Queridos Reyes Magos:
Este año creo que me he portado bien. He (sido) intentado ser responsable y trabajador -noblesse oblige-, algo más solidario y cariñoso si bien nunca suficiente, pero sobretodo he sido y sigo siendo (extremadamente) pesimista ante las -pareciera que irremediables- conductas propias y ajenas, otra vez muy alejadas de los comportamientos que nos enseñaron a perseguir.
martes, 5 de enero
de 2016.
Queridos
Reyes Magos:
Este año creo que me he portado bien. He (sido)
intentado ser responsable y trabajador -noblesse oblige-, algo más solidario y
cariñoso si bien nunca suficiente, pero sobretodo he sido y sigo siendo
(extremadamente) pesimista ante las -pareciera que irremediables-
conductas propias y ajenas, otra vez muy alejadas de los comportamientos que
nos enseñaron a perseguir.
Aunque resulte pretencioso y pese a mis exiguos
méritos, pero méritos al fin y al cabo, este año no voy a
pediros regalos para mí. Me conformaré
con intentar ser mejor persona y, sobretodo, con no perder lo que tengo:
mis seres queridos, mis amigos, esa taza de café
sin azúcar pero con la compañía de mis hijos, esas sobremesas compartiendo
ocurrencias y experiencias, unas agradables, otras menos placenteras, y
conservar también la serenidad para afrontar los problemas y dificultades que,
seguro, se presentarán…
Pero sí requiero de vuestros mágicos logros, y
trabajo os doy:
Quiero un mundo que descubra
al individuo, por encima de envolturas colectivas, como persona única y en
ejercicio de su plena libertad; donde esa libertad sea ciertamente, y no solo
en la letra de las constituciones, un derecho inviolable en todas sus
vertientes: de pensamiento, de expresión, de asociación, de prensa… y cuyo
único límite lo imponga la libertad y el derecho de los demás; donde la
igualdad jurídica y política sea real y no ficticia; donde el derecho a la
propiedad privada sea fuente inagotable de desarrollo e iniciativa individual y
donde la libertad de cultos sea respetada por todas las opciones políticas y
religiosas.
Quiero una sociedad justa, razonable y equitativa donde
prime y se prime la prestancia, la excelencia y el emprendimiento y se auxilie
legítimamente a quien no los alcance; donde los sentimientos religiosos se
plasmen en obras que pregonen la paz y el entendimiento entre todos los pueblos
y dejen caer en terreno pedregoso la semilla de la discordia y de la guerra;
donde, a resultas de ello, los refugiados vuelvan a sus hogares; donde los
frutos renten al afanoso y no al indolente; donde el que precise, obtenga; donde
el que abuse, escarmiente.
Quiero una España unida, que eche la vista
hacia delante y donde la mirada atrás solo se conciba como la mejor forma para
no repetir errores; donde tomen las decisiones los respaldados por el pueblo
soberano sin componendas ni remiendos extravagantes; donde los políticos
interpreten cabalmente las órdenes de sus representados; donde “el espíritu de
las leyes” resucite de una vez a Montesquieu en su enésimo y desesperado
intento por libertar a la justicia; donde la Educación y la Sanidad universales
(que no gratuitas) sean derechos en sentido amplio y no meros deseos de élites,
oligarquías, pandillas o círculos; donde el que aporte, se lucre; donde el que
“la haga”, la pague; donde, en resumen, “la libertad, Sancho, continúe siendo
uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos” y donde el
libertinaje sea solo un borroso y sombrío recuerdo de desenfrenos e impudicias
de hombres -y mujeres- ignorantes, aprendices ocasionales o habituales de las
malas artes.
Quiero una Andalucía -no demando mucho- en la media, que no
a la cabeza, de las regiones españolas; donde sus potencialidades se
evidencien, se evalúen y coticen al alza; donde la empobrecedora subvención no
enquiste la iniciativa, el brío y el empuje de su gente; donde el mito
audiovisual de la chacha andaluza, que perdura desde La Casa de los Martínez,
toque a su fin de una puñetera vez; donde la alegoría del flamenquito, de los
chistes, del salero y de la grasia se exilie definitivamente de nuestras fronteras;
donde triunfen y se reconozca la labor de los mejores; donde la carrera
laboral-profesional no dependa del estático empresario curtido en públicas
ayudas o del político de turno, que sigue siendo el mismo tras casi cuatro
décadas.
Quiero una Sevilla limpia, reluciente y
pulcra, aunque me conformaría con que algunos dueños de canes revirtieran de
una vez su insolencia en forma de desvergüenza; una capital desprendida,
estimada y adulada en voz alta por nuestros visitantes e invitados, mientras
los oriundos nos tapamos un poquito y atemperamos nuestra garganta-incensario.
Como un Alonso Quijano de la vida, quiero que en
cada casa dejéis una ración de ansias de libertad, porque por ella “así
como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Un abrazo, majestades.
Paco.
P.S.- Perenne en mi recuerdo aquel 5 de enero del
sesenta y tantos, al alba, cuando aquellos esperados e ilusionantes -pero
también aterradores- pasos hacia mi habitación del Rey Baltasar -mi Mago de
Oriente preferido hasta hace relativamente poco en que supe de sus hazañas como
Juez de la Audiencia Nacional- me obligaron a taparme la cabeza con sábanas,
mantas y colcha (lo del edredón es cosa más moderna). Una vez concluyeron los
que entendí naturales ruidos removedores de la estancia, osadamente por el
rabillo del ojo vi alejarse una figura -imposible que fuera ella- que se
parecía mucho a la de mi madre. En mis zapatos, a los pies de la cama, un
precioso estuche en plástico de la época (el tres-dos que aún distingo con
nitidez) que contenía -no faltaba ninguna, lo que ya era un logro- 28 fichas de
dominó y que acabé gastando de tanto “mover” y “remover”.
Si aquello me reportó tanto desasosiego, ¿me habré
pasado un pelín?
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