CUENTA Schopenhauer que en un baile de disfraces un distinguido caballero
cortejó toda la noche a una dama oculta tras una máscara. Cuando le declaró su
amor, la mujer enseñó su rostro y el hombre quedó conturbado al descubrir que
era su esposa.
Se sabe que los griegos utilizaban máscaras en los ritos
dionisiacos y en el teatro, pero es seguro que la intención de ocultar la cara
nace con la misma autoconciencia del ser humano, de la que surge la necesidad
de desdoblarse en el otro.
Máscara significa etimológicamente fantasma, es
decir, una presencia que remite a una ausencia, un ser que reaparece a caballo
de dos mundos: el presente y el pasado. La máscara nos transforma en lo que no
somos sin dejar de ser lo que somos.
Siempre me ha fascinado la iconografía del
carnaval de Venecia con bellísimas damas que acuden en góndolas a los palacios
barrocos que bordean el Gran Canal. Damas con antifaces y máscaras que se
confunden en la imaginación como las piezas de un calidoscopio y que remiten a
la naturaleza misteriosa e inquietante de la mujer, a su condición de ser
inaprensible.
La máscara ha desaparecido de nuestra cultura. Y ello porque
estamos en una sociedad del espectáculo en la que el hombre no necesita
desdoblarse porque ya está forzado a asumir el papel de lo que no es para
sobrevivir. Digamos que en este mundo donde todo es representación, la máscara
sería un elemento de verdad al poner en evidencia la farsa de nuestra
existencia. No se necesita una careta cuando se vive en la hipocresía.
No sé si
se entiende bien lo que digo, pero creo que hay un ámbito que ilustra esta
imposibilidad que existe en nuestra sociedad de distinguir entre la máscara y
el rostro. Es el de la política, donde los líderes de los partidos no llevan
máscara o, mejor dicho, la llevan permanentemente puesta porque es su propia
cara.
Hemos visto este fin de semana a Mariano Rajoy intentar escenificar la
unidad de su partido, a Pedro Sánchez presentarse como un dirigente que suscita
el apoyo de sus subordinados, a Pablo Iglesias fingir que no pasa nada y que
Podemos puede ganar las elecciones. Y hasta a Albert Rivera haciendo coaching
para transmitir a quienes van a encabezar las listas de Ciudadanos el discurso
que deben defender en la campaña.Obviamente, las pretensiones de los cuatro
líderes ponen en evidencia lo que no son y quieren ser;porque el PP es un
partido desunido, Sánchez es un dirigente cuestionado, Iglesias va cuesta abajo
y sin rumbo desde hace muchos meses y Ciudadanos tiene un buen jefe pero carece
de cuadros y un programa coherente.
La tragedia de los cuatro es que sus
carencias se les notan demasiado, que sus máscaras revelan más que ocultan lo
que hay detrás. Y tienen por delante dos meses de campaña electoral que van a
agudizar más la percepción de la distancia entre lo que son y lo que pretenden
ser. Mala cosa cuando uno carece del recurso a ocultarse tras una máscara, que
es lo más parecido a ir desnudo.
Propongo un debate televisivo entre los cuatro
aspirantes, cada uno de ellos escondido tras un disfraz veneciano y una
máscara. Tal vez tendrían el valor de ser más sinceros y mostrarnos algo de lo
que oculta esa voluntad de parecer lo que no son.
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