Como estructuras podridas que se superponen, el enchufismo en España atraviesa los siglos. “Quien no tiene un
padrino, no se bautiza”, advierte el refranero desde hace tanto tiempo que ya ni se recuerda
cuándo comenzó esta inercia asesina de méritos y transparencia. En la última
superposición de estructuras, la sociedad española ha adaptado con absoluta fidelidad el enchufismo
de la dictadura a la democracia.
Los enchufes del franquismo son ahora los enchufes de los partidos políticos. Lo ha dicho más claro que nadie en
España el alcalde
socialista de Torre de Juan Abad, un pequeño pueblo de Ciudad Real, sincero hasta la
vergüenza ajena en una asamblea de vecinos: “Desde el año 42, que entró mi
padre a trabajar al ayuntamiento a dedo, como excombatiente, todos, todos, han entrado igual en el ayuntamiento: ni por bolsas de trabajo ni por
exámenes”. Es
el dedo el que coloca; el dedo que va pasando de político en
político, como si fuera el mismo bastón de mando de la alcaldía el que sirviese
para señalar a los enchufados. Tú, tú y tú…
Enchufismo, marca España El alcalde de la Torre de Juan
Abad explica cómo enchufan a la gente en el
ayuntamiento Hace un par de años, un hijo de emigrantes andaluces en
Cataluña, Emilio Castilla, licenciado en Economía, doctor en Sociología y
profesor del Massachusetts Institute of Technology, vino a recoger un premio y,
como cada vez que ha vuelto, se quedó sorprendido de la solidez del enchufismo en España. El profesor Castilla, un estudioso de la importancia de
los sistemas de evaluación y recompensa en el desarrollo de las economías y de
las sociedades mismas, encontró que en España, a diferencia de lo que ocurría
en otros países, como Estados Unidos, la crisis económica unida al amiguismo ha provocado “un estado de
depresión”: desilusión y abatimiento porque al
horizonte desesperante del paro se une la certeza de que, antes que la preparación y el
mérito, lo más eficaz para encontrar empleo es un buen enchufe.
“Cuando me fui de España, hace 18 años, nunca entendí a
quién se contrataba y quién se quedaba en la empresa. La preocupación por el
miedo a quedarse en paro me recuerda el sistema de
contratación de los latifundios andaluces. Metafóricamente
ha cambiado, pero, en términos de gestión, es lo mismo. Ahora solo se piensa en
sobrevivir y esto hace que se pierda el sueño de lograr objetivos
profesionales, de crecer profesionalmente, de buscar nuevos productos, crear
nuevas empresas. Si no
invertimos a medio y largo plazo, EEUU, Japón y Alemania dominarán el mercado.
Hay que crear buenos métodos de meritocracia en la empresa. La promoción debe hacerse por méritos y no que ascienda el pardillo por
sus conexiones, amiguismo o nepotismo”.
Es la coincidencia fatal de los tres factores más
señalados de la actualidad laboral en España, las altas tasas de paro, la inestabilidad en el trabajo y la pervivencia del
enchufismo, la que nos remite fielmente a esa imagen de latifundio andaluz: los capataces del cortijo que acuden cada mañana a la
plaza del pueblo para señalar con el dedo a quien se va a beneficiar de un
jornal por la gracia del señorito. La política, cada Administración, ha degenerado, como admitía ese alcalde, en cortijo gobernado por el partido político
que ganaba las elecciones. ¿Quién en España no conoce, en su pueblo o en su región, al menos un
caso de enchufismo? No porque se lo haya contado
nadie, no porque haya salido en los periódicos, sino porque el enchufado es un
vecino, un cuñado o un amigo que, desde que se afilió al partido, encontró
trabajo.
La coincidencia de las tasas de paro,
la inestabilidad en el trabajo y la pervivencia del enchufismo, nos remite
fielmente a esa imagen de latifundio andaluz
En Andalucía, por ejemplo,
son tantos los colocados en la llamada ‘administración paralela’ de la Junta
de Andalucía que el Gobierno
llegó al extremo de enchufar por decreto en el sector público andaluz a más de
20.000 personas previamente contratadas en el magma de entes instrumentales. Hace un mes, el Tribunal Constitucional
anuló buena parte de aquel ‘decreto del enchufismo’, como se le conoce, pero el
Gobierno de Susana Díaz ha
decidido seguir adelante. Lo llama “reordenación” del sector público andaluz.
¿Y la propia universidad? ¿No es acaso la universidad española el más claro ejemplo de
endogamia y amiguismo? Cuando, al principio de esta legislatura, se encargó un informe
sobre la universidad española a un ‘comité de expertos’, trascendió que la endogamia
universitaria superaba el 70% de los docentes. Es decir, que hasta el 73% de los
docentes en las universidades españolas reúne la peculiar característica de
haber conseguido un contrato en el mismo centro en el que estudió y trabajó
hasta que se le contrató con carácter indefinido.
Cuando se reduce la
competencia, se postergan los requisitos de mérito, crece la endogamia y baja
la calidad de forma exponencial
Hasta 1983, la selección del profesorado
estaba centralizada en España: Se convocaba una oposición única por áreas y los docentes
elegían centro a partir de los resultados obtenidos. Los mejores, elegían
antes. Desde que se derogó ese sistema, lo que han proliferado han
sido las denuncias por amiguismo en los tribunales de cada universidad. Cuando se reduce la competencia, se
postergan los requisitos de mérito, crece la endogamia y baja la calidad de
forma exponencial. “Más de la mitad (el 57,6%) del personal docente e
investigador tiene una actividad investigadora nula o casi inexistente”, se
señalaba en el citado informe del ‘comité de sabios’. Cada vez que se ha
querido volver al sistema anterior de contratación centralizada, las
universidades se han movilizado para abortarlo.
La política, la universidad, la empresa…
‘Enchufismo, marca España’. Qué gran ironía del destino que haya sido precisamente en Torre de
Juan Abad, donde tanto tiempo pasó, escribió y padeció Francisco de Quevedo,
donde se haya obtenido este documento excepcional del enchufismo en España para
parafrasearlo ahora y decir con él que “todos lo que parecen enchufados, lo son, y,
además, también la mitad de los que no lo parecen”.
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