jueves, 14 de junio de 2018

Editoriales. Inmigración y buenismo político + Nuestros 28 aquarios, por Antonio Burgos, recomendado + El cese obligado de Màxim Huerta = Tiempo de reflexión.



Editoriales. 

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Inmigración y buenismo político.



Hay que decir que nuestro país tiene ya dificultades para afrontar el fuerte incremento de llegada de migrantes. Y por más que las nuevas autoridades italianas agiten el espantajo antiinmigración con medias verdades y falsedades, los datos ciertos dicen que, en lo que llevamos de 2018, la llegada de refugiados a Italia se ha reducido notablemente respecto a 2017, mientras que se ha incrementado en más de un 25% a España, ya que la dura situación geopolítica en el Sahel -con el avance del yihadismo- ha desviado las rutas de los tráficantes de personas hacia el Mediterráneo occidental.


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Nuestros 28 Aquarius


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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Cuando ganó la moción de censura, nos creímos Sánchez no cumplía con el precepto constitucional que establece que el aspirante a sustituir al presidente del Gobierno debe presentar un programa. Sí tenía programa: no es otro que la demagogia a cualquier precio, el márquetin que le señala Iván Redondo en cada momento. Lo que no mata las perspectivas electorales, engorda la previsión de voto. Así, machadianamente, "golpe a golpe", demagogia a demagogia, viene gobernando desde que vendió a España y a su Constitución a los proetarras y separatistas de toda laña, con tal de obtener los 180 votos que aseguraban lo que, sí, resulta que lo llevaban en el programa de la moción de censura y que los unió a todos: "desalojar a Rajoy de La Moncloa". El programa con el que vencieron fue, digamos, como la propaganda de una empresa de mudanzas, por más que el porte fuera cortito: de la residencia oficial de La Moncloa a su chalé de Aravaca, que está como quien dice al lado.

Desde entonces, la demagogia no cesa. Todo es bueno para el convento. El albondigón de la demagogia, caiga quien cae. Y si cae un barco cargado de inmigrantes subsaharianos que Italia rechaza en todos sus puertos y al que también Malta le prohíbe la entrada, con 629 criaturas a bordo, niños y embarazadas incluidos, y ese buque se llama "Aquarius", y está siendo un escándalo "humanitario" la prohibición por parte de todas las naciones europeas para que desembarque al pasaje de los que huyen de África buscando la paz y horizontes de prosperidad, pues entonces a Sánchez le sirven la demagogia en bandeja, y se apresura a decir como en el anuncio:

-- ¡Me lo quedo!

Y ahí empieza la ceremonia de la propaganda a costa de las pobres 629 criaturas, que ya vienen camino del puerto de Valencia, en tres barcos, porque el que los salvó de sus pateras resultaba un riesgo. He repetido la cifra: 629 inmigrantes, a los que, del tirón, la demagogia de Sánchez, sin mayores indagaciones, les va a conceder a todos la condición de refugiados y una "renta de inclusión social mínima" de 495 euros al mes. Y sin tener en cuenta el "efecto llamada", ni la vista gorda a las mafias de la inmigración que operan de Libia a Marruecos.

Sin tanta demagogia, sin hacer política a costa de la desgracia humana de los inmigrantes subsaharianos, en Andalucía sabemos algo de esto. En el año 2017, Andalucía, de Tarifa a Motril, recibió en sus costas a 17.614 inmigrantes, que vinieron en 803 pateras, y que equivalen a 28 "Aquarius". Y en lo que va de 2018, han llegado a nuestras costas 300 pateras con 7.500 inmigrantes subsaharianos a bordo; o sea, 11 "Aquarius", sin que tampoco nadie haya hecho la menor propaganda humanistarista ni demagogia. Diga lo que diga y haga lo que haga la Unión Europea, cada semana los andaluces cumplimos como seres humanos decentes con el problema de la inmigración africana. Cercanísimo. Recordarán un vídeo que quizá también le mandaron a usted por Internet, en el que a una de nuestras playas, quizás Caños de Meca, llegaba una patera de inmigrantes cuando los veraneantes estaban bañándose o bajo sus sombrillas. Los bañistas acudían presurosos en ayuda de aquella pobre gente que llegaba. Pero es que esto es lo que "todos los días del año", como canta la sevillana, de Salvamento Marítimo a la Guardia Civil, pasando por la Armada, la Cruz Roja, la Policía Nacional, el Ejército del Aire, hacen todas nuestras instituciones, dedicadas horas y horas a salvar vidas en el Estrecho, para acoger a los inmigrantes y atenderlos con toda dignidad. Punto en el cual aprovecho para hacer el justo elogio de la tarea del hasta ahora delegado del Gobierno, don Antonio Sanz, que sí que sabe de la triste realidad de lo que otros no ven más que desde el cristal de aumento de la demagogia. Y ningún telediario habla de esos 28 "Aquarius" que llegaron a Andalucía en el 2017 y de los 11 que han llegado en lo que va de 2018. Así que vete con la propaganda de La Habana y de más negritos a otra parte, demagogo Sánchez...

El cese obligado de Màxim Huerta 


Pero lo que ha terminado de sentenciar a Huerta ha sido el rasero moral que él mismo fijó a menudo en las redes sociales y que el hoy presidente del Gobierno estableció con cristalina nitidez en 2015. Por entonces, en un programa de televisión, Pedro Sánchez adquirió un compromiso formal para distanciarse del inaceptable e hipócrita comportamiento de Juan Carlos Monedero, a quien se le había descubierto un fraude fiscal de cientos de miles de euros mediante el uso de una sociedad interpuesta: «Si yo tengo en mi dirección a un responsable político que crea una sociedad interpuesta para pagar la mitad de los impuestos que le toca pagar, esa persona al día siguiente estaría fuera». Sánchez solo tenía una salida para mantenerse a la altura de su exigencia, la misma que invocó como argumento legitimador de la moción de censura que derribó el Gobierno de Rajoy. 

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Que PP y Podemos pidieran la dimisión de Huerta era previsible. Que el partido del Gobierno la haya concedido, una necesidad. El PSOE pretende proyectarse como regenerador de la vida pública manchada por el PP, pero esa pretensión tiene más que ver con la coartada táctica de la censura que con la realidad del partido de los ERE. En todo caso, el mejor modo de evitar escándalos -la dimisión de Huerta, sumada al levantamiento del control de las cuentas a Torra, daña en poco tiempo la credibilidad de esta presidencia- aconseja prevenir. Sánchez es responsable de este bochorno: debía saber que alguien sancionado por fraude fiscal, que trató además de colar 310.000 euros de gastos injustificados (entre ellos una casa en la playa), no superaba los estándares de ejemplaridad predicados por la feroz oposición -¿«jauría», diría Huerta?- al marianismo. La apuesta por José Guirao, de perfil opuesto al del saliente, supone la admisión implícita del error primero. Un proyecto político para España no puede consistir en una sucesión de golpes de efecto, por bienintencionados que sean, como la acogida del Aquarius. La mercadotecnia no tapará la falta de rumbo, que parece limitarse a hacer lo contrario de lo que haría Rajoy.


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¿Es usted un ciudadano normal o todavía piensa?


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Inmigración y buenismo político

EDITORIAL


La esencia de la Unión Europea queda en entredicho con un episodio tan lamentable como el del barco Aquarius, con más de 600 emigrantes rescatados a bordo. La decisión del Gobierno español de acogerles en Valencia, tras la negativa del vicepresidente italiano Salvini -líder de la xenófoba Liga- a que pisaran su país, soluciona en este caso un problema humanitario urgente, aunque por otra parte podría profundizar la gravísima crisis migratoria que afronta la UE. El gesto de Pedro Sánchez, más allá de que sea bienintencionado y solidario -no olvidemos que a bordo hay más de 100 niños y quedaban víveres para apenas un día-, soluciona la papeleta a Bruselas y, en concreto, a Italia y Malta. Pero sienta un precedente impredecible para nuestra política migratoria.

Quienes afrontan un asunto tan complejo desde un populismo buenista no tardaron en aplaudir al nuevo inquilino de La Moncloa, sin reparar en que, por desgracia, cada día hay barcos en situación similar a la del Aquarius, y no es bueno permitir que dejen de asumir con total impunidad sus responsabilidades quienes deben afrontarlas, en este caso el Gobierno de Italia, que puede haber violado varias normas de Derecho Internacional. Ante el bondadoso Sánchez, Salvini se frotó ayer las manos y no dudó en clamar "victoria". 

Hay que decir que nuestro país tiene ya dificultades para afrontar el fuerte incremento de llegada de migrantes. Y por más que las nuevas autoridades italianas agiten el espantajo antiinmigración con medias verdades y falsedades, los datos ciertos dicen que, en lo que llevamos de 2018, la llegada de refugiados a Italia se ha reducido notablemente respecto a 2017, mientras que se ha incrementado en más de un 25% a España, ya que la dura situación geopolítica en el Sahel -con el avance del yihadismo- ha desviado las rutas de los tráficantes de personas hacia el Mediterráneo occidental.

Buenas acciones como la de Sánchez pueden resultar contraproducentes. Entre otras razones por el peligroso efecto llamada, y porque quitan presión a la toma de decisiones donde éstas deben adoptarse. El desafío migratorio, uno de los mayores retos a los que se va a enfrentar la UE este siglo, exige respuestas integrales y coordinadas de los Veintiocho. Los países de la frontera sur llevan muchos años denunciando, con razón, que éste es un problema de toda Europa, del que los países del norte no pueden desentenderse. La política de Bruselas en esta materia ha sido un estrepitoso fracaso, con chapuzas como la adopción en su día de cuotas obligatorias de reasentamiento de refugiados que casi nadie ha cumplido. Ahora mismo parece insalvable la distancia entre países para adoptar juntos nuevas medidas. Estamos ante un desafío enormemente complejo. Pero solo podremos empezar a afrontarlo con más Europa, con más coordinación comunitaria, no actuando cada país por libre como ayer.

El cese obligado de Màxim Huerta




Llegó, vio y dimitió. O mejor: llegó de forma inopinada, se le vio pronto su escasa idoneidad para el cargo y le obligó a marcharse -él por la mañana había manifestado su voluntad de seguir- el mismo que le había escogido como guinda mediática a un Gobierno de celebridades. La elección de Màxim Huerta como ministro ya fue una temeridad, amparada en la intención descaradamente propagandística que ha guiado la formación de este Ejecutivo en franca minoría. Su designación para la cartera de Cultura y Deporte ahondó el despropósito, pues si sus méritos literarios se antojaban modestos, sus tuits desahogados agredieron al mundo del deporte. Debutó disculpándose. Y se marcha en tono de desafío, entre excusas y reproches de quien no aprendió lo que aún significa una silla en el Consejo de Ministros.

Pero lo que ha terminado de sentenciar a Huerta ha sido el rasero moral que él mismo fijó a menudo en las redes sociales y que el hoy presidente del Gobierno estableció con cristalina nitidez en 2015. Por entonces, en un programa de televisión, Pedro Sánchez adquirió un compromiso formal para distanciarse del inaceptable e hipócrita comportamiento de Juan Carlos Monedero, a quien se le había descubierto un fraude fiscal de cientos de miles de euros mediante el uso de una sociedad interpuesta: «Si yo tengo en mi dirección a un responsable político que crea una sociedad interpuesta para pagar la mitad de los impuestos que le toca pagar, esa persona al día siguiente estaría fuera». Sánchez solo tenía una salida para mantenerse a la altura de su exigencia, la misma que invocó como argumento legitimador de la moción de censura que derribó el Gobierno de Rajoy. 

Que PP y Podemos pidieran la dimisión de Huerta era previsible. Que el partido del Gobierno la haya concedido, una necesidad. El PSOE pretende proyectarse como regenerador de la vida pública manchada por el PP, pero esa pretensión tiene más que ver con la coartada táctica de la censura que con la realidad del partido de los ERE. En todo caso, el mejor modo de evitar escándalos -la dimisión de Huerta, sumada al levantamiento del control de las cuentas a Torra, daña en poco tiempo la credibilidad de esta presidencia- aconseja prevenir. Sánchez es responsable de este bochorno: debía saber que alguien sancionado por fraude fiscal, que trató además de colar 310.000 euros de gastos injustificados (entre ellos una casa en la playa), no superaba los estándares de ejemplaridad predicados por la feroz oposición -¿«jauría», diría Huerta?- al marianismo. La apuesta por José Guirao, de perfil opuesto al del saliente, supone la admisión implícita del error primero. Un proyecto político para España no puede consistir en una sucesión de golpes de efecto, por bienintencionados que sean, como la acogida del Aquarius. La mercadotecnia no tapará la falta de rumbo, que parece limitarse a hacer lo contrario de lo que haría Rajoy.



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