Decía David Mamet en ‘La
vieja religión’ que nada será defendido con tanta vehemencia como una mentira, verdad tajante que los sembradores de odio -en su desfile
propagandístico por los medios de comunicación a su servicio-están acreditando
con ocasión de la pérdida del califato andaluz.
Los sembradores de odio no
aceptan que un partido de ideología derechista haya obtenido mediante las urnas
una notable representación parlamentaria y la consiguiente capacidad de
posibilitar el desalojo de un gobierno que se creía eterno y la liquidación de
un régimen. No lo aceptan.
Estamos ya acostumbrados a que los sembradores de odio,
cuando no tienen el poder, pretendan obtener en la calle –con frecuencia de
modo violento- lo que no han conseguido en las urnas, fomentando el
enfrentamiento, alimentando la ira y avivando la llama de la violencia. Caínes sempiternos, como cantó Cernuda. Muestran con ello su verdadero
rostro: no son demócratas. Nunca lo han sido. Ni los socialistas ni ninguno de
los partidos marxistas que se sitúan a su izquierda. Puede que haya en el PSOE
militantes que representen y defiendan corrientes verdaderamente
socialdemócratas y humanistas, como lo fuera en su día Julián Besteiro. Pero
hoy, como entonces, son la minoría discordante. El PSOE, su aparato de poder, está en manos de radicales sembradores de odio -más parecidos a Largo Caballero y a los golpistas
revolucionarios que abocaron a los españoles a una guerra fratricida- cuyo único programa político consiste en tomar el
poder y mantenerse en él a toda costa. Ninguna
diferencia, pues, con los partidos situados a su izquierda –es decir,
comunistas- aunque éstos pretendan disfrazar
tal identidad con imaginativas caretas de atractivo nombre. En el fondo, unos y otros abominan de la democracia (la democracia burguesa, en su terminología leninista)
que sólo aceptan como instrumento para la conquista
del poder. Lo que viene después es
irrelevante; quiero decir, que tanto da que la toma del poder tenga por objeto
la instauración de una dictadura –cínica y falsamente apellidada del
proletariado- como satisfacer sencillamente los intereses de una oligarquía –la
famosa casta- entendido esto como fin en sí mismo.
En suma, la democracia sólo es buena si conviene a sus
intereses; en caso contrario, la democracia
ha de ceder ante la Verdad Suprema,
contenida en los sacrosantos dogmas de su ideario:
la ideología de género, el multiculturalismo, la memoria histórica, etc., cuyo
cuestionamiento –como todos sabemos- es tema tabú so pena, para quien a ello se
atreva, de degradación a la categoría de excremento y muerte civil.
Y así vivimos el momento actual en el que los medios y
sus propagandistas al servicio de los sembradores de odio se rasgan las
vestiduras porque un partido (Vox), por ser de derechas, ose pretender en sus
propuestas programáticas que se aplique la llamada ley de extranjería (Ley
Orgánica 4/2000, de 11 de enero, sobre derechos y libertades de los extranjeros
en España y su integración social). Ley que dispone –como en la inmensa mayoría
de los demás países- la expulsión o devolución de todos los extranjeros que
hayan entrado ilegalmente en el país. Ya sean cincuenta y dos mil o cincuenta y
dos millones. Ley en cuya elaboración y aprobación ninguna participación tuvo
Vox. Ley aprobada por el PP y el PSOE, vigente 18 años, la mitad de los cuales
bajo gobierno socialista.
En este asunto, como en tantos otros en este país, el problema radica en que la ley vale
menos que el orín de los perros, que la ley no deja de ser un instrumento al servicio del
corrompido juez que la retuerce (leyes
torcidas, como irónicamente las llamó Quevedo) o del jerarca que se considera por encima de ella y decide
arbitrariamente cuándo y a quién se aplica.
Como en los tiempos de don Benito, el Garbancero: “Así están las leyes, arrinconadas como trastos
viejos cuando perjudican a los que las han hecho. Así huele tan mal el libro de
la Constitución…”Claro que muchísimo
antes ya advertía Aristóteles contra tales sujetos: “intentar ser más sabio que las leyes es justamente lo
que está prohibido en las leyes más estimadas.”
Y así vivimos el momento actual en el que los sembradores
de odio sueltan a la jauría feminista –la femiborroka, llama con acierto
Libertad Digital- y avivan la violencia contra un partido (Vox), por pretender
legítimamente lo que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (Toda
persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin
distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de
cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento
o cualquier otra condición) y nuestra
vigente Constitución (Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda
prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión,
opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social)
reconocen, esto es: la igualdad de todas las personas ante la ley, sin que
pueda prevalecer discriminación alguna por razón de sexo.
Y así vivimos un momento en que estos sembradores de odio
abren las puertas de los cuarteles a sus brigadas nacionalistas y a sus camisas
pardas, para que agredan a los miembros de un partido (Vox) que se ha atrevido
a defender lo que la Constitución proclama: La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación
española, patria común e indivisible de todos los españoles…; y llaman a la movilización general de
todos sus paniaguados –que son legión-
contra la investidura de un gobierno no sólo legítimo sino infinitamente más
legítimo que ese otro tan de su agrado, que, sin embargo, es sostenido por comunistas totalitarios, nacionalistas
golpistas y etarras asesinos.
Malos momentos, pues,
no sólo para la lírica, también para la
democracia. Estos seudodemócratas que no
aceptan los resultados de las urnas, que
practican la exclusión social de los que no compartan sus dogmas, con sus
cordones sanitarios y sus líneas rojas, que promueven
-alimentado el odio con mentiras- las razias y las noches de cristales rotos contra
aquéllos que son señalados por su dedo despótico, terminarán –con el silencio cómplice
de algunos- encanallando al pueblo y
llevando el país a la ruina. Pensando en
ellos, vuelvo a Mamet: ¿Ha
existido algún salvaje que no llame Razón a su brutalidad…?
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