INMERECIDO
Mariano
Rajoy no se merecía terminar su etapa como presidente del Gobierno de esta
manera. Su figura se agrandará a medida que pasen los meses, porque, más allá
de los inevitables errores que toda obra humana tiene, su comportamiento estuvo
siempre presidido por la buena voluntad, el interés general y un acusado
sentido del servicio público. Es curioso cómo algunos en sus ajustes de cuentas
quieren en esta hora cebarse contra Rajoy. Atreviéndose incluso a llamar pelotas
a quienes no piensan como ellos. Pero hoy no es el día de una cosa ni de la
otra. La conmoción de la opinión pública española, que ha comprobado cómo por
primera vez va a gobernar quien no ganó las elecciones generales, es tal, que
conviene dejar al menos alguna cosa clara. La moción de censura es legítima,
pero esta es incoherente. Como es indecente por parte de Sánchez desdecirse
ahora de todo cuanto afirmaba apenas hace quince días, presupuestos incluidos.
Finalmente, que nadie olvide que es histórico, para mal, gobernar con el apoyo
de proetarras e independentistas. Hasta hoy no lo había hecho nadie. Toda una
deslealtad a la Constitución.
MOCIÓN DE CENSURA | El último discurso de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno
- La vida es injusta, y la política no es otra cosa que una de las modalidades de la vida.
El
jueves, dos personajes relevantes abandonaron la escena española: el entrenador
del Madrid y el presidente del Gobierno. La sorpresa fue general y las circunstancias
no pudieron ser más distintas: Zidane lo hizo en la cumbre de su prestigio, tras haber ganado tres
Copas de Europa, Rajoy, humillado, tras haber perdido la moción de
censura contra él. Sin embargo, creo detectar cierta similitud entre ambos
acontecimientos: los dos podían haberse quedado, Zidane sin el menor problema,
Rajoy con maniobras jurídicas. Pero prefirieron no hacerlo. ¿Por qué? Pienso
que por motivos semejantes, aunque sólo el primero los expuso claramente: creía
que había llegado el momento de su retirada porque él había hecho, como
entrenador del Madrid, todo lo que es capaz de hacer y el equipo necesita un
nuevo «técnico», pese a los triunfos alcanzados. Rajoy no lo dijo, limitándose
a una cortés despedida, aunque recordando que deja España mejor de lo que la encontró.
Lo que
aprecio en los dos es que están hartos. Hartos de los rivales y de sus jugadores. Hartos de sus aficiones,
que tan pronto les aplauden como los ponen verdes. Hartos de periodistas, que
hablan sin saber de lo que va y de ocultar cosas que saben. Hartos de árbitros
y jueces que, queriéndolo o sin querer, meten en sus
decisiones sus filias y fobias particulares. Ambos son hombres serios,
concienzudos, tranquilos, conscientes de que no se puede alcanzarlo todo al
mismo tiempo, de que, para lograr algo, hay que tener paciencia y, sobre todo,
que ese algo sea alcanzable, pues lo inalcanzable sólo trae frustraciones.
¿Cómo
iban a poder jugar todos los partidos todos los jugadores, como pedían a
Zidane, si sólo pueden jugar 11? ¿Cómo iba Rajoy a sanear la economía sin hacer
recortes, como le pedía la oposición, o negociar la independencia catalana,
como le exigían los nacionalistas y buena parte de la oposición? Visto el nivel de irracionalidad que se ha
alcanzado en España, han
dicho a la panda de críos, oportunistas y vendedores de humo «¡Basta, ahí os
quedáis!»,
con la
diferencia de que a Zidane le querían dentro y a Rajoy, fuera. Dolido, pero,
creo, no del todo descontento.
Su
principal objetivo, evitar la bancarrota de España, lo ha alcanzado. Que no se
le reconozca es duro, pero tal vez se le conceda, incluso dentro de no mucho:
en cuanto su sucesor empiece a gobernar con, ironías de la vida, la sustanciosa herencia que le deja: una economía viento en popa. Pero
la izquierda es especialista en despilfarrar la riqueza que recibe. La vida es
injusta, y la política no es otra cosa que una modalidad de ella. Puede,
incluso, que Rajoy conozca la máxima inglesa «Cuando las cosas se ponen
rematadamente mal, lo mejor es que se estropeen del todo». Lo malo son las
amarguras que causan los estropicios y los esfuerzos que cuestan las
recuperaciones. Con el agravante de que la economía puede recuperarse, pero la
unidad de España ha quedado en manos de quienes quieren romperla. Las
desgracias nuca vienen solas.
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