- “Una sociedad frustrada entendió de buena fe que el 15-M era un movimiento espontáneo, y se adhirió con entusiasmo a la causa de la indignación y la regeneración”
- “Hoy, con la irrupción de una fuerza política de extrema izquierda como Podemos, se constata una vez más que el asamblearismo es un cuento de unos pocos para utilizar a las masas en beneficio propio”
- “Los ciudadanos tendremos que pasar el sarampión del falso progresismo, del que solo se sale o vacunándose previamente, y muchos ya lo estamos, o padeciendo la enfermedad, con las secuelas que desgraciadamente no parecen muy halagüeñas”
¡No nos
representan!
Artículo de Luis
Marín Sicilia
- “Una sociedad frustrada entendió de buena fe que el 15-M era un movimiento espontáneo, y se adhirió con entusiasmo a la causa de la indignación y la regeneración”
- “Hoy, con la irrupción de una fuerza política de extrema izquierda como Podemos, se constata una vez más que el asamblearismo es un cuento de unos pocos para utilizar a las masas en beneficio propio”
- “Los ciudadanos tendremos que pasar el sarampión del falso progresismo, del que solo se sale o vacunándose previamente, y muchos ya lo estamos, o padeciendo la enfermedad, con las secuelas que desgraciadamente no parecen muy halagüeñas”
En mayo de 2011 se constituyeron los ayuntamientos y autonomías anteriores
a los actuales, con un amplio respaldo a la oferta popular, consecuencia directa del desastre económico a que
había abocado la lamentable, irresponsable y dilapidadora gestión del zapaterismo que puso en riesgo las atenciones ineludibles del Estado de bienestar. Curiosamente, un poco
antes, cuando las encuestas unánimemente anunciaban un espectacular triunfo del
Partido Popular, surgió el movimiento 15-M, cuya movilización
social inundó calles y plazas de las grandes ciudades españolas.
Una sociedad frustrada entendió de buena fe que el 15-M era un movimiento
espontáneo, y se adhirió con entusiasmo a la causa
de la indignación y la regeneración. Ello no
obstante, como la historia nos demuestra, fueron muchos los que enseguida se
percataron de que, como en todos los movimientos asamblearios, alguien iba a aprovechar el tumulto para
apropiarse de su fuerza y dirigirla en beneficio propio.
La forma,
perfectamente orquestada, con que la constitución de las nuevas
corporaciones populares fueron contestadas en la calle abonó la idea de que alguien dirigía el cotarro y de que
tales contestaciones no podían ser espontáneas. En Sevilla fueron abucheados
orquestadamente, al grito de “¡no nos representan!”, todos cuantos, ediles o
invitados, acudían a la sesión solemne de constitución de su Ayuntamiento. Un par de centenares de personas ponían en entredicho, con la “boutade” de su eslogan, la voluntad mayoritaria de los sevillanos que, unos días antes, se habían
pronunciado con meridiana claridad sobre sus representantes. El mismo grito y el
mismo cerco se vivió en todas las corporaciones de las grandes ciudades.
Con la perspectiva
del tiempo y el conocimiento de datos sobre financiaciones encubiertas que se
están investigando, podemos hoy entender, con bastante
índice de veracidad, quienes y con qué fondos organizaban tales movilizaciones,
cómo se sufragaban las distintas mareas con sus diversos colores y quiénes
coordinaban las propuestas para rodear el Congreso, “okupar” espacios públicos
o manifestarse con cualquier pretexto populista, actos, por cierto, que han cesado en cuanto ha cambiado el color político de las
corporaciones.
Hoy, con la irrupción de una fuerza política
de extrema izquierda como Podemos, se constata una vez más que
el asamblearismo es un cuento de
unos pocos para utilizar a las masas, a las que estos llaman gente, en
beneficio propio. Nada hay más esclarecedor de la voluntad totalitaria de este grupo
político que su afán por hacerse pasar como únicos representantes del pueblo, como han acreditado en la reciente constitución de las Cortes Generales.
La nueva casta podemita ha acreditado que lo suyo no es la política, sino el teatro circense, y que lo que ellos llaman “nueva política” es
en realidad una parida llena de estulticia, una memez y una prueba de mala educación. Lejos de traer, como pretenden, la democracia (como si antes de ellos no hubiera existido), lo que supone su presencia, de seguir el derrotero iniciado, es el riesgo de que
acaben con ella. Porque el “show” con que nos obsequiaron no es sino repetición
del que el chavismo montó en Venezuela, y ya sabemos lo que allí ha ocurrido.
La gravedad de la situación es que, con tales personajes, un partido de
gobierno que parece haber perdido el sentido de
Estado, está empeñado en gobernar, poniendo
como única línea roja la no celebración de un referéndum secesionista. El PSOE que con Felipe
González abjuró del marxismo inaugurando esplendorosos años de socialdemocracia, debiera ser
incompatible con comunistas cuyas propuestas económicas
no casan con la libertad de mercado y quieren salir del
euro, impagar la deuda, no respetar la Constitución ni suscribir el pacto
antiyihadista, acreditando un distanciamiento notable en lo social, en lo económico y en lo constitucional de los parámetros de las democracias
representativas.
Los escarceos
que se están produciendo para intentar formar gobierno
son descorazonadores para la
ciudadanía, que no quisiera sino que los partidos busquen puntos de encuentro para gestionar un momento
crucial, donde lo peor es
dilatar los chalaneos teniendo, como tenemos, una economía cogida con
alfileres, máxime cuando la
Comisión Europea ha reiterado que debe completarse la política de ajustes, y cuando hemos de solicitar en este año a
los mercados no menos de 400.000 millones de euros para mantener el Estado de
bienestar y los servicios públicos.
Algunos piensan que inoculando el odio a la derecha, prometiendo la utopía del totalitarismo disfrazado de democracia directa y sembrando el país de promesas populistas, se resuelven todos los problemas, cuando dichas proclamas de gasto social tan queridas del ideario izquierdista “de progreso” se darían de bruces con la realidad, paralizando la gestión eficiente y provocando la huida de inversiones. Y
con ello, la vuelta a la
recesión y a otra crisis económica.
Los problemas internos de los partidos que los resuelvan los partidos, pero si no están a la altura de la
gravedad del momento, la
ciudadanía, en una hipotética
segunda vuelta electoral, deberá
tomar nota del proceder de cada uno. Porque éste no es un país de “chufletas” aunque
algunos, convirtiendo el hemiciclo donde reside la soberanía popular en un
plató propio de la telebasura política, así lo piensen. España está sobrada de niñatos jugando a revolucionarios seudo demócratas
y bien harían los
partidos constitucionalistas con marcar convenientemente sus diferencias con
ellos.
Si Pedro Sánchez considera que los separatistas y los
populistas son elementos imprescindibles para construir su “gobierno de
progreso”, y su partido se lo permite, allá él y el socialismo con esa
decisión. En tal caso los ciudadanos tendremos que pasar el
sarampión del falso progresismo, del que solo se
sale o vacunándose previamente, y muchos ya lo estamos, o padeciendo la
enfermedad, con las secuelas que desgraciadamente no parecen muy halagüeñas.
En todo caso, los sondeos reclaman a los políticos, de forma unánime, que pacten y
se entiendan. Si el sentido
común no se impone y vamos a unas nuevas elecciones, que de entrada suponen un gasto de 160 millones de euros, que cada ciudadano se ahorque con la
soga que quiera, pero teniendo muy claro que si
a la mayoría casi unánime lo que le preocupa es la economía y el paro, la
pregunta correcta será: ¿quién lo hará mejor para satisfacer dichas
inquietudes?
Cualquier pacto
entre partidos inequívocamente constitucionalistas será bienvenido. Por contra, cualquier
mezcolanza con separatistas y populistas, cuya falta de
respeto a la Constitución han acreditado con sus pintorescos y ridículos
juramentos para burlarla, provocará el rechazo de quienes recordamos que cuando los demócratas españoles se
enfrentaban a ETA y eran asesinados, Pablo Iglesias estaba en las herriko
tabernas alabando a la izquierda abertzale.
Si el pacto con esas fuerzas antisistema y separatistas se produce, algunos
habrán conseguido aquello que decían no le
interesaba: prebendas y
sillones. Pero otros muchos, más de las dos terceras partes de
españoles, si nos atenemos al resultado de las urnas, tendremos muy claro que a nosotros, con toda rotundidad ¡no nos
representan!. Ni quienes
quieren cuartear la Constitución y fracturar la nación española ni quienes,
engañando a sus electores, gobiernen con ellos, pueden representar a las
personas decentes.
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