- Ayuntamientos bloqueados, por Victoria Prego
....Por eso, entre otras cosas, aunque no solamente por eso, las corporaciones municipales de los grandes ayuntamientos españoles no han ofrecido hasta ahora ningún éxito reseñable después de un año de gobierno. Ha habido, eso sí, una sobreabundancia de gestos, de medidas capaces de ocupar puestos de primera línea de la información pero que no tienen trascendencia alguna en la vida diaria de los vecinos. En términos generales, ha sido un año de mucho ruido y pocas nueces, de mucha declaración y medida efectista y poca gestión determinante, de mucha apariencia de cambio en lo irrelevante y ninguna modificación capaz de solucionar los problemas reales y verdaderamente importantes de la comunidad.
.....La conclusión, un año después de constituidos los
ayuntamientos, es que la fórmula recién estrenada deja mucho que desear y que es preferible, si no un gobierno monocolor, porque
eso es efecto de una mayoría absoluta, sí
al menos los gobiernos salidos de un pacto entre dos partidos. Tres a todo tirar, y ya sería un problema de gestión nada
despreciable.
A la hora de gobernar, el bipartidismo sigue
pareciendo lo más deseable y no es casualidad que sea lo que se suele hacer en
los países de nuestro entorno europeo. En España se ha enterrado demasiado
pronto el pacto entre dos.
- Universidad a la venezolana, por Carlos Cuesta.
….universidades públicas en las que Podemos
medrá ¿¿??? ...Nada importa porque la casta son otros. Ellos son el cambio.: el cambio
a que ¿……?
- El fin de una ilusión, por Manuel Arias Maldonado.
.......De manera que Podemos se une a la izquierda
comunista y Ciudadanos, castigado cada vez que ha tratado de exponer políticas
concretas en detalle, pierde fuelle: tal es el estado del impulso regeneracionista que
quizá nunca fue sino una suma de indignaciones apasionadas. O
sea, un espejismo. Porque Podemos nunca ha dicho a sus votantes nada que éstos no
quieran oír. No se ha alimentado de la inteligencia de los
españoles, sino de sus prejuicios y emociones, sacando a pasear una sola idea: la culpa es del sistema y el cambio indoloro, aunque doloroso
para los culpables, es viable. Por eso
la anterior campaña fue una mera contienda de identidades y ésta amenaza con
ser lo mismo. ¿Nueva
política? Pudo ser y no será. Mientras
no cambien los españoles, nada ha cambiado.
PREGUERÍAS
Ayuntamientos bloqueados
VICTORIA PREGO@VictoriaPrego
Los ayuntamientos elegidos en mayo del año pasado
introdujeron en muchos casos la novedad: el bipartidismo había sido superado y
las corporaciones se constituían gracias a la suma de tres, cuatro o cinco
partidos. En esta España, en la que la innovación y el desprecio de lo asentado
se considera, por sí misma, algo deseable y fuera de toda discusión, se aceptó
como un avance democrático esta nueva manera de gestionar los asuntos locales.
Un año después de aquellos comicios, habría que
reconsiderar ese convencimiento porque lo que se ha producido en
demasiadas ocasiones es una paralización de la gestión municipal toda vez que la herramienta fundamental para acometer las
necesidades de un Ayuntamiento -o de una Comunidad, o de un país entero- es la
aprobación de los presupuestos para el año que ha de comenzar. Y lo que se ha
producido en casi el 25% de localidades de más de 50.000 habitantes es que no
ha habido manera de aprobar las cuentas del año 2016, con lo cual muchos ayuntamientos
importantes siguen arrastrando los presupuestos de 2015 o han aprobado los de
2016 ya muy entrado el año.
Esta es una consecuencia directa de la
fragmentación política que se viene dando en nuestro país desde las elecciones
generales de 2011, tras las cuales se empezó a generar un movimiento de descrédito del
bipartidismo, idea que se convirtió en dogma contra el que muy pocos se han
atrevido a razonar.
Desde luego, no se trata de defender la idea absurda
de que sólo es operativo un sistema que cuente con dos partidos, eso no lo
sostiene nadie. Pero una cosa es la existencia de varios partidos con
representación en el Consistorio -o en la Cámara autonómica, o en el Congreso
de los Diputados- y otra muy distinta es que el gobierno de cualquier nivel
esté formado por una multitud de siglas. En este caso, como en
los matrimonios, tres son ya una multitud, y no
digamos cuatro, cinco o seis, que convierten ya el terreno en directamente
ingobernable.
Por eso, entre otras cosas, aunque no solamente por eso, las
corporaciones municipales de los grandes ayuntamientos españoles no han
ofrecido hasta ahora ningún éxito reseñable después de un año de gobierno. Ha habido, eso sí, una
sobreabundancia de gestos, de medidas capaces de ocupar puestos de primera
línea de la información pero que no tienen trascendencia alguna en la vida
diaria de los vecinos. En términos generales, ha sido un año de mucho ruido y pocas
nueces, de mucha declaración y medida
efectista y poca gestión determinante, de mucha apariencia de cambio en lo
irrelevante y ninguna
modificación capaz de solucionar los problemas reales y verdaderamente
importantes de la comunidad.
Naturalmente hay excepciones pero convendría fijarse
en el efecto que ha producido en muchos ayuntamientos españoles esta fórmula de
la «sopa de letras» para no seguir insistiendo ciegamente en la maravilla que
supondría para los intereses de la nación que el modelo municipal multipartito
se exportase al Gobierno de España. Porque la consecuencia
previsible sería exactamente ésa: que
corriéramos el riesgo
de que no se pudieran aprobar los presupuestos para el 2017. Y no es una posición exagerada ni alarmista, es la
consecuencia natural de la dificultad de aunar en una medida única posiciones
distintas en un asunto crucial como es cuánto se gasta, dónde se gasta y cuánto
se deja de gastar. Las respuestas a esas tres cuestiones forman el grueso de
los programas de los distintos partidos y explican la confrontación electoral
entre ellos.
La conclusión, un año después de constituidos los
ayuntamientos, es que la fórmula recién estrenada deja mucho que desear y que es preferible, si no un gobierno monocolor, porque
eso es efecto de una mayoría absoluta, sí
al menos los gobiernos salidos de un pacto entre dos partidos. Tres a todo tirar, y ya sería un problema de gestión nada
despreciable.
A la hora de gobernar, el bipartidismo sigue
pareciendo lo más deseable y no es casualidad
que sea lo
que se suele hacer en los países de nuestro entorno europeo. En
España se ha enterrado demasiado pronto el pacto entre dos.
Universidad a la venezolana, por Carlos Cuesta…..=
Universidades públicas en las que Podemos medrá
¡¿¿??? ...Nada importa porque la casta son otros. Ellos son el cambio.: el cambio a que ¿a peor….?
LA ESCOPETA NACIONAL
Universidad a la
venezolana
CARLOS CUESTA
Más de 518 millones de euros públicos al año. 5.500
millones en una década. Es el presupuesto de sólo una de las
universidades en las que Podemos medra. La
Complutense. Una de esas
universidades públicas en las que teje sus redes de contactos. Pero sólo una entre una red de centros que han acabado, como
la de Zaragoza, siendo escenario de la fabricación
del necesario currículum de la presidenta del Tribunal Supremo venezolano. Porque Gladys Gutiérrez no podía encabezar
el máximo órgano judicial de Maduro sin un doctorado. Y allí estaban Juan Carlos Monedero y otras dos
personas más vinculadas a Podemos para salvar los escollos formativos de la
presidenta que hoy bombardea la ley de amnistía a los presos políticos
venezolanos. Nada importa que Monedero
fuese el que recibía 425.000 euros del mismo régimen venezolano que aupaba a
Gutiérrez. A fin de cuentas, la obscenidad en los enchufes y envíos de
dinero nunca ha sido un problema para la cúpula de Podemos.
Sus líderes han vivido otra
universidad. Española, pero a la venezolana. De protesta caviar.
De revolución en chaise longue. Y
pública, eso sí.
En su casta universitaria no pasa nada por
protestar contra la falta de becas mientras un tal Iglesias se beneficiaba, por
aquellas fechas, de más de
70.000 euros en becas que no existían. Becas
de postgrado de la Fundación Caja Madrid, de Formación del Profesorado del
Ministerio de Educación, como visiting student en Florencia, California o
Glasgow, de colaboración en Derecho Constitucional en la Complutense, o de
investigador en la Universidad Nacional Autónoma de México. Sin que, por supuesto, tenga ninguna importancia el
hecho de que llegase a vicerrector de Relaciones
Internacionales Heriberto Cairo, director de tesis de Iglesias y Errejón,
aupado a decano de Políticas por organizaciones cercanas a Podemos, como
Contrapoder. Incluso
es habitual ver cómo la Fundación CEPS, nacida en la Universidad Pública de
Valencia, se convierte en rampa de
lanzamiento a la Alcaldía de Valencia, Congreso o Cortes Valencianas.
Y tampoco es extraño que esas
universidades, como la de Málaga, alberguen a doctores como Alberto Montero, que,
tras presidir la CEPS, se encargó de avisar a Errejón para que se hiciera con el bien remunerado
(1.825 euros al mes) y poco trabajado contrato de investigador.
Nada importa porque la casta son otros. Ellos son el
cambio.
MISANTROPÍAS
El fin de una ilusión
MANUEL ARIAS MALDONADO
Según las primeras encuestas, la nueva criatura nacida
de la coalición electoral entre Podemos e Izquierda Unida, nostálgicamente
denominada Unidos Podemos, podría alcanzar el sueño húmedo de la
izquierda radical y adelantar en votos al Partido Socialista en las
próximas elecciones generales. Huelga decir que los socialistas andan
preocupados por el fin de su hegemonía electoral en el espacio que queda a la
izquierda del centro, mientras a su derecha Ciudadanos se desdibuja en cuanto
se abandonan los salones de la política institucional y el Partido Popular se
beneficia de la polarización que sigue a la consolidación del populismo. Sin
duda, esta consolidación es la novedad
más relevante de nuestro panorama político y marca melancólicamente el
final de la posibilidad regeneracionista abierta tras el estallido de la crisis
económica. Aunque
aquél sea un populismo que niega, como es natural, ser populismo. De todo este proceso emerge un autorretrato del país más
deprimente que esperanzador.
Es significativo el destacado papel que está jugando
Andalucía en la redefinición de esta vieja nueva izquierda. Además del
malagueño Alberto Garzón, valoradísimo por los españoles según el CIS, Podemos
ha incorporado desde Córdoba al veterano Manuel Monereo y coqueteado con Julio
Anguita, dando el tiro de gracia a las expectativas de su sector moderantista
con el fichaje de Diego Cañamero, sindicalista rural y, según su propia
descripción, insumiso judicial. O sea que Podemos se andaluciza, en
parte para no catalanizarse demasiado a ojos de los votantes que posee fuera de las
comunidades históricas y en parte porque Andalucía es lo más parecido a
Argentina que tenemos en España. Con ello, el partido se inserta
definitivamente en un espacio ideológico del que parecía huir cuando apostaba
por la transversalidad regeneracionista. La sugerencia de que Podemos
representa hoy lo que representaba el PSOE a primeros de los 80 es así menos
creíble que nunca. Pero sus votantes no parecen castigar esta apuesta: Podemos siempre fue un estado de ánimo antes que un programa electoral.
En una pieza publicada en los albores del ascenso
morado, John Müller hacía referencia a un estudio
académico que mostraba cómo allí donde un partido populista gana fuerza
suficiente, la entera conversación pública resulta contaminada por las
soluciones populistas. Es algo visible
ahora en Francia, donde las medidas antiterroristas de Hollande y el discurso
del partido conservador han tratado de competir en dureza con Marine Le Pen, así
como en Estados Unidos, donde Hillary Clinton ha abandonado su tradicional
apoyo a la liberalización comercial debido a la presión ejercida por Trump y
Sanders. Aquí, el PSOE de Pedro Sánchez ha
sabido resistir esa tentación, sabedor de que es una apuesta perdedora; de ahí el suarismo que insinúa su campaña. Su partido sufre
las consecuencias de haber maleducado durante años a su electorado en el
antifranquismo residual: una parte de él ahora lo abandona en favor del
antifranquismo genuino.
De manera que Podemos se une a la
izquierda comunista y Ciudadanos, castigado cada vez que ha tratado de exponer
políticas concretas en detalle, pierde fuelle: tal es el estado del impulso
regeneracionista que quizá nunca fue sino una suma de
indignaciones apasionadas. O sea, un espejismo. Porque Podemos nunca ha dicho a sus
votantes nada que éstos no quieran oír. No se
ha alimentado de la inteligencia de los españoles, sino de sus prejuicios y
emociones, sacando a pasear una sola
idea: la culpa es del sistema y el cambio indoloro, aunque doloroso para los
culpables, es viable. Por
eso la anterior campaña fue una mera contienda de identidades y ésta amenaza
con ser lo mismo. ¿Nueva política? Pudo ser y no será. Mientras no cambien los
españoles, nada ha cambiado.
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