Hacia el suicidio
Gabriel Albiac
Articulista de Opinió
- Dos regionalismos corruptos tienen en sus manos decidir a qué partido corrupto venden el Estado
¿cómo hemos podido llegar a este
callejón sin salida? Porque no hay salida alguna en el final del túnel por el
cual avanzamos a empellones, presintiendo la pared contra la que nos
estrellaremos.
La
España contemporánea es un tejido de mentiras. No jugaré yo a
fingirme tan ingenuo como para pretender que exista algo en política que no sea
embuste. Se engaña al adversario o se
perece: es regla general de los juegos bélicos. Y la política no es otra cosa
que variedad ritualizada de guerra: excluye -de preferencia- la sangre, pero no
es menos eficaz en matar. Nadie se engañe, no se muere sólo -véase Cifuentes-
el día en el que el registro civil tacha de su listado a un sujeto. «En efecto:
ninguna razón me impele a afirmar que el cuerpo no muere más que cuando es ya
un cadáver… Pues ocurre a veces que un hombre experimenta tales cambios que
difícilmente se diría de él que es el mismo». Eso escribía un clásico del XVII.
A eso asistimos hoy
en el chirriante espacio escénico que es el poder: obedece o muere. Civilmente.
¿Cómo hemos llegado aquí? Lo que es lo mismo: ¿dónde
estamos?
En el
eslabón final de una cadena de mentiras. Cuyo arranque fue puesto tras la
muerte de Franco. Todos, se dijo entonces, eran aquí demócratas. No lo era
nadie: esa es la hosca verdad. Ni lo eran los herederos del Movimiento
Nacional, ni lo éramos los comunistas de entonces, al cabo los únicos que
habían pagado el precio de enfrentarse a la dictadura en sus dos últimas
décadas. No lo era esa socialdemocracia creada desde Langley y Bonn… Pero no había
otros mimbres. Se hizo el cesto. Bien que mal, sirvió de algo.
Nadie que no fuera un insensato podía
de verdad creerse que el modelo constitucional quedaba de ese modo limpiamente
cerrado. Era un modelo híbrido. Suficiente para salir de cuarenta años
de franquismo. Insuficiente para alzar un verdadero Estado moderno. Ha pasado ya demasiado tiempo y España es lo bastante
«normal» a la europea, como para que nadie pueda justificar este empecinamiento
en seguir funcionando con aquel paradigma, por definición transitorio. Lo
sensato hubiera sido modernizarlo en los años prósperos. No se hizo. Y no es azar que no se hiciera:
esa mixta amalgama hacía todopoderosos a los dos partidos alternantes. Sin autonomía judicial, con una ley electoral
abominable y un sistema de «autonomías»
concebido exclusivamente para el robo de fondos públicos, la tiranía partidista convertía
al ciudadano en rehén resignado.
Lo de ahora es literalmente fantástico. Pero previsible. Dos
regionalismos corruptos, PNV e independentistas catalanes, tienen en sus
manos -merced a un ridículo porcentaje de votos que la ley hipertrofia en
número de escaños- decidir a qué partido por igual corrupto -PP o PSOE- venden el Estado: o al PP procesado
en Madrid y Valencia, o al PSOE procesado en Andalucía. Todo se juega en lógicas de reparto. De dinero. Al PNV se le ingresan aún más prebendas de las que viene
embolsando, impávido, en cada presupuesto. Los herederos de Pujol exigen
contables dones: la exención penal de los ladrones que gobernaron la región
desde el 80 y la reducción de España a una colonia bárbara, explotada por los
racialmente superiores popes de PDECat, JpC y ERC.
Nada espero de PP ni de PSOE. Algo sí, de Cs. Pero
la hora crítica ha llegado. Sólo en coalición los tres
podrá abordarse el reinicio constitucional, sin el cual España habrá muerto.
Es el envite. Lo demás -el
interés de personas y partidos- es hoy obsceno. También
suicida.
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