Los diputados de Ciudadanos se esforzaban torpemente
en justificar la extraña pirueta que
han protagonizado en la comisión de investigación constituida en el Parlamento
para determinar las responsabilidades políticas por el fraude de los cursos de
formación. «Al final, el circo se ha desmontado», proclamaba la diputada
Marta Bosquet.
Resulta que, en su afán
por no inquietar más de lo necesario a la presidenta de la Junta, los correligionarios de Rivera habían llegado a
proponer que Susana Díaz acudiese la primera a declarar por el fraude. Vendieron la propuesta como algo que podría molestar a sus
socios en la Junta. «Esto no va a gustar mucho al PSOE...», decían, como el
chiquillo que inocentemente se asoma por primera vez a lo prohibido.Pero lo
cierto es que la idea era, en el fondo,
una invitación al baño y masaje para la presidenta. Ser la primera en acudir al
interrogatorio le evitaría tener que responder de testimonios incómodos que
pudieran soltarse allí más adelante.
Al final, Ciudadanos se vio obligado a dar marcha
atrás después de haberse ganado un soberano aluvión de críticas del resto de
grupos de la oposición:«hacerle el juego a la presidenta de la Junta», «actuar
como globo sonda de los socialistas»... Qué necesidad tiene esta formación de
prestarse a esos juegos malabares en torno al PSOE después de su pacto en la
Junta -que según habíamos quedado era sólo de investidura, no de legislatura- a
costa de sufrir un absurdo desgaste, es uno de los grandes misterios por
resolver en lo que va de legislatura. Todo se andará.
Además, no es la primera vez que Ciudadanos
incurre en este tipo de episodios. Amén del apoyo a ciegas a un Presupuesto de la Junta para 2016 que sus
propios diputados reconocieron que ni siquiera se habían leído, este grupo
acumula ya varias prácticas de incomprensible seguidismo alPSOE. Atrás quedó, por ejemplo, el veto a la tramitación de
iniciativas de la oposición, o el silencio ante el enquistamiento de soportes
del 'régimen' socialista andaluz, como la televisión pública autonómica, que el partido de Albert Rivera sí ha exigido remover
en otras comunidades en las que tiene voz y voto, como Madrid.
Pero el torpe espectáculo -o interesado, según se
mire- y el pequeño circo que tiene montado este partido no se
reduce sólo a la esfera autonómica sino que se extiende ya también al plano
local. Lo
ocurrido en Jaén es buena prueba de ello. Allí, los tres concejales que
Ciudadanos obtuvo en las municipales han decidido abandonar la formación y
quedarse con las actas después de que el partido les abriera un expediente por
haberse subido el sueldo.
Sobre el papel, la respuesta de la dirección de
Ciudadanos parece impecable. Pero lo que subyace en el conflicto es
grave. No es
normal que una portavoz municipal acuse a un partido como quien dice recién
nacido de ser «una secta» y «una tomadura de pelo para colocar gente». O que
señale a un «clan» dominado por su líder regional, Juan Marín. Un líder que, sorprendentemente, ha reaccionado proclamando que «en
política, cada persona tiene su precio». Impresionante. Sólo le ha faltado añadir cuál es el suyo exactamente.
Demasiado pronto han empezado a
asomar en los nuevos partidos los vicios más viejos. Tal vez sea que, como dice la
diputada de Ciudadanos, ha empezado ya a desmontarse ese pequeño circo.
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