Lo que está ocurriendo en España desde las
elecciones del 20D es reflejo y consecuencia de lo acontecido en los últimos 40
años.
La Derecha es ese ente indigno de gobernar este
país por siempre jamás, al margen de lo que digan las urnas. Así nos lo han contado los
estrategas políticos de la izquierda desde tiempos inmemoriales a nuestros
propios registros existenciales y así se sigue transmitiendo, al margen de lo
que digan las urnas.
La Derecha, por Mara
Mago
Lo que está ocurriendo en España desde las
elecciones del 20D es reflejo y consecuencia de lo acontecido en los últimos 40
años.
La Derecha es ese ente indigno de
gobernar este país por siempre jamás, al margen de lo que digan las urnas. Así nos
lo han contado los estrategas políticos de la izquierda desde tiempos
inmemoriales a nuestros propios registros existenciales y así se sigue
transmitiendo, al margen de lo que digan las urnas.
La Derecha nunca ha superado el complejo de
organización política menor a la que se le
condenó históricamente a cambio de perdonarle la vida en el nuevo
escenario ‘’democrático’’ establecido en la Constitución de 1978. Al margen de que haya llegado a
ser el partido conservador europeo con mayor respaldo social en número de
afiliados, simpatizantes y votantes.
La Derecha aceptó su papel de apestada, como el
pariente sucio al que se invita de compromiso
a la boda, para evitar el qué
dirán de los vecinos y aparentar una reconciliación imposible. Pero siempre
tendrá reservada la esquina más alejada de la presidencia y menos visible al
conjunto de comensales. Nunca, nunca, le será permitido alardear o exhibir virtud
alguna. En ese caso, los fantasmas del pasado irredento
tendrán que resurgir.
Sin embargo, cuando el ágape derrapaba entre
platos de gambas en mal estado, resbalones tremendos del servicio sobre el piso aceitoso de tanto untar aquí y
allá, y hasta las mantelerías empezaban a rasgarse, los novios recurrieron a
sentar a la parienta con posibles en la mesa nupcial. Gran
parte de los invitados, hastiados por el hedor insoportable del marisco
corrompido, empezó a jalearla para que exhibiera sus dotes artísticas en el
manejo de los malos humores, convirtiéndola en protagonista de la fiesta.
Entonces, airados los músicos que marcaban el ritmo
por la pérdida de control del baile, y
mosqueada la familia de la novia mancillada por su honor relegado, tocaron a
rebato, entre gran estruendo y algarabía. Rodeando la pista central, gritaban sin
cesar aquello de ¡¡¡No nos representan!!!
Timorata, avergonzada y traumatizada por 40 años de
acoso y degradación moral, la Derecha se echaba atrás. Se retiraba a sus zonas
de confort. Cedía el escenario a los
cafres y, en su frustración, se dedicaba a hacer lo que sí le permitía
el director de la orquesta, atiborrarse hasta engordar como una cerda. De esta
manera, los felones podían mantener su
discurso de repudio permanente contra la vieja, fea y gorda tía abuela, por su atracón con el correoso
arroz valenciano y los indigestos callos madrileños. Mientras, los padrinos del
Norte metían la mano en la cartera al dueño del restaurante, para llevarse el 5
por ciento de las ganancias del banquete. Y los primos sureños de la novia
ultrajada se llevaban la tarta de nata y menta ante la mirada displicente de
todos los presentes, entretenidos en el ir y venir de la rancia Derecha al
excusado judicial, acompañada de la Guardia Civil.
El sacrificio
En su deambular sonámbulo por los pasillos
monclovitas durante las noches previas a su paso por el patíbulo, el adalid de la
nueva Socialdemocracia que se decía líder de la Derecha se dispone a
desperdiciar la oportunidad que le han dado las urnas otra vez. Y, como víctima propiciatoria de maltrato psicológico,
suplica perdón a quien le llamó indecente. En lugar de tomar la iniciativa,
implora diálogo a quien le niega la palabra. Desprecia la dignidad otorgada por
el pueblo, en un último intento,
ofreciéndose a un nuevo pacto ignominioso con
quien sólo aspira a erigir su reino sobre sus cenizas.
Alea jacta est. Su vida política, que no su
hacienda, a cambio de España. El fin merece el sacrificio. Morirá orgulloso de
su épica. ¡Ya está bien! afirmará Elvira, liberada al fin de la pesada carga de
su rol de segunda dama del baile.
El antihéroe de este drama nunca admitirá
que, junto a su corte de tecnócratas, ha
dado la puntilla a su país, tirando por el sumidero la mayor oportunidad
histórica que la Voluntad Popular ha
ofrecido jamás a la Derecha. Ha tenido
en su mano el bisturí y en su mesa de operaciones al enfermo abierto en canal,
entregado, dispuesto a la extirpación total del tumor causante de la metástasis
que lo corroía. Soportaría el dolor, sin anestesia, se dijo en los albores de 2011. Todo lo que fuera necesario, a cambio de
la cura.
Pero, el cirujano, en el último
momento, no se atrevió a cortar por lo sano. Se amilanó. Le empezaron a sacar papeles
fantasmas de los armarios de Génova, cacofonías y mensajes de ánimo enviados a
malhechores. Le mentaron a sus muertos y a sus peligrosas amistades de otras
épocas. Y no tuvo el valor de tirar adelante, de ejecutar el relevante papel que la Historia le había
reservado. En lugar de limpiar, parcheó y cerró en
falso aquel organismo enfermo. Cosió mal y,
con las prisas, olvidó gasas impregnadas de sangre en el intestino. Incluso las
tijeras. Posiblemente, aquel sería el
foco de la futura infección que provocaría el choque séptico y, finalmente, la
disfunción multiorgánica.
A ver quién tiene narices
Tal vez, como pretendía decir Machado,
recurriendo al refranero popular, en su nunca leído discurso de ingreso en la
Real Academia de la Lengua Española, “Dios da pañuelo a quien no
tiene narices”.
Así ha sido. Mariano Rajoy y sus ministros no han
tenido narices de cumplir el mandato que recibieron de una mayoría rotunda de
españoles. Fue infiel a su programa electoral y al compromiso que adquirió en
su discurso de investidura, en el que dijo que haría las “reformas que España
necesitaba”. Y traicionó valores fundamentales de su base tradicional de
votantes.
Después de ocho años de dar la matraca, una
mayoría expectante de españoles se quedó sin confirmación sobre quién fue el autor
intelectual del 11M y qué hubo detrás de
la negociación con ETA. Eso sí, sin dilación, condecoró
a Zapatero y a sus ministros como si hubieran sido ilustres patriotas.
La rebaja de impuestos, la defensa de la unidad
nacional y la libertad individual o la lucha contra el terrorismo devinieron en
presión fiscal, incapacidad de aplicar la ley contra el separatismo y
excarcelación de terroristas, violadores y pederastas. Ni una sola de las leyes
de revancha histórica ha sido derogada. La ley electoral y la estructura
autonómica insostenible, disgregadora y creadora de agravios y desigualdades
entre españoles permanecen intocables.
A
las puertas de una nueva Legislatura, la Justicia sigue hecha unos zorros,
la Educación sin ley de consenso y el presupuesto
público continúa desangrándose por la vía de unas administraciones
despilfarradoras y faltas de control. La deuda supera el 100 por
cien del producto interior bruto. Los trabajadores y sus hijos tienen menos
derechos que nunca y sus vidas más hipotecadas que hace cuatro años,
mientras partidos políticos,
organizaciones empresariales y sindicatos mayoritarios continúan chupando de la
teta pública a cambio de un silencio cómplice.
Después de consentir el chalaneo
de medios de comunicación y supuestos nuevos partidos que sirven a intereses
extranjeros y que vienen a romper con todo, ahora el gran mantra se
reduce a una reforma constitucional, a modo de rito purificador, de exorcismo
que expulse todos los males del pasado.
Otra vez el truco de la zanahoria en lugar de
exigir el cumplimiento ejemplar de las leyes, en primer lugar de la
Constitución, siempre y en todo caso, caiga quien caiga, afecte a quien afecte.
Otra vez millones de españoles han quedado huérfanos
de referente político que defienda sus ideas, principios, valores e intereses.
Las reformas estructurales
básicas que necesita España siguen estando pendientes de un Gobierno que, de
forma cabal en su proceder, y leal a quienes representa mayoritariamente, tenga las narices de hacer
lo que hay que hacer sin miedo a que su pasado lastre cualquier intento de
forjar el futuro.
A ver quién tiene narices.
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