.......Ocurre que tenemos un 21% de paro, que la crisis nos ha dejado un país con desigualdades inaceptables, que la confianza de los empresarios se deteriora, que los inversores extranjeros están empezando a dejar de llamar, que nuestra economía se enfrenta a desafíos que podrían volver a tumbarla -el Ibex vive el peor arranque del año de su historia-, que el terrorismo islámico golpea ciudades de todo el mundo a su antojo, desde París a Yakarta, y que el Gobierno de Cataluña ha anunciado que piensa hacer todo lo posible por romper España, por citar algunos desafíos que nos esperan en los próximos meses.
.....Se trata de priorizar el interés de los ciudadanos por
encima de carreras políticas perfectamente reemplazables. Y se trata de hacer política en lugar de
montar el show y buscar el aplauso de la militancia en las redes sociales.
NOTAS DESDE AQUILEA
Con ustedes, el Gran
Circo de España
El otro día me acerqué al Gran Circo Mundial, que
ha instalado su carpa en Madrid, y comprendí que la saturación política estaba
empezando a afectarme. Allí estaban los trapecistas venidos desde Corea del Norte,
pero cuando el anunciador presentó el nunca visto cuádruple salto mortal, yo
creía ver a Pedro Sánchez tratando de ser presidente con 90 escaños y el apoyo
de partidos que buscan que España se rompa la crisma. Salió un mago y me
recordó a Pablo Iglesias, capaz de convertir a un leninista convencido en
socialdemócrata en un abracadabra. Un malabarista lanzaba a izquierda y derecha
sus diábolos, cual Albert Rivera, y pensé si no sería un mal presagio que se le
cayera uno, quizá en un momento de indecisión. Salieron las fieras y me fijé en
un león venido a menos que, como Mariano Rajoy, parecía resistirse a la idea de
que sus mejores días habían terminado.
"Ha bastado una sesión
parlamentaria para tener la certeza de que no faltará espectáculo"
Si la democracia es el arte de "dirigir el
circo desde la jaula de los monos", como decía Mencken, en España nos
quedan meses de incertidumbre hasta saber quién dirigirá el que se ha montado
tras las elecciones. Ha bastado una sesión parlamentaria para
tener la certeza, al menos, de que no nos va a faltar el espectáculo.
La predicción era que, una vez tuvieran los
votos, los nuevos políticos sustituirían el plató de televisión por el
Parlamento. Parece que será al revés. Lástima
que el país no se lo pueda permitir, con lo divertido que podría ser todo.
Ocurre que tenemos un 21% de paro, que la crisis
nos ha dejado un país con desigualdades inaceptables, que la confianza de los
empresarios se deteriora, que los inversores extranjeros están empezando a
dejar de llamar, que nuestra economía se enfrenta a desafíos que podrían volver
a tumbarla -el Ibex vive el peor arranque del año de su historia-, que el
terrorismo islámico golpea ciudades de todo el mundo a su antojo, desde París a
Yakarta, y que el Gobierno de Cataluña ha anunciado que piensa hacer todo lo
posible por romper España, por citar algunos desafíos que nos esperan en los
próximos meses. Pero sigamos hablando de la melena del nuevo diputado Rodríguez, como si
nuestros intereses fueran a estar mejor "defendidos por un diputado con
rastas que por uno con terno y gomina Patrico", que escribía el otro día
Jorge Bustos. Como si la conciliación familiar fuera a mejorar llevando a tu
bebé a un Parlamento que tiene guardería, privilegio que gustosamente habrían
aprovechado miles de madres. O como si un puño en alto y cuatro lemas fáciles
fueran a pagar nuestra deuda o mejorar la educación.
"Es hora de hacer política en
lugar de buscar el aplauso en las redes sociales"
Aquí de lo que se trata es de aprovechar
la mejor oportunidad que ha tenido España en mucho tiempo para que sus
políticos se pongan de acuerdo y empujar una verdadera agenda de reformas que
enderece el país para una generación. Se trata de priorizar el interés de los
ciudadanos por encima de carreras políticas perfectamente reemplazables.
Y se trata de hacer política en
lugar de montar el show y buscar el aplauso de la militancia en las redes
sociales.
Lo del otro día fue la prueba de que Pablo Iglesias
ya está en campaña -si es que alguna vez dejó de estarlo-, en previsión de unas
nuevas elecciones en las que espera merendarse lo que queda del PSOE. Mientras,
Pedro Sánchez, desde la plataforma del trapecio, se lo piensa. ¿Debería ir a
por el cuádruple salto mortal, poniéndose en manos de un partido que quiere
destruir al suyo y otros que buscan romper España? Un salto sin red. Todo o
nada. Moncloa o INEM. Que Sánchez no parece tener vértigo lo demuestra su
decisión de esta semana de prestar sus escaños a partidos separatistas en el
Senado, un absurdo que, entre otras cosas, pone más fondos del Estado en manos
de quienes lo quieren dilapidar.
La alternativa razonable es ese pacto con Partido
Popular y Ciudadanos en el que se incorporarían propuestas del programa
socialista, se daría estabilidad al país y los populares serían empujados a
llevar a cabo su regeneración pendiente. Puestos a elegir entre piruetas
arriesgadas, al líder socialista le quedaría el consuelo de haber escogido lo
mejor para España y haber impedido el cierre del circo
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