Tribuna
JESÚS CASAS GRANDE
Yo me hice funcionario público porque quería cambiar el mundo
Pertenezco al Cuerpo de Ingenieros de Montes del Estado desde hace 34 años. He escuchado a Antonio Banderas y no creo que los funcionarios seamos un lastre para España.
- En tiempos confusos, cuando imperan las dudas, será siempre una Administración profesional, seria y comprometida con todos la que salve lo esencial
- Yo no sé si mucha gente piensa que con personas así se hace país, pero yo sí lo creo. Sigo pensando que la de funcionario es una hermosa profesión
"No dudes nunca de que un pequeño grupo de ciudadanos conscientes y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, siempre ha sido así" Margaret Mead.
Yo me
hice funcionario público porque quería cambiar el mundo
Pertenezco al Cuerpo de Ingenieros de Montes del
Estado desde hace 34 años. He escuchado a Antonio Banderas y no creo que los
funcionarios seamos un lastre para España
Hace ya más de 30 años, al final de mi formación universitaria, tomé una
decisión de la que nunca me he arrepentido. Decidí hacerme funcionario público. Alternativas no me faltaban. Había
completado un destacado expediente académico, la propia universidad pretendía
que me consagrase a la investigación académica, y diversas grandes empresas me
ofrecieron formar parte de sus equipos, incluyendo máster y otras formaciones
adicionales.
Y fue precisamente en una reunión
con un alto directivo de una de esas empresas, en la que se suponía que iba a
firmar un primer contrato, cuando, a la luz de la conversación, amable,
cordial, casi de padre a hijo, ambos llegamos a la conclusión de que lo que debería
hacer era otra cosa.
En tiempos confusos, cuando imperan las dudas, será
siempre una Administración profesional, seria y comprometida con todos la que
salve lo esencial
Un año y medio después había aprobado la oposición al Cuerpo de Ingenieros de Montes del Estado. Con
ello empezó un discurrir por la realidad de mi país buscando todos los días
cómo hacerlo mejor, cómo construir decencia. Ese camino me ha llevado por
lugares y situaciones increíbles, a conocer a seres excepcionales, a
enfrentarme con mis limitaciones, a crecerme en mis carencias… Y nunca ha dejado
de ser un camino de compromiso, de dedicación, de hablar claro, de apostar fuerte,
de echar el resto cuando ha sido preciso, y de aspirar a que cuando todo esto
acabe, que por mucho que se alargue no tardará mucho, lo que deje sea un poco
mejor que lo que encontré.
Ese camino navegó las aguas perdidas
de las Tablas de Daimiel, se dejó mucha piel en los
arenales de Doñana para
que siguieran siendo simplemente arenales y de todos, trató de ensamblar la
utopía de unos Picos de Europa donde
las fronteras administrativas no tuvieran relevancia, abrió futuros para Cabañeros, Sierra Nevada, Monfragüe, Islas Atlánticas…
Deambuló por el siempre afilado y angosto filo de navaja entre conservación de
la naturaleza y desarrollo socioeconómico, trató de articular una respuesta
clemente en clave de luz y de sonrisa a la
media España que se nos vacía, buscó una mirada atenta para esa
parte de la sociedad, las mujeres, a las que se debe todo y se ignora tanto…
Mucho andado, y espero que no poco aún por andar.
Nunca estuve solo. Siempre me he
sentido parte de un hermoso grupo de audaces atrevidos, visionarios de un mundo
mejor, empoderados para un territorio, una naturaleza, y una ciudadanía que
impulsaba a echar horas y horas ajenos a relojes y fichajes de entrada, a no
pararnos en el riesgo, a buscar el resquicio de la norma o a plantear sencillamente
mejorarla, a pelearlos y porfiar con quien hubiera que porfiar, a hablar claro,
a hacer de la libertad el mayor compromiso, a responder con la verdad posible y
honesta a las ideas de los superiores circunstanciales que llegaban y se iban,
desde la verdad, desde toda la verdad. A no tener miedo a decir lo que se pensaba.
A decir no cuando había que decir no, aun a riesgo de no ser entendido… A ver,
a escuchar, a atender, a hacer y a crear. A no cejar en la voluntad de creer
que siempre, día a día, gota a gota, incluso con el más pequeño de los
argumentos y la más liviana de las argamasas, es posible ayudar a construir una sociedad mejor.
Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel. (EFE)
En ese camino aprendimos a codearnos con esa clase política que a veces
impulsa y no pocas veces, digámoslo claro, bloquea. Descubrimos que los gobernantes lamentables son mucho más abundantes que los
dignos, y que de vez en cuando un miserable llega al poder. Y
también descubrimos qué caro resulta a veces defender el bien común y el
ejercicio de la responsabilidad profesional desde esa posición imprecisa que
algunos llaman de 'altos funcionarios'. En alguna ocasión, saboreamos el amargo
gusto del fracaso y la negación. En mi recuerdo están también los ratos perdidos, los tiempos de ostracismo, la soledad
del arrinconado simplemente por tratar de
estar por encima de la inmundicia que a veces, es verdad, rodea la gestión de
lo público. Qué pocas veces la mediocridad soporta el rigor, la
profesionalidad, la lealtad ejercida desde la libertad responsable. Y descubrimos
también qué mal se interpreta la lealtad al elegido como gobernante cuando
cambian los gobernantes. Sentimos en nuestras carnes el etiquetaje político,
los marcajes y los encasillamientos... La confusión entre identificación
ideológica y lo que solo es legítimo derecho a la progresión y a la carrera
profesional.
Viene todo esto a cuento de una
entrevista que tuve la ocasión de escuchar hace algunos días en la que un
conocido actor español, de intachable trayectoria profesional y reconocido
compromiso público, se hacía eco de la diferencia entre la sociedad
americana y la sociedad española. En la primera, prácticamente
nadie, según él, aspiraría a ser funcionario. En la nuestra, la mayor aspiración
social era la de ser funcionario.
"Los jóvenes de EEUU quieren ser emprendedores: dueños de sus propias
A partir de aquí aventuraba sobre qué se podía esperar de una sociedad en
la que sus jóvenes solo aspiraban a algo que, en su opinión, implicaba no tener ideas, estar ajenos a la ambición, caer en la
comodidad diletante y abúlica, y no estar dispuestos a jugársela por nada.
Coincido en que poco se puede esperar de una sociedad en que sus jóvenes no
tengan ideas, estén ajenos a la ambición por crear o no estén dispuestos a
jugársela por nada. Pero tengo mis dudas de que esas características se puedan
atribuir, con carácter general, a los funcionarios. Y menos puedo concluir que los funcionarios de mi país sean un
lastre para su desarrollo.
Mi vida profesional de funcionario,
y la de muchos compañeros y amigos en trance similar, ha sido, precisamente, el
resultado de querer ser dueños de nuestra
propia vida, de no querer estar encerrados en la rutina, de no
entender a nuestros superiores como seres a los que jurar sumisión, de ver a
los políticos no como jefes sino como la correa de trasmisión de la voz del
pueblo, de aprehender sus ideas, de impregnarlas de realidad, y de tratar de
sacarlas adelante en tanto decisión colectiva. De separar el trigo del salvado. De hacer cosas por todos. De construir futuros para todos. De hacer del compromiso colectivo una
divisa. Y también de jugárnosla, de enfrentarnos incluso a las voces de los
insensatos revestidos de orla y boato, o incluso, es cierto, a los ecos
insolidarios de alguna que otra parte de la ciudadanía por la defensa de toda
la sociedad: la actual y la que tiene que heredar este terruño.
Y voy más lejos. Me permito pensar que en tiempos confusos, cuando imperan
las dudas, el descrédito y la molicie, será siempre una Administración bien
organizada, formada, profesional, seria, responsable y comprometida con todos
la que pueda salvar lo esencial. La que pueda evitar los desmanes de los
atrevidos licenciosos que a veces aspiran a querer salvarlos cuando en realidad
solo pretenden encubrir, con ponzoñosa impostura embozada de lenguaje
políticamente correcto, su interés particular por la medra hacia pretendidas
cumbres cuando no su inmovilismo por conservar lo ya atrapado. No lo dudemos, siempre será la burocracia organizada la que guarde lo importante a la espera de nuevos tiempos y de
nuevas personas.
Y es verdad, en ese recorrido por la
vida real de esa burocracia he visto a muchos compañeros abandonados y
resabiados, perdidos en una rutina agónica de no saber qué
hacer, lastrados por la incapacidad de entender por qué su dedicación y sus
buenas intenciones eran entendidas como riesgo, convertidos en ruinas
memorables a la espera de la jubilación, algunos sobrecargados por una rutina
inexplicada e incomprensible… Todos ellos fueron un día ilusionados jóvenes por
el bien común, y a todos los mató algo que no tiene que ver ni con la
Administración ni con la función pública. Y no entenderlo así es querer
permitir a los culpables que escapen indemnes mientras nos ensañamos en la
denostación de sus tristes víctimas.
Una veterinaria libera un pato en el Parque de Doñana. (Reuters)
Todos los días, al empezar mi trabajo, me pregunto en qué puedo, desde mi
pequeño rincón, ayudar a que este país, mi país, sea un poco mejor. Gasto unos
segundos de tiempo en pensar, antes de exigir lo que el sistema me permite a
mí, cómo puedo yo ser útil al sistema. Y como yo
muchos, muchos, cientos de miles. Somos conscientes de que ahora tal vez sea
más difícil avanzar. Somos conscientes de que a veces nuestros comportamientos
resultan inexplicables, y sufrimos esa homogeneización en el descrédito de la
que nos ha impregnado a todos un puñado de desalmados.
Yo no sé si habrá mucha gente que
piense que con personas así se hace país, pero yo, ya un poco añoso como para
poder cambiar, así lo creo. En cualquier caso, es la razón que me ha guiado por
un camino que estoy orgulloso de haber recorrido. Nunca me he arrepentido, sigo pensando que la de
funcionario es una hermosa profesión, y no encuentro razón alguna para, en lo
que me reste, no seguir así pensándolo.
* Jesús Casas Grande es funcionario del Cuerpo de Ingenieros de Montes del Estado desde hace 34
años.
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