regla del Estado de
Derecho en España. Garzón y Delgado no ocultan su enemistad manifiesta con
Belloch y Robles desde que Garzón regresó al Juzgado número 5 de la Audiencia
Nacional, para retomar la investigación sobre los GAL.
Ahora el doctor Sánchez, ¿supongo?,
como antaño González, asiste irremisiblemente a su propio drama. Como los
protagonistas de la más célebre novela negra de Agatha
Christie -Diez negritos- y que otrora abocó al fundador del PSOE moderno
al abismo. De pronto, se abrió el suelo bajo sus pies. Al igual que a esos diez
negritos de Agatha Christie, el pasado le dio alcance y le resultó
imposible sacudirse de él.
Si entonces uno de los desencadenantes fue el comisario José Amedo, condenado por los crímenes de
Estado de los GAL, ahora toma el relevo Villarejo al querer cobrarse las
mercedes que, como todos los agentes dobles, obran en una dirección y en la
contraria. Pero siempre guardándose las cartas marcadas que los conviertan en
intocables para la hora en la que sus supuestos delitos o negocios a la sombra
del poder puedan pasarle eventualmente factura.
Así, el desencadenante ha sido esta vez las grabaciones
del ex comisario Villarejo que revelan la
complicidad y conchabanza de éste con los actuales biministros de Justicia,
esto es, con el ex juez
Garzón y quien, por estar éste inhabilitado para cargo público, desempeña oficialmente el
puesto, la fiscal Dolores Delgado. Esta última llega al extremo de
aplaudir la extorsión del comisario a empresarios por medio de una red de
prostitución para obtener "información vaginal" que sirva de
aprovechamiento de lo que éste llama "El Gremio". "¡Éxito
garantizado!", le jalea la hoy ministra sin censura ni repudio alguno
hacia Villarejo del que se vale, junto a Garzón, para que le quite de en medio
a agentes que no son de su estima.
Con ese piélago de hechos a cuestas de una fiscal en el ejercicio de su
cargo, ésta debería ser ya una cesante.
Además de estar expulsada de la carrera fiscal, como Garzón lo fue por hechos
de naturaleza análoga. ¿Alguien se imagina lo que haría Lola, espejo oscuro, de
vuelta a la Audiencia Nacional?
No debiera extrañar que Villarejo pretendiera mantener una cita con la
actual ministra -Dos era su nombre en
clave y M, de Mago, el de Garzón-
para frenar la extradición del naviero Pérez-Maura a Guatemala a cambio de una
suma que, presuntamente, rondaría los seis millones de euros, según la
investigación judicial.
Cuando Villarejo, por medio del mismo procedimiento de las grabaciones,
dejó en evidencia en 2015 al ex presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, actualmente en libertad
provisional, Sánchez exigió su inmediata dimisión y endosó responsabilidades
directas a Rajoy como presidente del PP y del Gobierno. Empero ahora cambia de
doctrina, al igual que mide con distinto rasero ético a su ministro astronauta,
Pedro Duque, con respecto a aquellos
otros a los que, por similares razones fiscales, exigió (y se cobró) la
dimisión del fiscal Moix, el ex
ministro Soria o el podemita Monedero. Sólo le mueve cerrar la estafeta a
la que Villarejo ha remitido su incriminadora grabación. A ver si así logra
sellar la fosa séptica de este otro hombre de las mil caras como otros muchos
mercenarios.
Por encima de bromas gruesas o de comentarios
homófobos contra el juez Grande-Marlaska, hoy compañero de gabinete como
ministro del Interior, o de que mintiera tantas veces, al menos, como San Pedro negó a
Jesús, cuando dijo no tener relación con el comisario, la gravedad del
caso Delgado reside en que coopera con unos chantajistas que no le ocultan sus
métodos y a los que, por ejemplo, le regala confidencias del tenor de haber
visto a jueces y fiscales españoles con menores de edad en Colombia.
En vez de denunciar a esos jueces por la comisión de un delito de ese
calibre, los convierte en mercancía de
extorsionadores. Cual ladrones que van a la oficina, estos aparentes
servidores públicos parasitan al Estado y se valen de sus medios, no para
preservar la seguridad de los ciudadanos que les pagan, sino para crear un mercado de extorsionables de los que servirse
económicamente o para otros fines. ¡Cuántos flancos de la seguridad ciudadana
quedan desguarnecidos mientras olisquea braguetas ajenas esta mafia que se
apodera del Estado y se erige en un poder fáctico por su demoledora capacidad de
destrucción!
El conciliábulo entre Villarejo, Garzón y
Delgado en una marisquería madrileña para celebrar la medalla que le otorgó Zapatero parece una
página de La tapadera, la novela de John
Grisham que Sydney Pollack llevó
al cine. Tom Cruise encarna a un
prometedor abogado de Harvard que, pudiendo aspirar a los mejores bufetes,
ingresa en uno de Memphis especializado en grandes patrimonios. Colmado de
atenciones a su llegada, descubre que, tras una fachada honorable, se oculta
una terrible realidad que no percibirá en toda su calado hasta que se le hace
el encontradizo alguien que dice ser del FBI y que investiga el blanqueo de
capitales por el crimen organizado. En la película, es constante la presencia
de un personaje secundario con pinta de perro perdiguero que ejerce un cometido
esencial. Como sicario de la organización mafiosa que está detrás del negocio y
que vive empotrado en el bufete, impone la ley
del silencio: "Me pagan por sospechar cuando nada induce a
hacerlo".
Consciente del terreno peligroso que pisa, Sánchez no puede destituir a una
ministra que se ha demostrado una compulsiva mentirosa y que encubrió como
fiscal delitos de una enorme gravedad, sin poner patas arriba la tramoya sobre la que montó su moción de censura. Puede
entregar libremente la cabeza de cualquier ministro menos la de Justicia.
No es cosa que Garzón se la juegue a él como a González por no hacerle
biministro de Interior y Justicia, y le reabrió a mister X el caso GAL
escondido en el cajón de muchos fondos de su despacho. Tampoco es cuestión de levantar la tapadera sobre la que montó su operación
para defenestrar a Rajoy y de la que emergen iracundos los más
siniestros habitantes de las cloacas del Estado. Se explica que el presidente
se ponga fuera de órbita, viajando de la ceca a la meca, mientras sus ministros
se meten bajo tierra.
Ante ese brete, el Gobierno adopta una posición
victimista para no sentirse obligado a cerrar por derribo. Para aguantar el tipo, dispone
de armas arrojadizas contra sus rivales, dado su control del medio televisivo y su manejo partidista del CIS,
donde rige el algoritmo Tezanos: primero asigna el resultado y luego reparte
los porcentajes para que cuadre la suma pretendida previamente. Pero Sánchez se
ha tenido que abrir tanto de capa para atraerse los apoyos precisos que
satisfagan su desmedida ambición de poder que ahora lo embisten por todas
partes.
A medida que se pone cuesta arriba su objetivo declarado de llegar al 2020
y sus ministros se descuelgan por el trayecto, el doctor Sánchez, ¿supongo? es
lógico que cavile, al otro lado del Atlántico, poner rumbo a unas elecciones. Mucho más al ver como apremian sus
socios el pago de la deuda que contrajo, más sus intereses de demora, así como
la insostenible situación de un Gobierno a la deriva y pendiente del siguiente
negrito por caer.
Oiga, estos son especialistas en celebrar fracasos. Y el 1 de octubre fue un gran fracaso.
Hombre, ¿en qué tuvo éxito? En torear al Gobierno español de Mariano Rajoy. Gobierno español que decía que no había censo, que no había papeletas, que no había urnas. Lo decía la noche antes. Y había papeletas, había censo y había urnas. Uno, el censo lo habían robado; las papeletas las habían fabricado, vaya usted a saber quién; y las urnas, pues las tenían guardadas en casa. Es verdad que cuando las urnas fueron a los colegios electorales iban ya con las papeletas dentro y juntos con la traición de los Mossos y la colaboración de los Mossos, dirigidos por Trapero, hoy procesado, pues aquello se pudo celebrar. Y los Mossos no lo impidieron, y ese trabajo le correspondió a la Policía y a la Guardia Civil.
Y empezó el gran día de la farsa y la mentira. Han votado dos millones de... Mentira. Si ya iban las papeletas dentro, si había tíos que votaban siete veces. No votaron dos millones de personas, no sirvió para nada. “Es que hubo tantos miles de heridos, cientos de heridos”. ¿Dónde están los heridos? ¿Dónde está la fotografía de un solo herido? ¿Dónde está Puigdemont y todos los demás abrazando a los heridos en hospitales y en casas de socorro? Nada. Nada. Monumento a la mentira. Y ahí están, dispuestos, ojo, a repetirlo si se hace caso del verbo inflamado de todos estos que inflaman el verbo y luego no inflaman más cosas.
Fíjense ustedes si aquella comedia bufa fue un fracaso que los miembros del Gobierno de Puigdemont o están en la cárcel o están fugados a Bélgica. Las empresas huidas. Cerca de 2500 con el correspondiente dinero que ahora cotiza en otros lugares. Ese es el gran éxito del 1 de octubre. Esa es la la gran celebración de esta escenificación en la que las relaciones entre los que han colocado a Sánchez y el Gobierno de Sánchez son así en Cataluña. Bueno, yo voy a decir cosas y tú haces como que no me oyes. Y luego de vez en cuando tú, yo te mantengo a ti, y tú de vez en cuando pronuncias las palabras mágicas, los sortilegios: referéndum, Quebec... ¿A qué fue a Quebec? ¿A qué fue a Canadá a hablar de Quebec Pedro Sánchez? ¿Tenemos algún conflicto con el fletán otra vez? Podríamos preguntarnos a qué ha ido a Estados Unidos a hacer el posturitas en un discurso plúmbeo en Naciones Unidas o a decir algo de las startups y las empresas que tienen que crecer en España.......
Soluciones políticas, ¿para quién?
- El Gobierno ha vuelto a poner en circulación un comodín ya manoseado: "buscar soluciones políticas al conflicto catalán". En cinco palabras, dos ambigüedades y un perímetro errado...
- El Gobierno no puede comprar el relato del conflicto de quienes quieren destruir el Estado a riesgo de poner en peligro nuestra democracia.
Un filósofo con criterio recomendaba que si en un texto nos cruzábamos con la palabra dialéctica probáramos a suprimirla y volver a leerlo. Si el texto mejoraba, como sucede siempre que la prosa se aproxima a la concisión de las cartas comerciales, quedaba demostrado que dialéctica era mampostería. Si el texto no encontraba un sentido cabal, mejor arrojarlo a la papelera.
Siempre me acuerdo de aquella recomendación cuando me encuentro con uno de esos comodines que apuntalan la retórica política. Me sucede con federalismo, autogobierno, cambio, reforma constitucional o diálogo. A todos les gustan mientras no se pidan detalles. Cada político entiende lo que quiere, si entiende algo, y queda a la espera de que no tarde en llegar la siguiente pregunta, no sea que alguien le importune reclamando precisiones.
El conjuro, a veces, resulta útil durante un tiempo y hasta cumple funciones apaciguadoras o, por mejor decir, narcóticas. Ahí está la Constitución con sus nacionalidades y regiones. Se pacta la confusión, el "estamos de acuerdo, aunque no sabemos en qué", y cada cual vuelve a su respectivo cuartel ensayando su particular mirada tontiastuta para decirle a su tropa: "Se la hemos colado".
El Gobierno no puede comprar el relato del conflicto de quienes quieren destruir el Estado a riesgo de poner en peligro nuestra democracia.
...Los esfuerzos de tantos por liberar al nacionalismo de sus responsabilidades han conducido a rebajar las exigencias de calidad democrática y a vaciar de sentido los fundamentos del Estado de derecho.
...El criterio de calibración se reajustaba para hacer digerible el delirio. Una senda de impunidad que permitió a los nacionalistas cultivar su hipersensibilidad de perpetuamente ofendidos y, al final, recocidos en su propia salsa, los arrojó al vértigo del 1-O. Pero si mala es la reacción ante los escupitajos, peor lo es cuando esas mismas voces agradecen el cumplimiento de la ley. Quien entiende el cumplimiento de la ley como un gesto de buena voluntad corrompe el concepto mismo de ley, que no contempla la discrecionalidad del consumidor. Acepta, implícitamente, que los poderes públicos puedan saltarse la ley. Si el cumplimiento de la ley es potestativo, no hay ley sino arbitrariedad. Sí, el daño mayor del nacionalismo no es el que ha hecho a los catalanes, con ser enorme, sino el que ha hecho a la democracia española.
El Gobierno no puede comprar el relato del conflicto de quienes quieren destruir el Estado a riesgo de poner en peligro nuestra democracia.El problema en Cataluña es de libertades. Ahí va un resumen del conflicto realmente existente. Un parlamento cerrado, un presidente a las órdenes de un fugado de la Justicia que proclama estar en guerra con España, un partido político mayoritario al que niegan permisos para actos públicos, una Consejería de Interior con carteles en defensa de encausados de la justicia y unas instituciones de todos señoreadas por banderas de parte. El problema, por precisar, es el nacionalismo. La tensión y la deslealtad son sus maneras de estar en política. El nacionalismo es el problema que se presenta como solución a problemas que recrea y de los que se nutre.
..... ahí va una lista (parcial) de soluciones políticas, de izquierdas, por precisar: recuperar las competencias en educación, acabar con las embajaditas, poner a los mossos a las órdenes de Interior y denunciar a TV3 por delito de odio cada vez que corresponda -esto es, cada día- y, sobre todo, crear diseños institucionales que nos eviten depender a todos de unos pocos que se despreocupan por definición del interés de todos. No estoy seguro de que en diez años se resolviera el problema. De lo que sí lo estoy es de que la solución no consiste en volver a repetir lo que nos ha llevado donde estamos, camino de desmontar el Estado.
Félix Ovejero es profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona. Su último libro, de próxima aparición, es La deriva reaccionaria de la izquierda(Página Indómita).
¿El Doctor Sanchez, supongo? ...
twiter a las 13.31 del 1 de octubre.
Y seguimos degenerando....
Herrera: "Los independentistas son especialistas en celebrar fracasos
como el referéndum ilegal del 1-O”
Señoras, señores, me alegro, ¡buenos días!
¡Cuánto me alegro de saludarles en este día de
hoy, 1 de octubre del 2018, aniversario de varias cosas! Pues
mire, es el décimo aniversario de un grupo de seguidores de este programa, que
son gente extraordinaria: Los
Fosfonautas. Se crearon, se juntaron, han
llevado adelante páginas de Facebook, ahora están en Twitter, @losfosfonautas,
y son para nosotros un gran apoyo, una red social que nos anima todos los días.
Yo les doy las gracias de todo corazón.
Hombre, un 1 de octubre fue
nombrado Franco caudillo de España por la
gloria de Dios y los grandes expresos internacionales. Todavía no había acabado
la Guerra, fíjense ustedes, y... Podía haber sido Queipo de Llano, Sanjurjo, yo que sé... Pero fue... Bueno, Sanjurjo no porque se
mató, como saben ustedes, pero podían haber sido varios, pero fue Franco el que
ahí anduvo. Se coló el caudillo el 1 de octubre, que era un día que se celebra,
eso el día del caudillo, que es la fecha que buscaron los independentistas catalanes
para hacer aquella cosa que ellos llamaron un referéndum del que también se
cumple ahora un año. Referéndum ilegal.
Y se cumple con varias circunstancias concretas
que es el independentismo dividido, un cambio en las relaciones entre la administración de
Cataluña, la Generalidad, y el Gobierno de Pedro
Sánchez. Y cuando digo lo del
independentismo dividido es porque... Vean ustedes, contra Esquerra y el PDeCAT, y el narciso Puigdemont, hay huecos. Por ahí se mete la CUP y las
juventudes hitlerianas de Arranz y montan numeritos como el que ayer montaron o el que van
a montar hoy.
Por ejemplo, los llamados
CDR hoy tienen previsto cortar varias calles de Barcelona. De hecho, hay alguna que ya lo está. Y esta mañana
han ocupado las vías del AVE en la estación de
Gerona. No solo en Gerona, sino en más
lugares esperen algún tipo de estas actuaciones que tendrán que ser sofocadas
por los Mossos, como el fin de semana fue sofocada la contra manifestación que
quería a todas luces impedir el derecho a manifestarse de policías y guardias
civiles en Cataluña. Y hubo
enfrentamientos entre Mossos y los CDR, cosa
que ha puesto de los nervios a las autoridades a los Mossos, que solo les ha
faltado pedir perdón. “Oh, es que estas
leyes españolas nos obligan... Nos revuelve el estómago, pero nos obligan a
respetar el derecho a manifestarse de policías y guardias civiles”. Vean ustedes, vean ustedes lo que son las cosas, eh.
Y luego la soflama, porque todos estos serían la
mitad de lo que son, y ya son poco, sin la soflama, sin el permanente lenguaje
encendido, ese lenguaje de victoria permanente que luego es derrota tras
derrota, como se ha comprendido y visto a lo largo de toda la historia. Oiga, estos
son especialistas en celebrar fracasos. Y el 1 de octubre fue un gran fracaso.
Hombre, ¿en qué tuvo éxito? En torear al Gobierno
español de Mariano Rajoy. Gobierno
español que decía que no había censo, que no había papeletas, que no había
urnas. Lo decía la noche antes. Y había
papeletas, había censo y había urnas. Uno,
el censo lo habían robado; las papeletas las
habían fabricado, vaya usted a saber quién;
y las urnas, pues las tenían guardadas en casa.
Es verdad que cuando
las urnas fueron a los colegios electorales iban ya con las papeletas dentro y juntos con la traición de los Mossos y la colaboración
de los Mossos, dirigidos por Trapero,
hoy procesado, pues aquello se pudo celebrar. Y los
Mossos no lo impidieron, y ese trabajo le correspondió a la Policía y a la Guardia Civil.
Y empezó el gran día de la farsa y la mentira. Han votado
dos millones de... Mentira. Si ya iban las
papeletas dentro, si había tíos que votaban siete veces. No votaron dos
millones de personas, no sirvió para nada. “Es
que hubo tantos miles de heridos, cientos de heridos”. ¿Dónde están los heridos? ¿Dónde está la fotografía de un
solo herido? ¿Dónde está Puigdemont y todos los demás abrazando a los heridos
en hospitales y en casas de socorro? Nada.
Nada. Monumento a la mentira. Y ahí están,
dispuestos, ojo, a repetirlo si se hace caso del verbo inflamado de todos estos
que inflaman el verbo y luego no inflaman más cosas.
Fíjense ustedes si aquella comedia bufa fue un
fracaso que los miembros del Gobierno de Puigdemont o están en
la cárcel o están fugados a Bélgica. Las
empresas huidas. Cerca de 2500 con el correspondiente dinero que ahora cotiza
en otros lugares. Ese es el gran éxito del 1 de octubre. Esa es la la gran
celebración de esta escenificación en la que las relaciones entre los que han
colocado a Sánchez y el Gobierno de Sánchez son así en Cataluña. Bueno, yo voy
a decir cosas y tú haces como que no me oyes. Y luego de vez en cuando tú, yo
te mantengo a ti, y tú de vez en cuando pronuncias las palabras mágicas, los
sortilegios: referéndum, Quebec... ¿A
qué fue a Quebec? ¿A qué fue a Canadá a
hablar de Quebec Pedro Sánchez? ¿Tenemos algún conflicto con el fletán otra
vez? Podríamos preguntarnos a qué ha ido a Estados Unidos a hacer el posturitas
en un discurso plúmbeo en Naciones Unidas o a decir algo de las startups y las
empresas que tienen que crecer en España.
Bueno, pues nada más a quitarse de en medio,
por otra parte, lo cual se entiende porque aquí tiene lo que tiene. Se ha
encontrado con las presiones de Podemos y del
PNV. El PNV haciendo lo de siempre: poniendo
la mano, diciendo qué hay de lo mío, dame algo. Dame lo que yo acordé con
Rajoy, al que luego traicioné para colocarte a ti, pero ahora quiero el dinero.
Dinero y no sé qué más cosas para la misma ceremonia. Los de Podemos viendo a
ver cómo se conviene, a ver si les conviene que se desgaste lentamente este
Gobierno, pero lentamente, no vaya a ser que haya elecciones pronto y les
fastidie. Pablo Iglesias le interesa un
gobierno débil, dependiente de Podemos. Y el
Gobierno, metido de coz y de hoz en lo que... Oiga, en lo que tiene de grave el
asunto en el que se juntan los mejores perfiles: Baltasar Garzón, Villarejo y la ministra de Defensa, Dolores Delgado. Los
tres juntitos.
Hoy dice el diario 'El Mundo' Baltasar Garzón ha
puesto en marcha una estrategia procesal en el 'caso Villarejo' con dos
objetivos: anular del procedimiento todas las grabaciones de los
comisarios -fíjense, este que era
especialista en grabaciones, por eso le echan
de la carrera judicial-; y apartar de la
instrucción a dos fiscales anticorrupción que están dirigiendo las pesquisas; y luego, hacer ver que se enfada mucho con las
filtraciones a un digital. Este que ha sido el rey de la filtración. El Gal lo iba retransmitiendo
poco a poco con filtraciones a 'El País' y a más periódicos.
Soluciones políticas, ¿para quién?
Un
filósofo con criterio recomendaba que si en un texto nos cruzábamos con la palabra dialéctica probáramos
a suprimirla y volver a leerlo. Si el texto mejoraba, como sucede siempre que
la prosa se aproxima a la concisión de las cartas comerciales, quedaba
demostrado que dialéctica era mampostería. Si el texto no encontraba un sentido
cabal, mejor arrojarlo a la papelera.
Siempre
me acuerdo de aquella recomendación cuando me encuentro con uno de esos comodines
que apuntalan la retórica política. Me sucede con federalismo, autogobierno, cambio, reforma
constitucional o diálogo. A todos les gustan mientras no
se pidan detalles. Cada político entiende lo que quiere, si entiende algo, y
queda a la espera de que no tarde en llegar la siguiente pregunta, no sea que
alguien le importune reclamando precisiones.
El
conjuro, a veces, resulta útil durante un tiempo y hasta cumple funciones
apaciguadoras o, por mejor decir, narcóticas. Ahí está la Constitución con sus nacionalidades
y regiones. Se pacta la confusión, el "estamos de acuerdo, aunque no
sabemos en qué", y cada cual vuelve a su respectivo cuartel ensayando su
particular mirada tontiastuta para decirle a su tropa:
"Se la hemos colado". Los nacionalistas, maestros del género, han
mostrado una productividad estajanovista en facturar esa chatarra: lengua
propia, normalización, comunidades históricas."Ustedes compren las morcillas
que ya nos encargaremos de rellenarlas a nuestro gusto", nos decían sin
mentir. Y
las compramos.
Pero,
salvo para los chamanes, los conjuros no sirven. Las ambigüedades más temprano
que tarde reclaman su letra pequeña y los comodines -incluso Franco,
ese moro muerto tan reutilizable- ya no dan más de sí. En esa hora los
problemas reaparecen encanallados y, como en las cosas del querer, asoman los
reproches de promesas que nadie hizo pero que cada uno cree recordar según su
conveniencia.
El
Gobierno ha vuelto a poner en circulación un comodín ya manoseado: "buscar
soluciones políticas al conflicto catalán". En cinco palabras, dos
ambigüedades y un perímetro errado. La primera: la descripción del
conflicto. Según algunos, el conflicto es el resultado de no atender las exigencias
nacionalistas. Las razones de por qué habría que hacerlo no están claras. La
explotación económica y la falta de reconocimiento de la identidad, tantas
veces invocadas, son fabulaciones: Cataluña es una economía con respiración
asistida y si hay una identidad despreciada es la de la mayoría de los
catalanes que, para empezar, no pueden estudiar en su lengua materna. Algunos,
creyendo precisar, dicen que los independentistas son muchos y que sus demandas
están muy consolidadas. Un argumento que habría valido para los racistas en
Alabama o los sexistas de aquí mismo. Que nadie se escandalice con la
comparación. Estamos ante idéntico guión: unos cuantos reclaman limitar los
derechos de otros en virtud de una característica, de su sexo, color de la piel
o identidad. Tradicionalmente la respuesta política cabal consistió en combatir
las ideas perniciosas sin que importara el número ni la fijación -incluso
biológica- de los trastornos. El imperio y la pedagogía de la ley cumplieron su
función. La gente cambia hasta de adicciones. Recuerden que este era un país de
fumadores hace dos días.
La
primera ambigüedad sostiene la segunda: la descripción del problema
decide la solución. Con la descripción anterior, no queda otra que aceptar
la solución nacionalista. Una solución, eso sí, para los nacionalistas, no para
Cataluña. Y, no cabe engañarse, consiste en reconocer a Cataluña como
unidad de soberanía. Cualquier referéndum, en plata, quiere decir la
independencia de facto o su simple posibilidad, que es también la independencia.
Soberano es quien tiene la última palabra y, aunque permanezca callado,
mantiene intacto el poder de hablar cuando lo crea conveniente. En el mismo
acto de votar se acepta un demos legítimo.
Por
aquí asoma la tercera imprecisión: el perímetro del problema no es
Cataluña, sino España. Lo es en un sentido inmediato, entre otras cosas
porque los ciudadanos no pueden acceder a posiciones laborales en igualdad de
condiciones. Pero lo es también en un sentido más hondo. Y es que la
aceptación por todos del relato nacionalista ha degradado la calidad de la
democracia española.
Los esfuerzos de tantos por liberar al nacionalismo de
sus responsabilidades han conducido a rebajar las exigencias de calidad
democrática y a vaciar de sentido los fundamentos del Estado de derecho. Lo
hemos visto en las repuestas ante discursos incendiarios, como el de Torra en
el Teatro Nacional, jamás escuchados en boca de un cargo político comparable en
los últimos cuarenta años. Cuanto todavía no se había vaciado la sala ya se
escuchaban voces dispuestas a encontrar señales de buena disposición o a
ofrecer al pirómano coartadas que nunca solicitó: son sólo palabras. El
criterio de calibración se reajustaba para hacer digerible el delirio. Una
senda de impunidad que permitió a los nacionalistas cultivar su hipersensibilidad
de perpetuamente ofendidos y, al final, recocidos en su propia salsa, los
arrojó al vértigo del 1-O. Pero si mala es la reacción ante los
escupitajos, peor lo es cuando esas mismas voces agradecen el cumplimiento de
la ley. Quien entiende el cumplimiento de la ley como un gesto de buena
voluntad corrompe el concepto mismo de ley, que no contempla la
discrecionalidad del consumidor. Acepta, implícitamente, que los poderes
públicos puedan saltarse la ley. Si el cumplimiento de la ley es potestativo, no
hay ley sino arbitrariedad. Sí, el daño mayor del nacionalismo no es el que ha
hecho a los catalanes, con ser enorme, sino el que ha hecho a la democracia
española.
El
Gobierno no puede comprar el relato del conflicto de quienes quieren destruir
el Estado a riesgo de poner en peligro nuestra democracia. Además, se trata de
mercancía falsa. Y es que hay otra descripción del problema, más ajustada a los
hechos y más acorde en sus soluciones con perspectivas de izquierdas. Eso sí,
no se trata de soluciones para los nacionalistas, sino para los españoles. El problema en Cataluña es de
libertades. Ahí va un resumen del conflicto realmente
existente. Un parlamento cerrado, un presidente a las órdenes de un fugado de
la Justicia que proclama estar en guerra con España, un partido político
mayoritario al que niegan permisos para actos públicos, una Consejería de
Interior con carteles en defensa de encausados de la justicia y unas instituciones
de todos señoreadas por banderas de parte. El problema, por precisar, es el
nacionalismo. La tensión y la deslealtad son sus maneras de estar en política.
El nacionalismo es el problema que se presenta como solución a problemas que
recrea y de los que se nutre.
Si
se asume el diagnóstico de que estamos frente a una ideología constitutivamente
desigualitaria que hay que combatir si nos importa una comunidad de ciudadanos
libres e iguales, estaremos en condiciones de ofrecer respuestas políticas
serias, que no buscan reconciliarse con el mundo, sino cambiarlo de verdad.
Nada más desolador que escuchar el lamento de Borrell: "Ya me gustaría a mí tener los
medios y recursos del Diplocat". Triste, pero no sorprendente. Es la
inexorable consecuencia de aceptar el relato nacionalista del conflicto, su
solución política: la derrota del Estado.
Yo
también creo que estamos ante un conflicto político, el de la Ilustración
frente a una de las variantes del pensamiento reaccionario, la más clásica.
Asumido ese diagnóstico, ahí va una lista (parcial) de soluciones políticas, de
izquierdas, por precisar: recuperar las competencias en educación, acabar con
las embajaditas, poner a los mossos a las órdenes de Interior y denunciar a TV3
por delito de odio cada vez que corresponda -esto es, cada día- y, sobre todo,
crear diseños institucionales que nos eviten depender a todos de unos pocos que
se despreocupan por definición del interés de todos. No estoy seguro de que en
diez años se resolviera el problema. De lo que sí lo estoy es de que la solución no consiste
en volver a repetir lo que nos ha llevado donde estamos, camino de desmontar el
Estado.
Félix Ovejero es profesor de Ética y
Economía de la Universidad de Barcelona. Su último libro, de próxima aparición,
es La deriva reaccionaria de la
izquierda(Página Indómita).
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