García cobraba una nómina del Ayuntamiento de
Cádiz por leer a Spinoza. Se metía unas horas en un despacho y se empapaba del
filósofo que le llevaría a entender que su situación laboral obedecía a
las reglas y al determinismo de la administración española desde la época, al menos, de los cesantes retratados por Benito Pérez Galdós. Ana María
Ortiz nos contaba en la crónica de este caso gaditano que al funcionario
jubilado le reclama el Ayuntamiento ahora 27.000 euros por todos esos días de
lecturas, porque nadie le había pedido disertaciones sobre las huellas de los
estoicos en el pensamiento del filósofo holandés y sí, hace años, que vigilara
las obras de una depuradora.
El caso de Joaquín García es un
retrato demoledor de la administración que pagamos los sufridos contribuyentes.
Esas
situaciones que no han sufrido ni recortes, ni reformas, ni auditorías. A García, ingeniero con
experiencia en Dragados y conexiones familiares con el ayuntamiento gaditano,
le nombran los socialistas en los 90 -sí, ya escucho a los
funcionarios clase A decir que eso es por el chollo de las empresas municipales-. Cuando llega el PP al poder, le marginan. No suena a chino cantonés. Todos conocemos
casos similares. En Málaga, Celia Villalobos
lo hizo con cargos técnicos nombrados por el alcalde Pedro Aparicio. En TVE a
esa situación se le llamaba «hacer pasillos». En la antigua Confederación
Hidrográfica del Sur se sabía que, al cambiar gobiernos, habría unos cuantos
que pasarían a leer el periódico con cierta hiperactividad provocada por la
ingesta de más de un café en el bar de abajo.
Cada vez que sale el debate sobre la conveniencia de
que exista más teletrabajo por aquello de conciliar mejor, queda claro que es un método
que exige de buenos jefes. Hay que poner
objetivos. Siempre es más fácil para algunos tener a su cargo a trabajadores
que hacen como que curran cuando en realidad están comentando por internet la
prensa del día -no nos viene mal a los que vivimos de esto- o jugando al
solitario con cara de concentrados. García, eso dice, sobrellevaba una jornada
sin objetivos leyendo a Spinoza. Durante
esos años, nadie se preocupó de qué hacía, pese a tener el despacho muy cerca
del gerente de la empresa de aguas. Hasta que
un día un concejal se acordó de él. Le llamó y García le dijo que estaba de «asuntos propios».
No días, claro. Años en un «puesto sin contenido».
Así vamos, con partidos que
piensan que la Administración está para sus asuntos propios. Todo perfectamente
racionalizado, con una
cultura permisiva con el clientelismo y alérgica a la meritocracia. Qué
bien se debe de dormir pensando que has colocado a alguien. Estudiado ese determinismo chusco de los partidos, algún
Arriola podría haber advertido que había riesgo de Kichi, pero nadie levantó la
cabeza para contemplar el todo. Y ahora
quieren que pague el ciudadano García, que se refugió en Spinoza.
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