jueves, 13 de agosto de 2015

TRIBUNA LIBRE. Artículo de lectura recomendada. Reflexiones en ferragosto, por LUIS MARÍN SICILIA. = La racionalidad aleja a la demagogia y exige regeneración

En este ferragosto hispano, tan soporífero y festivo, donde el afán por divertirse y el deseo de descansar se yuxtaponen, siempre queda un margen para la reflexión serena y la observación crítica de la realidad. Como en el ferragosto por antonomasia, la fiesta agosteña italiana, hay motivos suficientes para concluir que, ante la ilusión de una vida exuberantemente feliz, volveremos siempre a encontrarnos con la realidad cotidiana.

Como en la genial película de Dino Risi La escapada, donde los protagonistas experimentan que el ilusionante futuro se convierte en un pasado frustrante tras la efímera vivencia de un presente fugaz, millones de españoles palparán estos días el retrato de la vida misma, la realidad frente a la falacia. Ante la bulliciosa ola turística, que nos devuelve a las mejores épocas del turismo nacional, algunos, muchos, reflexionarán ante los retos que, como ciudadanos responsables, les aguardan a la vuelta de sus vacaciones.




Por ejemplo, a la vista de lo conocido y experimentado, algunos sonreirán cuando les hablen de la participación democrática que algunos partidos han montado para intentar engañar a los demás, engañándose a sí mismos. Es el caso del socialismo madrileño, cuya defenestración de los vencedores en primarias, Tomás Gómez y ahora Antonio M. Carmona, confirma la línea de su escaso pudor democrático que ya inició cuando sustituyó torticeramente a Borrell por Almunia. O es lo sucedido con los adalides 'anticasta' de Podemos, cuyas bases han tachado el proceso de primarias como «una pantomima para que Iglesias y su grupo de acólitos titulados tengan cuatro años de diputados, incluida su 'ex' Tania Sánchez»; sí, aquella del «no, punto; no estaré en Podemos, punto». Así se explica que tan solo participaran en el engaño el 15,2 por ciento de los afiliados.

Otros ciudadanos reflexionarán sobre el desafío de las instituciones catalanas a la soberanía de la nación española, cuestión de enorme gravedad que requiere actuaciones contundentes como las que demanda Manos Limpias, reclamando la detención de Artur Mas por intento de sedición y amenazas al Estado. No cabe duda de que el proyecto de destruir la unidad de España es un golpe de Estado en grado de tentativa, por lo que la aparente debilidad conque desde el Gobierno se está tratando el tema impacienta al personal. El Gobierno alega que la actuación legal se producirá en el mismo instante en que la ley sea quebrantada, y no tengo duda de que así será en cuanto se cometan los delitos que, de forma subrepticia, se anuncian de futuro. En este sentido, hubiera bastado la mínima referencia en el decreto de convocatoria electoral a su carácter pretendidamente plebiscitario para que el peso de la ley hubiera caído sin contemplaciones sobre los potenciales delincuentes, razón por lo que se han cuidado muy mucho de burlar la legalidad.

Pero, además de garantizar el estricto cumplimiento del orden legal en el tema catalán, sería bueno, en términos políticos, que la ciudadanía de aquella comunidad pusiera en su sitio a quien, con pretendida aureola de mesías, está resultando un mequetrefe de dimensiones cósmicas. Traicionando la lealtad debida a las instituciones que representa y a la propia Constitución a la que debe su cargo, Artur Mas ha dividido a su ciudadania, ha falseado la historia y ha fragmentado a su propia oferta electoral. Su final, entre una heterogénea masa de ilusos y oportunistas, sólo puede ser el de aquel personaje histórico a quien Roma no pagaba a traidores. Porque nunca nadie hizo mayor daño a la ejemplar y sensata convivencia que siempre reinó en aquella entrañable tierra, ejemplo de progreso y buen sentido, que la que ha pergeñado este personaje insufrible.

Y, por último, algunos ciudadanos, en esta recuperación sobresaliente del sentido lúdico vacacional, meditarán sobre las perspectivas del futuro político inmediato. Se mesarán los cabellos pensando que eso del bipartidismo no era tan malo, a la vista de la alternativa al mismo que ya se observa en comunidades autónomas y ayuntamientos. Que los nuevos no son mejores que los viejos pero, además, es que son mas inexpertos y, algunos, más sectarios y rencorosos. Que así no se construye un país ni se resuelven sus problemas, aunque hay que agradecerles que su presencia ha zarandeado a toda la clase política y le ha provocado mayores exigencias éticas.


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Posiblemente algunos piensen que, en verdad, Rajoy y Montoro ni son guapos ni son simpáticos, pero que con tales atributos, si bien se pueden ganar concursos televisivos, no son hábiles para el buen gobierno del interés público. Porque, con tan escasa empatía, aquellos y sus políticas nos han evitado equipararnos a los griegos. Y es que, en el fondo, España tiene muchas cosas que perder si no sabemos valorar lo que tenemos, lo que con tanto esfuerzo, sobre todo de sus clases medias, hemos conseguido conservar. Es posible que la vuelta a la racionalidad enfríe el share de las televisiones que han vivido de una política populista que necesita el malestar y la catástrofe para alimentarse. La racionalidad aleja a la demagogia y exige regeneración, pero sin poner en riesgo todo lo que España ha avanzado desde que nos dimos en 1978 una Constitución que, no en balde, fue conocida como «la Constitución de la concordia».




[Luis Marín Sicilia es notario jubilado y fue vicepresidente del Parlamento de Andalucía con UCD.]


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