En este ferragosto hispano, tan soporífero y festivo, donde el
afán por divertirse y el deseo de descansar se yuxtaponen, siempre queda un
margen para la reflexión serena y la observación crítica de la realidad. Como
en el ferragosto por antonomasia, la fiesta agosteña italiana, hay motivos
suficientes para concluir que, ante la ilusión de una vida exuberantemente
feliz, volveremos siempre a encontrarnos con la realidad cotidiana.
Como en la genial película de Dino Risi La escapada, donde
los protagonistas experimentan que el ilusionante futuro se convierte en un
pasado frustrante tras la efímera vivencia de un presente fugaz, millones de
españoles palparán estos días el retrato de la vida misma, la realidad frente a
la falacia. Ante la bulliciosa ola turística, que nos devuelve a las mejores
épocas del turismo nacional, algunos, muchos, reflexionarán ante los retos que,
como ciudadanos responsables, les aguardan a la vuelta de sus vacaciones.
Por ejemplo, a la vista de lo conocido y experimentado,
algunos sonreirán cuando les hablen de la participación democrática que algunos
partidos han montado para intentar engañar a los demás, engañándose a sí
mismos. Es el caso del socialismo madrileño, cuya defenestración de los
vencedores en primarias, Tomás Gómez y ahora Antonio M. Carmona, confirma la
línea de su escaso pudor democrático que ya inició cuando sustituyó
torticeramente a Borrell por Almunia. O es lo sucedido con los adalides
'anticasta' de Podemos, cuyas bases han tachado el proceso de primarias como
«una pantomima para que Iglesias y su grupo de acólitos titulados tengan cuatro
años de diputados, incluida su 'ex' Tania Sánchez»; sí, aquella del «no, punto;
no estaré en Podemos, punto». Así se explica que tan solo participaran en el
engaño el 15,2 por ciento de los afiliados.
Otros ciudadanos reflexionarán sobre el desafío de las
instituciones catalanas a la soberanía de la nación española, cuestión de
enorme gravedad que requiere actuaciones contundentes como las que demanda
Manos Limpias, reclamando la detención de Artur Mas por intento de sedición y
amenazas al Estado. No cabe duda de que el proyecto de destruir la unidad de
España es un golpe de Estado en grado de tentativa, por lo que la aparente
debilidad conque desde el Gobierno se está tratando el tema impacienta al
personal. El Gobierno alega que la actuación legal se producirá en el mismo
instante en que la ley sea quebrantada, y no tengo duda de que así será en
cuanto se cometan los delitos que, de forma subrepticia, se anuncian de futuro.
En este sentido, hubiera bastado la mínima referencia en el decreto de
convocatoria electoral a su carácter pretendidamente plebiscitario para que el
peso de la ley hubiera caído sin contemplaciones sobre los potenciales
delincuentes, razón por lo que se han cuidado muy mucho de burlar la legalidad.
Pero, además de garantizar el estricto cumplimiento del
orden legal en el tema catalán, sería bueno, en términos políticos, que la
ciudadanía de aquella comunidad pusiera en su sitio a quien, con pretendida
aureola de mesías, está resultando un mequetrefe de dimensiones cósmicas.
Traicionando la lealtad debida a las instituciones que representa y a la propia
Constitución a la que debe su cargo, Artur Mas ha dividido a su ciudadania, ha
falseado la historia y ha fragmentado a su propia oferta electoral. Su final,
entre una heterogénea masa de ilusos y oportunistas, sólo puede ser el de aquel
personaje histórico a quien Roma no pagaba a traidores. Porque nunca nadie hizo
mayor daño a la ejemplar y sensata convivencia que siempre reinó en aquella
entrañable tierra, ejemplo de progreso y buen sentido, que la que ha pergeñado
este personaje insufrible.
Y, por último, algunos ciudadanos, en esta recuperación
sobresaliente del sentido lúdico vacacional, meditarán sobre las perspectivas
del futuro político inmediato. Se mesarán los cabellos pensando que eso del
bipartidismo no era tan malo, a la vista de la alternativa al mismo que ya se
observa en comunidades autónomas y ayuntamientos. Que los nuevos no son mejores
que los viejos pero, además, es que son mas inexpertos y, algunos, más
sectarios y rencorosos. Que así no se construye un país ni se resuelven sus
problemas, aunque hay que agradecerles que su presencia ha zarandeado a toda la
clase política y le ha provocado mayores exigencias éticas.
Posiblemente algunos piensen que, en verdad, Rajoy y Montoro
ni son guapos ni son simpáticos, pero que con tales atributos, si bien se
pueden ganar concursos televisivos, no son hábiles para el buen gobierno del
interés público. Porque, con tan escasa empatía, aquellos y sus políticas nos
han evitado equipararnos a los griegos. Y es que, en el fondo, España tiene
muchas cosas que perder si no sabemos valorar lo que tenemos, lo que con tanto
esfuerzo, sobre todo de sus clases medias, hemos conseguido conservar. Es
posible que la vuelta a la racionalidad enfríe el share de las televisiones que
han vivido de una política populista que necesita el malestar y la catástrofe
para alimentarse. La racionalidad aleja a la demagogia y exige regeneración,
pero sin poner en riesgo todo lo que España ha avanzado desde que nos dimos en
1978 una Constitución que, no en balde, fue conocida como «la Constitución de
la concordia».
[Luis Marín Sicilia es notario jubilado y fue vicepresidente
del Parlamento de Andalucía con UCD.]
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