- Ni todos los partidos llamados al consenso por Pedro Sánchez tienen el mismo concepto del progresismo, ni defienden políticas homogéneas para la mejoría económico-social, ni mucho menos tiene igualmente claro el concepto de soberanía nacional”
- “Si la situación no fuera tan altamente peligrosa, sería bueno que el país quedara vacunado con un Gobierno de PSOE con Podemos, para que todos supiéramos, con conocimiento de causa, donde nos lleva el sectarismo cuando la política se convierte en elemento excluyente de las ideas ajenas”
- “Si atendiéramos al puro interés partidario, lo mejor que le puede ocurrir al PP es pasar a la oposición, otra cosa es si ello sería bueno o no para España, dada la envergadura de los desafíos actuales”
El cambio, como palabra fetiche, vuelve a bombardear a los ciudadanos que
se muestran desarmados por una clase política empeñada en construir fraseología
interpretativa de la voluntad popular, a la que suplantan expresando, porque
sí, qué es lo que quiere cambiar, cómo lo quiere cambiar y quienes deben ser
los artífices del cambio.
Aquí todos hablan en nombre del pueblo pero nadie tiene la valentía de
modificar la ley para que, en casos como el que tiene empantanada la política
española, sean los ciudadanos los que decidan con su voto cuál es el cambio que
desean. La experiencia que se vive actualmente en España deberá servir de base
para estudiar medidas legislativas de índole electoral que faciliten el
desbloqueo de tales situaciones. La ingobernabilidad es el resultado al que se
llega cuando los políticos no están a la altura de las circunstancias,
polarizando sus planteamientos a unos niveles de intransigencia con el
adversario que terminan afectando a la propia convivencia ciudadana.
Dice Rajoy que "el PP reivindica su victoria y su derecho a presidir
el nuevo Gobierno, porque es lo que han dicho los españoles", algo que, si
estuviera tan claro, no sería objeto de controversia. Por su parte, Pedro
Sánchez y su cohorte no cesan de apelar a que se sumen a las negociaciones la
mayor parte de fuerzas políticas posibles para conseguir "formar un
Gobierno de cambio, más urgente y necesario que nunca".
Para hablar con propiedad, lo primero que habría que despejar es el orden
de prioridades en la acción de gobierno de quienes quieren asumirlo, porque no
es lo mismo abordar políticas sociales que equilibrios presupuestarios, no es
lo mismo relanzar la economía que reestructurar la soberanía nacional. Ni todos
los partidos llamados al consenso por Pedro Sánchez tienen el mismo concepto
del progresismo, ni defienden políticas homogéneas para la mejoría
económico-social, ni mucho menos tiene igualmente claro el concepto de
soberanía nacional.
La realidad es que Sánchez, con toda legitimidad, pretende asumir la
Presidencia del Gobierno, y en dicho empeño radica básicamente su concepto de
cambio. "Los que hay son malos, producen daño social y conmigo mejorará el
bienestar del pueblo" es en síntesis la razón que esgrime para que se le
cambie a él por Rajoy. Lo cierto, sin embargo, es que el panorama no es nada
alentador. Los retos de España, que es lo que a la postre afecta a los
españoles, son de enorme importancia. Una posible recesión, cuando estábamos
empezando a salir de la anterior, hundiría aún más a las clases populares, por
mucha prédica "progre" que la nueva casta difunda. La previsible
subida de impuestos y la vuelta a la rigidez del mercado laboral cerrarían
empresas e incrementaría el paro. La subida de la prima de riesgo elevaría los
costes de financiación detrayendo fondos para el pago de intereses. El descenso
de cotizantes pondría en riesgo las pensiones. El incumplimiento de los
objetivos de déficit nos conduciría al temido rescate... Y ello por no hablar
del golpe de Estado institucional que se incuba en Cataluña y que tendría sus
réplicas en otras regiones, con cuyos representantes Sánchez pretende lograr lo
que llama pomposamente el Gobierno del cambio.
Si la situación no fuera tan altamente peligrosa, sería bueno que el país
quedara vacunado con un Gobierno de PSOE con Podemos, para que todos
supiéramos, con conocimiento de causa, donde nos lleva el sectarismo cuando la
política se convierte en elemento excluyente de las ideas ajenas. Porque lo
peor, con ser grave, no sería la negativa gestión económica, con el desmesurado
gasto social que se pretende sin suficientes fuentes de financiación. Lo más
grave es que se ahondaría en una crisis de convivencia, arrinconando a la mitad
de la población como a una comuna de apestados.
Que el pacto que haría feliz a Sánchez sería con los "podemitas"
quedó claro cuando dijo aquello de que sus votantes no entenderían que así no
fuera. Sánchez, que viene del paro, no quiere renunciar a la paga vitalicia
que, como ex presidente del Gobierno, tendría en cuanto fuera investido, por
muy poco que durara su ejecutivo. Hoy por hoy, la única forma de conseguir la
investidura sería con el apoyo de la izquierda comunista de Podemos, con los
apósitos de Izquierda Unida. Un gobierno surgido de tal investidura sería
bastante inestable y provocaría al Presidente continuos dolores de cabeza, como
lo acredita el memorándum que los de Pablo Iglesias han dirigido al socialista
para empezar a negociar.
Aunque Podemos es un conglomerado de distintas formaciones, la única forma
de que Iglesias mantenga alguna autoridad en las llamadas confluencias sería la
consecución de cotas altísimas de poder, con importantes concesiones a los
grupos confederados. De ahí la intransigencia con el tema del referéndum y la
petición ineludible de todos los resortes del poder institucional: CIS, CNI,
BOE, RTVE...
El oportunismo de Podemos ha sido la nota dominante de quienes supieron
asaltar el movimiento de indignados y el 15-M para convertirse en una minoría
chavista-leninista de "niños malcriados" desde las becas universitarias,
que se han hecho con el control del grupo. Hoy, ni las "bases" ni los
"círculos" pintan nada: bolchevismo puro, lo que explica las
continuas crisis territoriales de la formación morada y la cada vez más acusada
autonomía de sus movimientos regionales, empezando por Andalucía donde ya
solicitan un grupo confederal que los asimile a Mareas, Compromis y En Comú.
Por ello Iglesias es duro en sus exigencias, porque en el fondo lo que quiere
es hacer inviable la formación de gobierno, provocando elecciones para dar el
"sorpasso" en la izquierda y reforzando así su poder interno.
Por su parte, si atendiéramos al puro interés partidario, lo mejor que le
puede ocurrir al PP es pasar a la oposición, otra cosa es si ello sería bueno o
no para España, dada la envergadura de los desafíos actuales. Pero, sin duda,
la oposición, y una oposición fuerte y de control como podrían realizar,
serviría a los populares para renovarse y regenerarse, limpiando sus
estructuras de corruptos, mientras una amalgama de fuerzas dispares afrontaba
una difícil gobernanza del interés general.
El proceso de investidura ha entrado en su recta final con la fijación de
fecha para el pleno del Congreso correspondiente. Caso de no conseguirse, lo
más normal es que el PP intente otra sesión de investidura que serviría, como
mínimo, para contrarrestar la campaña de imagen protagonizada por el candidato
Sánchez. Si nadie consigue investidura, a finales de junio los españoles
seríamos llamados de nuevo a las urnas y, entonces sí, podremos interpretar si
quiere cambio el pueblo y qué tipo de cambio es el que quiere.
Por todo ello sería bueno que los políticos no recurran con tanta facilidad
al cambio como paradigma de mejora social, vayamos a concluir que el único
cambio tangible sea el de unas personas por otras, como están dejando patente
las nuevas corporaciones. O como decía el lugareño que asistía a la sesión de
investidura de su alcalde, entre los dos candidatos más votados: "Aquí lo
único que se discute es cuál de los dos va a tener cuatro años de trabajo y dos
de paro". Como Pedro Sánchez, los dos buscaban empleo.
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