Las cosas no ocurren por casualidad; hay causalidad....
La impunidad con que actúan los políticos nacionalistas catalanes, y la complicidad incondicional de sus partidarios no es fruto de la razón histórica que esgrimen con descaro, sino de la normalización del delito. En palabras del Tribunal Supremo: “Se está asimilando como normal la destrucción del Estado de Derecho”.
Cambio de escenario tras Andalucía
El pasado 2 de diciembre se produjo un pequeño terremoto en el panorama político español: en Andalucía la izquierda perdió el monopolio que ostentaba desde la transición a la democracia y un partido extraparlamentario al que se venía tachando insistentemente de fascista, anticonstitucional y otras lindezas al uso, entraba con una sustancial representación en el Parlamento regional. En este país nuestro, muchos piensan que quien cumple la ley es un tonto, y que quien reclama que la ley se cumpla es un fascista. Curiosamente, los que sustentan tales opiniones se consideran demócratas de progreso y pontifican a diario en los medios más leídos y escuchados...
.....Pero hete aquí que llegan las elecciones andaluzas y ponen en entredicho la supuesta fe bobalicona del votante español en el diálogo con los separatistas. El éxito de Vox y de Ciudadanos ha sido una bofetada al doctor presidente en las sonrosadas mejillas de Susana. El anómalo Gobierno de Sánchez se encuentra entre la espada del elector escamado y la pared de los votos parlamentarios separatistas que necesita para sobrevivir. En consecuencia, Sánchez se siente obligado a dar un pequeño golpe de timón y criticar un poquito a los separatistas, que, por cierto, también están entre otra espada (su creciente impopularidad) y las exigencias de los enragés CDR, cuyos votos necesitan para apoyar sus propios presupuestos. Se crea así un complicadísmo equilibrio entre dos gobiernos en precario (Sánchez y Torra) que se necesitan el uno al otro, pero cuya colaboración amenaza con provocar una sublevación de sus bases electorales respectivas....
Desconecta.
Ricardo.
Canalsu Adalucía imparable.
Con queso.
El lenguaje político. Hoy, la coherencia.
Sonrisa naranja, siempre gracias.
Con queso.
El lenguaje político. Hoy, la coherencia.
Seguimos analizando las señales del lenguaje político con la inestimable colaboración del reconocido especialista austro-húngaro Pos Tureo.
Tensa calma en el frente.
Tras caer, por fin, en que lo de “las sonrisas” es una matraca, Pedro Sánchez decide pasar a la acción y amenaza a los golpistas con mandar la policía a Cataluña descartando, muy a su pesar, la intentona final planificada en Moncloa para apaciguar a Torra: que llamara Gila.
Recua
El Frente Popular de Judea
http://letracursivacornelia.blogspot.com/2018/12/normalizar-la-voladura-de-la-democracia.html
https://www.elmundo.es/opinion/2018/12/14/5c1261b021efa0c7088b45ba.html
http://canalsu.blogspot.com/2018/12/con-queso.html
https://www.elmundo.es/opinion/2018/12/13/5c114ae321efa0ee348b469f.html
http://canalsu.blogspot.com/2018/12/el-lenguaje-politico-hoy-la-coherencia.html
http://canalsu.blogspot.com/2018/12/recua.html
http://canalsu.blogspot.com/2018/12/tensa-calma-en-el-frente.html
Normalizar
la voladura de la democracia
Artículo
de Antonio Robles
La
impunidad con que actúan los políticos nacionalistas catalanes, y la
complicidad incondicional de sus partidarios no es fruto de la razón histórica
que esgrimen con descaro, sino de la normalización del delito. En palabras del
Tribunal Supremo: “Se está asimilando como normal la destrucción del Estado de
Derecho”.
No
empezó con el procés actual, ni con el apoyo de Pedro Sánchez al relato
golpista. La normalización del mal es un proceso iniciado y planificado por
Jordi Pujol desde que okupó la Generalidad en 1980. Entiéndase por
“normalización del mal” la voluntad de relativizar el delito, de minimizar el
incumplimiento de la ley en nombre del agravio, o el menosprecio por los
valores democráticos consagrados en nuestra Constitución. En ninguna sociedad
democrática al uso sería fácil tal camelo, no así en esta Cataluña narcisista
donde el discurso racional ha sido suplantado por alegatos emocionales.
A
un año de la frustrada declaración unilateral de independencia, hemos llegado a
su máxima excitación. No siempre fue así, el camino hasta el 1 de octubre ha
sido lento y sin publicidad para no levantar sospechas cuando la sugestión
colectiva aún no daba para desbordar las calles. Y a medida que el virus ha ido
diluyendo las convicciones democráticas en nombre de un falso pueblo oprimido,
el radicalismo separatista ha logrado convertir esa irresponsabilidad ante la
ley, en un derecho colectivo, donde las calles son suyas, el derecho a decidir,
un dogma, y la obediencia al Estado, una traición al pueblo de Cataluña. ¿Cómo
se ha llegado a tal impostura?
Todo
empezó con la manipulación del lenguaje. Mediante una palabra mágica:
“normalización”. Es decir, reducir la realidad compleja y plural de la sociedad
catalana al ideal identitario del nacionalismo catalán. Usada hasta la
saciedad, explica la norma, el modelo de sociedad étnica buscada, el ADN
exclusivo y excluyente de ser catalán. Eso es la normalización, la acción lenta
pero persistente de legitimar la exclusión, el abuso, la prevaricación, la
corrupción, el desprecio por la ley. La forma de hacer normal lo obsceno y delictivo.
Esa acción de normalizar el mal está detrás de todos los excesos nacionalistas
desde el primer Gobierno de Pujol hasta el empeño por normalizar, mediante
alambradas amarillas hoy, su rebelión contra la Constitución y la democracia.
Convertir el delito en normal. Ese es el empeño, en buena parte logrado, a
juzgar por el empecinamiento que ponen en vivir en una realidad paralela, a
espaldas de toda experiencia empírica.
El
primer paso de esa perversión de las conciencias fue la campaña iniciada en 1981
bajo el nombre de "normalización lingüística", y que en realidad era
el caballo de Troya para imponer la inmersión sólo en catalán y el
monolingüismo institucional (“una nació, una llengua”). La primera fase fue
vaciar la escuela de cualquier rasgo cultural, lingüístico y nacional de
España. En nombre de la recuperación de una lengua, ocultaban la otra, hasta
borrarla de la realidad. El objetivo era lograr que los niños percibieran su
presencia como extraña a la escuela, incluso como extranjera. Esa estrategia
iba acompañada de la exclusión de la historia común con España, de la cultura y
símbolos de ésta, hasta romper los lazos afectivos con el resto de españoles
mediante la normalización de su ausencia. Para dos generaciones de escolares,
España dejaba así de formar parte de sus conocimientos. Normalizar esa
percepción desde la escuela forma parte de la ruptura emocional con la
legalidad, porque tal legalidad aparecía como la de un Estado opresor. La
cuartada moral que les ha permitido incumplir la ley con buena conciencia.
Aquella
primera normalización ha sido el modelo de otras muchas, como la de la actual
ocupación pública de lazos amarillos como marca del territorio, la alambrada
amarilla que debería servir de cordón sanitario a las “bestias españolas” que
embrutecen la “identidad catalana”.
Lo
ha plasmado con nítida claridad Luis Miguel Fuentes en "Formas de
asfixia": los lazos amarillos "no tratan de hacer visible una
opinión, sino de inculcar, por aplastamiento, la idea falsa de que,
efectivamente, no hay sitio físico, material, para otro pensamiento". Si
en la escuela se forzó convertir en normal hablar sólo en catalán, “sentir” en
catalán, y reducir el paisaje escolar a simbología nacionalista para lograr que
la lengua, la cultura, y la misma existencia de España como nación se vivieran
como extrañas y extranjeras por cualquier niño, ahora, la marca amarilla del
territorio imponía una normalización amarilla como salvoconducto del buen
catalán frente al colonizador español. El color hace de estrella de David a la
inversa.
Se
trata de crear unanimidad en cada acción de gobierno, de cualquier
manifestación pública, o relato mediático. Y convertir esa unanimidad, en
normalidad social. Sea ésta la unanimidad editorial de las doce cabeceras de
prensa escrita en 2009 contra la sentencia del TC, sea estigmatizando al poder
judicial para desautorizar su acción contra los golpistas. Cada vez que se
repite, “hay que acabar con la judialización de la política”, se trata de
normalizar la desobediencia a la ley y desautorizar la separación de poderes.
Una manera de verbalizar el delito para disolver la legalidad que lo persigue,
como ocurre en el psicoanálisis con la catarsis de un trauma.
Con
ese mismo método han logrado normalizar la desobediencia a las Fuerzas de
Seguridad del Estado (Guardia Civil y Policía Nacional). La disculpa, el uso y
abuso de fake news del 1-O. Mediante campañas de difamación como “Espanya ens
roba”, o de victimismo democrático con “el derecho a decidir”, han normalizado
dos maneras de engañar y presentarse como víctimas. La cuestión es buscarse
coartadas, justificar, normalizar su deslealtad a la verdad y la ley como
coartada de sus fechorías. Es decir, convertir el delito, la rebelión, el
partidismo ideológico, la exclusión, la paranoia, en normal, en general. Es la
normalización del mal para lograr sus fines sin atenerse a las normas
democráticas.
La
capacidad del relato nacionalista para embaucar a buena parte de catalanes es
el salvoconducto para arrearle coces al Estado de Derecho. Y para recochineo,
en nombre de la democracia y la libertad de un pueblo ofendido. Con tal
salvoconducto han dicho verdaderas aberraciones antidemocráticas. Veamos
algunas.
Quim
Torra (2018): "No aceptaré ninguna sentencia que no sea la libre
absolución de los procesados". Ada Colau (2015): “Estamos dispuestos a
desobedecer leyes injustas porque el derecho a decidir del pueblo de Cataluña
es un principio democrático irrenunciable". Artur Mas (2016): "La
democracia está por encima del Estado de derecho". De Carles Puigdemont el
serial es interminable. Incluso ha tenido la osadía de querellarse contra el
propio juez del TS, Pablo Llarena, que instruye su causa por malversación,
sedición y rebelión. ¿Se imaginan al teniente coronel Tejero llevando a los
tribunales al tribunal que lo juzgó?
Felipe
González lo ha dicho por fin: son como termitas que están socavando al Estado
por dentro, amparándose en el propio poder. La metáfora es exacta. Pero ni
siquiera sirve ya para calificar la justificación que acaba de hacer el
presidente de la Generalidad de la vía Eslovenia a la independencia: "Los
catalanes hemos perdido el miedo. No nos dan miedo. No hay marcha atrás en el
camino a la libertad. Los eslovenos decidieron seguir adelante con todas las
consecuencias. Hagamos como ellos y estemos dispuestos a todo para vivir
libres". La normalización ya llega incluso al coste en muertos de esa
pulsión bélica. Esa es la verdadera revolución de las sonrisas, docenas de
muertos y el pistoletazo de salida para la última guerra balcánica con millones
de muertos. De momento, quieren depurar a los Mozos de Escuadra para
convertirlos en policía política, ya sin tapujos, a las bravas”.
Quienes
no se quieren hacer cargo del marrón, como quienes dependen de él para seguir
en el Gobierno, minimizan, ridiculizan las bravuconadas diarias alegando que
sólo es palabrería sin efecto jurídico alguno. ¡Qué equivocados están! Todo lo
que son se lo deben al arte de excitar los instintos más insolidarios y crear
las condiciones mentales para legitimarlos sin temor alguno al Estado. Se han
hecho fuertes al convertir a la masa sugestionada en irresponsable. Su gran
mérito y perversión ha sido lograr la "desconexión mental" con
España, tal como pedía en 2016 en una conferencia el actual presidente de la
Generalidad, Quim Torra y perder el respeto a la Ley.
Perder
el respeto a la ley, convertir el insulto en orgullo, reconciliar la
prevaricación y la corrupción con la justificación de los fines, lograr, en
suma, normalizar la apología del delito, constituye la intendencia mental
necesaria para descargar de culpa a la tropa. Y estamos en guerra, aunque
nuestro gobierno no se haya enterado. Él, a su manera, y toda la izquierda
podemita a la suya, también están ayudando a normalizar el desplante al Estado
de Derecho. Cada vez que comparten sus mantras para demostrarles comprensión,
los normalizan. Cuando acusan a la derecha de incitar a la crispación, los
descargan de culpa y reafirman sus convicciones, cuando Adriana Lastras, Carmen
Calvo o Pablo Iglesias responsabilizan al PP o Cs de ser “una fábrica de
independentistas” les eximen de su propia culpabilidad en la manipulación de
TV3 como fábrica de independentistas, y les eximen de su propia responsabilidad
en el adoctrinamiento en la escuela. Cuando se negaron a firmar el 155 si se
intervenían los mozos de escuadra, estaban normalizando la existencia de una
policía política al servicio de la ruptura de España. Y ahora, cuando se han
avenido a trasladar a los golpistas a cárceles catalanas, a forzar a la abogacía
del Estado a retirar el delito de rebelión o anunciar el indulto en caso de
condena, lo que está haciendo el PSOE es normalizar el desprecio por la
separación de poderes y justificar el incumplimiento sistemático de la ley por
parte del nacionalismo.
Esta
izquierda posmoderna que relativiza valores y principios siempre que le
conviene, y estos nacionalistas que han convertido la desobediencia a la ley en
su particular manera de entender la democracia, están cometiendo un delito
mucho más grave que el intento de romper el Estado, están justificando el
desprecio por la democracia.
Antonio
Robles
Escritor
y filósofo
Barcelona,
9 de noviembre de 2018
Cambio de escenario tras Andalucía
El
pasado 2 de diciembre se produjo un pequeño terremoto en el panorama
político español: en Andalucía la izquierda perdió el monopolio que ostentaba desde la
transición a la democracia y un partido extraparlamentario al que se venía
tachando insistentemente de fascista, anticonstitucional y otras lindezas al
uso, entraba con una sustancial representación en el Parlamento regional. En
este país nuestro, muchos piensan que quien cumple la ley es un tonto, y que
quien reclama que la ley se cumpla es un fascista. Curiosamente, los que
sustentan tales opiniones se consideran demócratas de progreso y pontifican a diario en
los medios más leídos y escuchados.
Cierto es que, técnicamente, el PSOE ganó las pasadas
elecciones; pero sus resultados han sido decepcionantes y han culminado una
clara tendencia descendente. Recordemos que, en sus primeros comicios como
candidata a la presidencia (2012), Susana Díaz perdió frente a Javier Arenas y sólo gobernó porque éste no alcanzó la mayoría absoluta y
ella tuvo el apoyo de Izquierda Unida. En las siguientes elecciones (2015),
perdió casi 125.000 votos y, aunque ganó, de nuevo necesitó apoyo, esta vez de
Ciudadanos. En total, desde 2008, el socialismo andaluz ha visto su apoyo
reducirse en más del 50%, desde casi 2,2 millones de votantes a apenas un
millón.
Pero
si el resultado electoral andaluz ha sido un desastre para Susana Díaz, a la
larga resulta ominoso para su compañero, el presidente Pedro Sánchez (Adenauer decía que no hay peor
enemigo que el compañero de partido y el PSOE parece darle la razón). Si el
doctor lleva más de seis meses haciendo equilibrios en una baldosa para mantener contentos a los separatistas
que le apoyan en las Cortes, los resultados andaluces han reducido mucho el tamaño de la
baldosa sobre la que efectúa sus piruetas. Como reconoció la propia Díaz tras
las elecciones, se ha demostrado que una fracción creciente de los votantes
rechaza el tan cacareado diálogo con los separatistas, que se nos había querido vender como la búsqueda de una
solución política sin confrontaciones y con el que se trataba de justificar el
desesperado oportunismo de un Gobierno dependiente de los votos de los
separatistas.
El "diálogo" se ha convertido en el comodín mirífico para nuestros
estadistas, que lo proclaman y prodigan a diestro y siniestro como el bálsamo
de Fierabrás de la política. Pero, eso sí, se niegan a estudiar historia.
Legislan profusamente sobre historia, pero no la estudian. Lo sucedido en
Múnich en septiembre de 1938, por ejemplo, quizá el episodio diplomático más
conocido y lamentado del siglo XX, no merece ninguna reflexión por parte de
nuestros dialogantes. El diálogo de Chamberlain con Hitler en aquella ocasión, respaldado casi unánimemente por el
pueblo británico, propició y aceleró el estallido de la Segunda Guerra Mundial,
y desprestigió para la posteridad la figura del entonces tan aclamado
Chamberlain.
Pero no hace falta irse tan lejos en el tiempo y en el
espacio. La historia reciente nos muestra que los Gobiernos españoles llevan
dialogando con los disidentes catalanes desde la Transición, más de 40 años,
siempre con pésimos resultados. Primero se dialogó con los catalanistas para consensuar la
Constitución y legislación aneja. Se cedió en casi todo. Luego se dialogó con
los nacionalistas de Pujol en aras de la gobernabilidad. Se dejó al entonces
honorable hacer en Cataluña lo que quisiera, como si fuera su cortijo,
transgrediendo las leyes, con la extorsión del 3% y demás trapacerías, y adoctrinando a niños y
adultos en el odio a España. Luego se dialogó
con los soberanistas del Tripartito y de Mas para que no
se hicieran separatistas, y en 2006 se les regaló un segundo (o tercer)
estatuto para que el voto catalán permitiera a Zapatero ganar en 2008. Y encima los leales interlocutores se
enfadaron porque el Tribunal Constitucional recortó tímidamente lo más
disparatado de aquel texto sacrosanto (que, por cierto, los Gobiernos de Puigdemont y Torra han violado
impunemente). Se dialogó luego con los separatistas
para que no declararan la independencia. Naturalmente, la
declararon. En todo momento se permitió que en Cataluña se ignorase
olímpicamente la Constitución, en cuya redacción tanto se había concedido al
catalanismo (y, más aún, al nacionalismo vasco). Y ahora se trata de dialogar
con los independentistas para ver si se dividen, aplazan por el momento una
nueva secesión y, sobre todo, para que permitan al Partido Socialista seguir
gobernando en la baldosa.
La historia -la de hoy y la de la República- enseña que, cuanto más se ha dialogado
con la minoría separatista catalana, más ha aumentado el número de sus adeptos,
más
intransigentes se han vuelto, y mayores han sido sus exigencias. Esto es una
lección histórica que está a la vista de todos. Muchos, sin embargo, se niegan
a verla, persisten en el estribillo del "diálogo" y repiten que el
problema catalán es político y debe resolverse políticamente. Es decir, que
debe seguirse dialogando y cediendo, aunque queda ya tan poco que ceder que lo
que se ofrece ahora es sacrificar la independencia judicial, dar a los
separatistas más dinero y poder, y ceder en el dislate famoso de la
"nación de naciones", fórmula infalible para la desmembración
nacional, como demuestran los casos del Imperio Austro-Húngaro, Yugoslavia, y
la Unión Soviética. Y si los jueces no quieren colaborar en el asesinato de Montesquieu, se ofrece la impunidad, el indulto con el que el gobierno va
a premiar la deslealtad, la traición y la rebelión en lugar de galardonar a los
jueces por su valor, su integridad y su lealtad a las leyes que nos hemos dado
democráticamente.
Pero
hete aquí que llegan las elecciones andaluzas y ponen en entredicho la supuesta
fe bobalicona del votante español en el diálogo con los separatistas. El éxito de Vox y de Ciudadanos ha sido
una bofetada al doctor presidente en las sonrosadas mejillas de Susana. El anómalo Gobierno de Sánchez se encuentra entre la espada
del elector escamado y la pared de los votos parlamentarios separatistas que
necesita para sobrevivir. En consecuencia, Sánchez se siente obligado a dar un
pequeño golpe de timón y criticar un poquito a los separatistas, que, por
cierto, también están entre otra espada (su creciente impopularidad) y las
exigencias de los enragés CDR, cuyos votos necesitan para
apoyar sus propios presupuestos. Se crea así un complicadísmo equilibrio entre
dos gobiernos en precario (Sánchez y Torra) que se necesitan el uno al otro,
pero cuya colaboración amenaza con provocar una sublevación de sus bases
electorales respectivas.
Es difícil por tanto saber qué hay detrás de la amenaza de
Sánchez de mandar a la Guardia Civil a poner fin al desmadre en Cataluña. La
actitud agresiva y violenta de los CDR puede provocar situaciones muy
desagradables para el Consejo de Ministros que, al parecer como gesto amistoso,
el doctor Sánchez decidió celebrar en Barcelona el próximo viernes 21. El gesto
amistoso pudiera así derivar en un episodio desairado y violento para el
Gobierno si los Mozos de Escuadra no imponen el orden. Pero en los recientes
incidentes en que los CDR sembraron el caos y la
violencia en Cataluña y fueron
tibiamente reprimidos por los Mozos, Torra se puso al lado de los violentos y
reprendió a su propia policía por pretender mantener el orden. Surgieron así
las diferencias con el Gobierno central; Torra parece dispuesto a rectificar,
pero esto podría encrespar más a los comités republicanos que considerarían la
rectificación como una humillación ante Madrid. Estamos, como puede verse, en
un juego en que todos pierden (sobre todo el pueblo español), en el que ni la
mente maravillosa de John Nash, el genio loco de la teoría de los juegos, podría prever una
situación satisfactoria.
Ante un escenario tan tenso y enrevesado sería lógico,
honrado y, sobre todo, democrático, convocar elecciones. Pero da la impresión de que esta posibilidad aterra al doctor
Sánchez, cuyo pánico a la expresión de la voluntad popular parecen haber
exacerbado los comicios andaluces. Sin embargo, alargar la agonía puede
acarrearle un mayor batacazo electoral. Su situación no es envidiable para una
persona normal. Pero en el atolladero se metió él solito. Lo malo es que con él
nos arrastró a todos los demás, y en ésas estamos.
Gabriel Tortella, economista e historiador, es autor de Capitalismo y Revolución,
y coautor de Cataluña en España. Historia y mito (con J. L. García Ruiz, C. E. Núñez y G. Quiroga), ambos publicados en Gadir.
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