- “Los protagonistas de la Transición a finales de los setenta eran, en su mayoría, jóvenes entre 35 y 50 años que no vivieron la Guerra Civil”
- “Bajo el paraguas de aquellos principios consagrados constitucionalmente se ha criado una generación que hoy cuenta también entre 35 y 50 años. Ha sido la generación más privilegiada de la historia de España”
- “Es hora de que recuperen algo de humildad, reconozcan sus limitaciones y sepan determinar con claridad el interés de España y de los españoles”
A partir de finales de los años cincuenta del siglo pasado, el régimen
franquista inicia una liberalización que fue sentando las bases para lo que
luego alumbraría en la llamada Transición, la cual no hubiera sido posible si
el régimen seguía enquistado en sus políticas autárquicas de índole económica y
social.
......Un hito fundamental en
este proceso de apertura fue la
profesionalización de la Administración, con una función pública independiente
que propició la progresiva separación entre Estado y Gobierno. Curiosamente, el régimen clientelar auspiciado hoy por la
descentralización, hace que en algunos sitios, como Andalucía, sea una quimera
esa separación, resultando envidiable
-¡quién lo diría!- el sistema objetivo de selección de los
funcionarios públicos consagrado por la franquista Ley de Funcionarios Civiles
del Estado de 1964.
Una generación a prueba
Artículo de Luis Marín Sicilia
“Los protagonistas de la Transición a finales de los
setenta eran, en su mayoría, jóvenes entre 35 y 50 años que no vivieron la Guerra
Civil”
“Bajo el paraguas de aquellos principios consagrados
constitucionalmente se ha criado una generación que hoy cuenta también entre 35
y 50 años. Ha sido la generación más privilegiada de la historia de España”
“Es hora de que recuperen algo de
humildad, reconozcan sus limitaciones y sepan determinar con claridad el
interés de España y de los españoles”
A partir de finales de los años cincuenta del siglo
pasado, el régimen franquista inicia una liberalización que fue sentando las
bases para lo que luego alumbraría en la llamada Transición, la cual no hubiera
sido posible si el régimen seguía enquistado en sus políticas autárquicas de
índole económica y social.
La liberalización económica produjo una profunda
transformación social y cultural con el surgimiento de una sociedad urbana,
secularizada y con mejores mimbres educativos. Políticamente la oposición al
régimen se hizo más ostensible manifestándose a través de diversos movimientos
sociales, surgiendo una negociación colectiva que, aunque tutelada, protegía
los derechos de la clase trabajadora con bastante eficacia.
Un hito fundamental en este
proceso de apertura fue la profesionalización de la Administración, con una
función pública independiente que propició la progresiva separación entre Estado
y Gobierno. Curiosamente, el régimen clientelar auspiciado hoy por la
descentralización, hace que en algunos sitios, como Andalucía, sea una quimera
esa separación, resultando envidiable
-¡quién lo diría!- el sistema objetivo de selección de los
funcionarios públicos consagrado por la franquista Ley de Funcionarios Civiles
del Estado de 1964.
Lo cierto es que esa liberalización
socioeconómica sin democracia, llevada a cabo en la segunda mitad de la
dictadura, configuró los orígenes de nuestro presente gracias al proceso de la
Transición que tuvo dos fundamentos básicos: uno social, interpretado
musicalmente por el grupo andaluz Jarcha, empeñado en la recuperación de la "libertad
sin ira". Otro político, proclamado con agudeza por Adolfo Suárez que puso empeño en "hacer normal
lo que en la calle es normal".
Los protagonistas de la Transición a finales de los
setenta eran, en su mayoría, jóvenes entre 35 y 50 años que no vivieron la
Guerra Civil, y que supieron extraer lo mejor de la ciudadanía para
abordar un futuro común, sin ataduras pero con el más absoluto respeto a la
discrepancia y a las normas de convivencia aprobadas abrumadora y
entusiásticamente desde el respeto y la tolerancia ideológica.
Bajo el paraguas de aquellos principios consagrados
constitucionalmente se ha criado una generación que hoy cuenta también
entre 35 y 50 años. Ha sido la generación más privilegiada de la historia de
España. No ha conocido guerras ni dictaduras y
ha nacido y se ha criado en un régimen de libertades que sus padres y abuelos
jamás hubieran soñado. Han gozado de educación universal y gratuita y han sido
atendidos con tal carácter por una sanidad pública que es envidiada en el mundo
entero.
Estamos sin duda ante la generación más mimada,
mejor criada y con más posibilidades, hasta ahora, de nuestra historia, la cual
tiene ante sí el reto de defender una idea moderna de España que compagine el mantenimiento
del Estado de bienestar con el control del déficit, al tiempo que tenga la
valentía de confrontar modernidad con regresión a ideas ruinosas y
totalitarias. Una generación que debe quejarse y llorar menos por sus
"desventuras", que achacan a los demás, y esforzarse, por contra, en
la búsqueda de valores que hagan aportaciones en positivo.
Es cierto que el modelo de la Transición requiere
reparar las averías que su funcionamiento ha producido, pero no es menos cierto
que nadie, hasta ahora, ha puesto sobre la mesa un modelo mejor y con más
aceptación que el actual. La nueva política tan solo ha puesto de manifiesto
que la trayectoria y los planteamientos de sus teóricos han resultado
cargantes, añejos, rancios y tediosos, y cuyos resultados, de ponerlos en
práctica, llevarían al deterioro social y a la ruina económica.
El líder socialista Eduardo Madina se ha lamentado
del fracaso sin paliativos de su generación, en la primera oportunidad que ha
tenido para interpretar la voluntad popular, provocando la repetición de las
elecciones. Quizás hubiera sido bueno que esa juventud fogosa, que con tanta
autoestima se conduce, tuviera en cuenta algunos consejos de otros políticos
más maduros, al modo en que los protagonistas de la Transición supieron valorar
lo que otros mayores aconsejaban, haciendo bueno aquello de aprovechar
"del sabio, el consejo".
Esta generación, de la que depende el futuro de
otras venideras, debe aprender a dialogar de verdad, a transigir y a pactar sin
tantos vetos, líneas rojas y maximalismos que solo obedecen a intereses
sectarios. Gran parte de culpa de su fracaso la tiene el vacío
ideológico potenciado por personajes inicuos de vocación totalitaria que han
dejado a la sociedad sin principios morales. Son líderes que presumen de no
creer en nada y hacen proclamas falsamente humanitarias con la única pretensión de controlar y dirigir
los destinos de la masa que ahora llaman gente y antes pueblo. Saben, como ya dijo Hegel, que "el pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo
que quiere".
Si no quiere quedar sumida en el fracaso, esta nueva generación, de cuyo acierto pende
el futuro de sus hijos, debe insistir en los valores del humanismo liberal,
rescatando el mérito, el esfuerzo y el trabajo como la base del progreso y
fundamento de la propia dignidad del ser humano. Debe extirpar esa errónea educación desestimuladora y
vulgar, basada en la libertad de "lo que se quiera" y que ha
provocado el estado actual de frustrante decepción.
Cuando Madina reconoce el rotundo fracaso de la
nueva clase política está implícitamente aceptando que esta generación no sabe
bien lo que quiere, encontrándose desorientada sobre el orden de prioridades
que exige toda acción de gobierno, para cuya formación han acreditado nula
capacidad.
Por todo ello, es hora de que recuperen algo de
humildad, reconozcan sus limitaciones y sepan determinar con
claridad el interés de España y de los españoles. Y recuerden la
máxima del citado filósofo alemán Friedrich Hegel, advirtiendo que "quien todo lo desea no quiere nada en realidad,
y nada consigue".
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