miércoles, 21 de octubre de 2015

¿Inmovilismo? ¿Qué inmovilismo?, por Luis Marín Sicilia. = Basta de ambigüedades cuando se desafía el orden constitucional; ante ello la única conducta sensata es el mantenimiento del orden constitucional, sin dar tregua ni cuartel a quienes pretenden soslayarlo; no hay que moverse ni un milímetro de la legalidad constitucional. Ese es el inmovilismo que hoy reclama la inmensa mayoría del pueblo español. Por cierto esto es plenamente aplicable a la Andalucía del Régimen y su Administración paralela, que quiebra irreversiblemente el orden jurídico constitucional, y en ello estamos, no nos movemos ni un milimetro desde hace ya cinco largos años.

Cuando una persona tiene dignidad, cuando un hombre se viste por los pies y asume las consecuencias de sus actos, se comporta de manera que merezca el respeto y la estima de forma decente y decorosa 




 Si para saciar a los insaciables hay que desmantelar el Estado español, dígase con claridad por quienes tachan a otros de inmovilistas.

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¿Inmovilismo? ¿Qué inmovilismo?



Cuando una persona tiene dignidad, cuando un hombre se viste por los pies y asume las consecuencias de sus actos, se comporta de manera que merezca el respeto y la estima de forma decente y decorosa. No es este el caso del rufianesco personaje que, para desdoro de la institución, aún preside la Generalitat de Cataluña de forma interina, por muchas banderas separatistas que le acompañen en su desafío a la Ley y a la Justicia. El subconsciente le ha llevado a utilizar las mismas artimañas de todos los dictadores, la misma búsqueda del aplauso fácil, la movilización de las masas con mensajes simplistas, y todo ello con la misma finalidad de vivir del engaño y la estafa sentimental.

Que no se felicite ni vanaglorie el "mesías" con el respaldo de los suyos, porque el conglomerado de adhesiones tuvo el mismo tufo que el de las concentraciones dictatoriales: alegatos a los propios y flete de autobuses para su desplazamiento

Por mucho que la feroz invasión de las conciencias por parte del monopolio político y educativo del separatismo haya calado en la sociedad catalana, aún quedan personas con criterio propio, allí y en el resto de España, que no van a tolerar la afrenta continua de personajes como el que nos ocupa a la permanencia de España como nación de hombres libres e iguales. Y que no se esconda en el lamentable espectáculo de los políticos separatistas que le acompañaron en su comparecencia ante la Justicia, porque son esos políticos, que viven de la política, los que están llevando a su pueblo al desconcierto, la desconfianza y a una latente crispación desconocida hasta ahora en aquella tierra. Además, Artur Mas tiene la cobardía de no asumir las consecuencias de sus actos, aquellos de cuando dijo que "no hace falta que busquen más; el responsable soy yo"; para desdecirse ahora manifestando que "el proceso quedó en manos de los voluntarios".

Que no se felicite ni vanaglorie el "mesías" con el respaldo de los suyos, porque el conglomerado de adhesiones tuvo el mismo tufo que el de las concentraciones dictatoriales: alegatos a los propios y flete de autobuses para su desplazamiento. La Plaza de Oriente sabe bastante de ello y no digamos en la propia Barcelona cómo lo organizaba el notario Porcioles, a la sazón alcalde de la Ciudad Condal, cuando el Caudillo la visitaba. Y fuera de España, que le pregunten a los hermanos Castro como lo hacen en Cuba, cuya bandera, por cierto, parecen copiarla los independentistas catalanes con su "estelada".

La Justicia deberá hacer su trabajo, sin demora, ante el desafío a la soberanía nacional que las actitudes chulescas del personaje están llevando a cabo y ante las que no caben paños calientes ni posturas equidistantes. Asistimos desde hace tiempo a la puesta en escena de un golpe de estado en grado de tentativa o, como también se ha dicho, a cámara lenta. Ante esta tesitura lo más sorprendente es oír frases de equidistancia o condenas de inmovilismo. ¿Inmovilismo de qué? ¿Inmovilismo de quién?

Cataluña, como Galicia o Andalucía, es una parte de España que nos incumbe a todos los españoles. Así es, así ha sido y así seguirá siendo mientras los españoles no decidamos otra cosa. Y si alguien quiere irse o no quiere ser español, como Fernando Trueba o Willy Toledo, que se marche, pero no puede llevarse su cuota de España porque esa es de todos. Las veleidades secesionistas catalanas ya han ocasionado históricamente graves quebrantos a España, desde la pérdida del Rosellón y la mayor parte de la Cerdaña, a raíz del "Corpus de Sangre" en 1640, hasta la desaparición de las posesiones europeas y la pérdida de Gibraltar, como consecuencia de la Guerra de Sucesión entre "borbónicos" y "austracistas", que terminó en 1714. Y casi siempre por cuestiones más o menos latentes de índole económica.

Jamás ha tenido Cataluña más competencias y atribuciones que con la Constitución de 1978 y basta comparar su "estatus" jurídico con el de lo que llaman la Cataluña Norte, es decir el Rosellón y la Cerdaña, donde, a pesar de los ingentes fondos suministrados por la Generalitat, el catalán sigue siendo un idioma marginal y, en materia política y administrativa, su dependencia del poder central francés es absoluta. Por ello resulta escandalosa la insistencia de los "neutrales" en hablar de inmovilismo. Aparte de cariño, que debe ser recíproco, ¿qué más hay que darle a Cataluña?, porque algunos empiezan a preguntarse si acaso el inmovilismo no se refiere a la excesiva complacencia con la permanente e insaciable deriva separatista.

Ante derivas similares, los países serios han actuado con la máxima claridad y contundencia. Por ejemplo, en EEUU ante los meros indicios secesionistas de Alaska, Hawai o Texas. Basta leer la contundente respuesta de la Casa Blanca, el 14 de enero de 2013, ante una petición popular para utilizar el "derecho a decidir" de Texas. Dicho derecho, contestó el presidente Obama, no es argumento para permitir la secesión, ya que "la Constitución de EEUU establece una unión permanente, indestructible y perpetua". Idéntica contestación recibieron solicitudes similares de otros siete estados sureños.

“Mientras la prensa internacional no duda en calificar a Artur Mas como un presidente golpista, como lo han conceptuado en Alemania, algunos aquí, en una equidistancia irresponsable, tachan al Gobierno de la nación como inmovilista porque no "dialoga" con golpistas”

Abandonada la obligación de gestionar el interés público y los servicios sociales, el gobierno de la Generalitat catalana ha situado a la economía financiera de su región en la categoría de bono basura, cuya pervivencia, para el pago de servicios y funcionarios, solo está siendo posible gracias al apoyo del Estado español, al que, en correspondencia, se le veja e insulta. Recientes reportajes de la prensa europea no dudan en calificar a Cataluña como la región de Europa donde menos se respetan las libertades democráticas de los ciudadanos, debido al mantra ideológico secesionista.

Los acontecimientos recientes exigen una contundente respuesta del Estado de derecho español. Basta de ambigüedades cuando se desafía el orden constitucional. Mientras la prensa internacional no duda en calificar a Artur Mas como un presidente golpista, como lo han conceptuado en Alemania, algunos aquí, en una equidistancia irresponsable, tachan al Gobierno de la nación como inmovilista porque no "dialoga" con golpistas. Ello explica, por ejemplo, que tal ambigüedad ha llevado al socialismo catalán, de liderar dicha autonomía a resultar casi intrascendente en la misma.

Si para saciar a los insaciables hay que desmantelar el Estado español, dígase con claridad por quienes tachan a otros de inmovilistas. Un 35 % de catalanes con derecho a voto no puede alterar la soberanía nacional, porque tal porcentaje representa el 3 % (¡qué casualidad!) de la ciudadanía española, en cuyo conjunto reside la facultad de remover dicha soberanía. Por ello, cuando se hable de reformar la Constitución queremos saber en qué sentido se propone tal reforma, porque muchos piensan que quizás haya que recuperar competencias en materia de sanidad, educación y justicia, que son pilares del principio de igualdad de todos los españoles. Y que no hacerlo sí que sería inmovilismo.

Sorprendido y alarmado por la deriva del secesionismo catalán, que se nutre aquí y ahora del descontento social derivado de la crisis, el filósofo francés Bernard-Henry Levys ha apuntado la diferencia de los separatismos europeos, como los de Alemania, Francia o Bélgica, todos de derechas, con el catalán del que se ha apropiado la izquierda. La tradición anarquista catalana no es ajena a esta circunstancia, y la burguesía de aquella tierra se tendría, una vez más, por bien merecido el castigo que tal deriva le puede ocasionar.

Pero, mientras los secesionistas catalanes purgan sus propios errores, el resto de españoles, incluida la mayor parte de catalanes, hemos de reclamar a nuestros políticos verdadero sentido de Estado. Basta ya de "mindundis" haciendo política de barrio. Se precisan hombres de Estado que profundicen en los análisis políticos en sus despachos y no en las tertulias televisivas. Que lleguen a grandes acuerdos después de horas, días y semanas de profundo diálogo, en silencio constante, buscando puntos de encuentro que respondan al sentir mayoritario de la sociedad española. Y una vez conseguido el consenso, entonces sí, proponerlo al conjunto de los españoles en una consulta popular.


Mientras eso llega, la única conducta sensata ante el desafío secesionista es el mantenimiento del orden constitucional, sin dar tregua ni cuartel a quienes pretenden soslayarlo. Como dice, con indudable acierto, el exministro socialista José Luis Corcuera, ante las pretensiones de Mas y sus muchachos, no hay que moverse ni un milímetro de la legalidad constitucional. Ese es el inmovilismo que hoy reclama la inmensa mayoría del pueblo español.

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