Les presento a Don Manuel Jiménez Barrios, actual Consejero de Presidencia y Viceconsejero, en funciones, de la Junta de Andalucía y a D. Ángel María Prados Ruiz, Presidente, en la primera decena del presente siglo al menos, de una asociación denominada Asociación Profesional de Derecho Deportivo.
Esta es una historia más de piratas. Sin islas caribeñas, ni arriesgados abordajes, ni feroces saqueos, ni tesoros escondidos, sino de piratas de traje y corbata, sin glamour ni exotismo, metiendo la mano en el tesoro, no precisamente escondido aunque si técnicamente cifrado en unos papeles denominados “Presupuestos”, ajeno a la vista del común de los mortales. Es un episodio más del saqueo, desde las mismísimas entrañas de la oficialidad de nuestra Comunidad Autónoma.
Cómplice a la fuerza me sentí entonces. Y ahora pienso que, en cierta manera, todos seguimos siendo cómplices a la fuerza. Rehenes de una casta política, amparada en las siglas de un partido que tal vez en otro tiempo pudo mirarse en el espejo de la historia sin sonrojarse. Todos los que trabajamos en la Junta somos peones, en mayor o menor medida, de un juego en el que se mezcla y confunde, con demasiada frecuencia, la gestión limpia de los asuntos públicos con la gestión de intereses de partido, o incluso personales. Cómplices, a la vez que víctimas, de un secuestro. El de una administración por un partido político. La diferencia estriba simplemente en sentirse cómodo con esa complicidad o no, en “colaborar” o no.
CÓMPLICES A LA FUERZA
Les presento a Don Manuel Jiménez Barrios, actual Consejero de Presidencia y Viceconsejero, en funciones, de la Junta de Andalucía y a D. Ángel María Prados Ruiz, Presidente, en la primera decena del presente siglo al menos, de una asociación denominada Asociación Profesional de Derecho Deportivo.
Esta es una historia más de piratas. Sin islas caribeñas, ni arriesgados abordajes, ni feroces saqueos, ni tesoros escondidos, sino de piratas de traje y corbata, sin glamour ni exotismo, metiendo la mano en el tesoro, no precisamente escondido aunque si técnicamente cifrado en unos papeles denominados “Presupuestos”, ajeno a la vista del común de los mortales. Es un episodio más del saqueo, desde las mismísimas entrañas de la oficialidad de nuestra Comunidad Autónoma.
Esta es una historia más de piratas. Sin islas caribeñas, ni arriesgados abordajes, ni feroces saqueos, ni tesoros escondidos, sino de piratas de traje y corbata, sin glamour ni exotismo, metiendo la mano en el tesoro, no precisamente escondido aunque si técnicamente cifrado en unos papeles denominados “Presupuestos”, ajeno a la vista del común de los mortales. Es un episodio más del saqueo, desde las mismísimas entrañas de la oficialidad de nuestra Comunidad Autónoma.
Esta historia podría comenzar así: Érese una vez un
Secretario General para el Deporte de la Consejería de Turismo, Comercio y
Deporte de la Junta de Andalucía, durante los años 2004 a 2011, el de la
izquierda, el de las banderas detrás; y un presidente de un chiringuito
alimentado por el PSOE de Andalucía denominado Asociación Profesional de
Derecho Deportivo. El primero, cuya cara les resultará más familiar, aunque
sólo sea de verlo en la tele al lado de Susana, era, allá por el año 2007, mi
jefe. En ese año me incorporé, como funcionario, a un puesto en la Secretaría
General para el Deporte y Manuel Jiménez Barrios era un jefe simpático, educado
y con apariencia de honrado. Al otro, el que “redondea” la historia, apenas le
conocí, cosa que no lamento porque debía ser un tipo prepotente a juzgar por la
manera en que se movía por los despachos y por alguna referencia que me
llegaría con el tiempo. En cuanto al primero, cómo iba yo a imaginar entonces
que se convertiría en el Consejero de la Presidencia de un Gobierno presidido
por una tal Susana, o incluso en Vicepresidente de la Junta; como tampoco podía
imaginar que no era sino un elemento más del tropel de saqueadores que bajo la
bandera del socialismo, en sustitución de la de la calavera, se dedicaron al
abordaje desaforado de nuestros caudales públicos. Pero como la inocencia en la
Junta dura lo que un caramelo en la puerta de un colegio, no tardó en estallar,
ante mis propias narices, un pequeño escándalo que terminaría arrojando por la
borda la poca que pudiera quedarme. Nada en comparación con lo que vendría
después con la ley que consagraría el enchufismo en la Junta, con los ERE,
Invercarias, cursos de formación y la interminable retahila que ya nos aburre.
Apenas un primer aviso, pero un aviso meridianamente claro de lo que sucedía y
podía suceder en el lugar al que había ido a parar tras superar unas
oposiciones. Claro que este “pequeño escándalo” sólo estalló en el acotado y
reducido ámbito de nuestro Servicio. No cruzó ninguna frontera más allá de ese
recinto profesional. Hasta este momento, lector, en que estás siendo alcanzado
por su retardada onda expansiva.
¡Hostias que es esto!, o algo parecido, exclamaba uno de mis
compañeros llamando nuestra atención. ¡Qué pasa!, inquirimos levantando las
cabezas.
En ese momento, se tramitaban en mi Servicio unas
subvenciones que se concedían anualmente. Servicio de Formación e Inspección
Deportiva, creo que se llamaba, perteneciente a la Secretaria General para el
Deporte de la Consejería de Turismo, Comercio y Deporte. Eran subvenciones
destinadas a entidades o particulares que realizaran actividades relacionadas
con la formación deportiva y que, como cualquier otra subvención, tuvieran un
interés social.
“Aquí aparece el Secretario General para el Deporte”, suelta
mi compañero, que andaba revisando las solicitudes de ese año.
¿Cómo que aparece?. “Si, si, Manuel Jiménez Barrios, el
Secretario General”. Aparecía como director de una actividad para la que se
solicitaba la concesión de la citada subvención. No puede ser. “¿Que no?, y
entonces aquí que dice”.
Se trataba de subvenciones regladas en régimen competitivo.
Se concedían, mediante la firma del Sr. Secretario General para el Deporte,
ayudas para la realización de cursos, para edición de material de formación o
investigación deportiva, para celebración de congresos, jornadas o encuentros
relacionados con el deporte, etc.. Alguien, en nombre de una asociación,
solicitaba una subvención para dos actividades concretas: La primera de ellas
se refería a la elaboración y edición de una revista deportiva y la otra para
la celebración de una reunión de una comisión relacionada con el mundo del
deporte. La revista se denominaba “Revista Andaluza de Derecho del Deporte”. En
ese momento sólo conocíamos el nombre. Después no enteraríamos que esa revista
la editaba la propia Consejería de Turismo, Comercio y Deporte, como puede
verse en el enlace
http://www.ctcd.junta-andalucia.es/publicaciones/22303_02.pdf.
¡Cómo va a pedir una subvención para él mismo!. Pero, vamos
a ver, ¿quién pide la subvención?. Bueno, la piden los de la asociación esta de
derecho deportivo..., pero aquí se habla de una revista de la que es director
el Secretario General. También aparecía, en el consejo de redacción de la
revista, algún que otro cargo de la Secretaría. En los presupuestos de
elaboración de la revista, para los que se solicitaba la ayuda económica,
figuraban también, como no, los honorarios de los miembros de dicho consejo.
La subvención para estas dos actividades la solicitaba una
tal “Asociación Profesional de Derecho Deportivo”. La solicitud la firmaba su
presidente: Ángel María Prados Ruiz, también miembro del consejo de redacción
de la revista. Más tarde me enteraría que este tipo, o bien su hermano, no
recuerdo bien, había sido el antecesor en el cargo de mi jefe.
Tenemos que hacer algo. No sé..Y qué vamos a hacer.. Pues
por lo menos que no nos tomen por tontos, que vean que nos damos cuenta de lo
que pasa. No era el primer año que esa asociación solicitaba la subvención y
además se la concedían año tras año. Encima era de las más cuantiosas económicamente;
en torno a los treinta mil euros. Sólo que otras veces quizás se había
presentado la solicitud con más cuidado en cuanto a los nombres que aparecían,
pero ese año, se ve que confiados en la impunidad acostumbrada se les había
deslizado algún dato de más. O quizás mi compañero indagó más que otras veces.
No lo sé. Más difícil era justificar a la Intervención Delegada que en teoría
debía fiscalizar las actividades subvencionadas. En fín, hoy todo esto me
parece un despropósito, pero entonces, recién llegado a ese Servicio no me
hacía una idea muy clara de donde estaban o debían estar los controles, pero
desde luego no me olía todo aquello, como al resto de mis compañeros, nada
bien.
Puede ser que no sea muy correcto lo que se ha hecho, pero
¡aquí no hay nada ilegal!, decía mi Jefa de Servicio, intentando reconducir la
situación y nos repitió, ya en un tono de mayor irritación no exento de una
pizca de desafío o de provocación amenazadora: ¡es que me vais a decir que aquí
hay alguna ilegalidad!, ¿alguien puede decir que hay ilegalidad?.
Eso dio resultado. Nos achantamos. Un silencio bastante
incómodo se hizo entre nosotros. En una oficina pequeña. Todos de pié. Nadie
dijo nada. Yo me mordí la lengua. Todavía me arrepiento. Aún no había llegado
el tsunami de la Reordenación ni el descomunal afloramiento de la corrupción
que vivimos hoy. Ahora ya no me hubiera callado.
Como poco, y sin mayores indagaciones, se infringían nada
menos que dos normas, contenidas en dos leyes: La ley 30/92, de 26 de noviembre,
de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento
Administrativo Común y la Ley 38/2003, de 17 de noviembre, General de
Subvenciones. La primera en lo referente a la abstención: Artículo 28.2. “Son
motivos de abstención los siguientes: a) Tener interés personal en el asunto de
que se trate...". La segunda en lo que se refiere a la llamada
“concurrencia competitiva”: Artículo 22.1. “...la concesión de las subvenciones
se realiza mediante la comparación de las solicitudes presentadas, a fin de
establecer una prelación entre las mismas de acuerdo con los criterios de
valoración previamente fijados en las bases reguladoras y en la convocatoria, y
adjudicar, con el límite fijado en la convocatoria dentro del crédito
disponible, aquellas que hayan obtenido mayor valoración en aplicación de los
citados criterios”. Una mirada algo más pausada y experta en Derecho que la mía
sin duda podría añadir algunas normas más.
Pero, además, no hacía falta conocer la legislación para
darse cuenta de que no puede ser admisible, ni desde el punto de vista moral,
ni desde el punto de vista legal, que la misma persona que conceda las
subvenciones, el Secretario General, sea un beneficiario directo o indirecto de
las mismas. Y esta cuestión es inescamoteable desde el momento que aparecía
como el director de la revista a subvencionar.
Tampoco hacia falta conocer la legislación para darse cuenta
que no es jugar limpio, y por tanto ya debe ser contrario a Derecho, quebrar el
principio de concurrencia competitiva, habida cuenta de que la actividad, al
tratarse de elaborar y editar una revista “de la propia Secretaria General para
el Deporte de la Consejería de Turismo, Comercio y Deporte” tenía garantizada
su realización año tras año, independientemente de valoración alguna de
criterios para la concesión o no de la subvención, como ocurría con el resto de
solicitudes, de las que muchas quedaban fuera del listado de las concedidas por
falta de presupuesto, como es lógico y habitual.
En cuanto a la segunda actividad para la que también se
solicitaba subvención, ¿creen ustedes que se trataba de algo más limpio, más
“normal”?. Pues no. Estamos hablando de la Junta de Andalucía. Brevemente diré
que se solicitaba una subvención para realizar la convocatoria de una reunión
de un órgano perteneciente a la propia Secretaría General para el Deporte, al
igual que la revista. Creo que se llamaba Comisión o Comité de Disciplina
Deportiva. Al parecer esta Asociación, la Asociación Profesional de Derecho
Deportivo, presidida por el señor de mayor amplitud corporal de los retratados,
se dedicaba a convocar esas reuniones e invitar a personalidades del mundo del
deporte, para lo cual solicitaba la ayuda económica. Sin comentarios. Valgan
aquí los mismos argumentos anteriormente expuestos y seguramente algunos otros
que para qué mencionar.
Sobra decir que la Consejería, para la edición de la
revista, debería disponer en sus presupuestos de los recursos necesarios para
hacerlo, por sí misma o mediante un contrato de servicios con alguna empresa
del sector, o mediante contratos de servicios con colaboradores particulares
ajenos a la administración, pero nunca a través de una subvención reglada en
régimen de concurrencia competitiva, quebrando así este mismo principio de
concurrencia y perjudicando a alguna otra entidad, ajena a la administración,
que se quedaba sin opción a la subvención. Y no digamos, respecto a la comisión
o comité mencionado, que siendo un órgano de la propia administración tenga que
venir a convocarlo una Asociación ajena por completo a la misma. Bueno, en
realidad, y fraudulentamente, no era tan ajena a ella.
Esto pasaba y tal vez siga pasando en la Junta. Una más de
tantas cosas que no han saltado fuera de los muros de esta administración
podrida. Algo más que el tiempo se llevó, dejando sin embargo el recuerdo en
algunos de nosotros y la desagradable sensación de haber sido utilizados, de
ser cómplices a la fuerza de la falta de ética y honestidad de nuestros
dirigentes.
Cada vez que alguno de nosotros hablábamos de que lo
sucedido trascendiera fuera, que llegara a conocimiento de la Inspección, por
ejemplo, alguno de los compañeros más antiguos nos desalentaban con argumentos
relativos a la inutilidad de tal medida, con el añadido del más que previsible
perjuicio para nuestra carrera profesional e incluso para nuestro bienestar
personal, que meternos en un lío semejante supondría. Esto además era apoyado
con el relato de algún caso similar o parecido que alguien había vivido o
conocido con anterioridad en la Junta.
Nuestro indignado y semifrustrado motín consiguió algunas
cosas: El ocultamiento del expediente en cuestión, al menos por un tiempo, el
enfado de Jefes de Servicio y Coordinador, alguna tonta represalia referida al
cumplimiento mas estricto de horarios y la redacción por parte del presidente
de la asociación de marras de una cartita que nos hicieron llegar, en la que
este buen hombre decía que el Secretario General para el Deporte era un ser
inmaculado porque ejercía de director de la revista pero a “título honorífico”
y no cobraba nada. Como si eso, independientemente de que fuera cierto o no,
zanjara la cuestión. Fue patético. Por otra parte, e incomprensiblemente, todo
se centró en el asunto de la revista. El tema de la comisión quedó como
olvidado, como si no hubiera existido. Fue como si el impacto de la cuestión de
la revista fuera ya de por sí tan insoportable que no quedara resquicio alguno
para otro impacto más.
Cómplice a la fuerza me sentí entonces. Y ahora pienso que,
en cierta manera, todos seguimos siendo cómplices a la fuerza. Rehenes de una
casta política, amparada en las siglas de un partido que tal vez en otro tiempo
pudo mirarse en el espejo de la historia sin sonrojarse. Todos los que
trabajamos en la Junta somos peones, en mayor o menor medida, de un juego en el
que se mezcla y confunde, con demasiada frecuencia, la gestión limpia de los
asuntos públicos con la gestión de intereses de partido, o incluso personales.
Cómplices, a la vez que víctimas, de un secuestro. El de una administración por
un partido político. La diferencia estriba simplemente en sentirse cómodo con
esa complicidad o no, en “colaborar” o no.
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