- Manuel Gracia descuella en esa modalidad política de 'la carrera de los inmóviles' que permite ascender sin hacer nada
- Se denuesta la puerta giratoria y se da carta de normalidad a la puerta atrancada para que la política sea coto de ganapanes
Ante la falta de confianza en el orden político y en los políticos, el sistema debe afrontar una reedificación que arrancará cuando la clase política muestre autoridad moral en su conducta. No un cambio aparencial que oculte la mugre bajo la alfombra. Más cuando el ciudadano percibe haber sido arrastrado al atolladero por una clase política que privilegia su interés.
En estos treinta años de autonomía, ha arraigado la noción de que estos profesionales de la política hacen de la conquista del poder y de su perpetuación su objetivo. De hecho, el PSOE ha mutado en un partido-régimen, en una empresa -«la PSOE», dice algún guasón- que vela por sus afiliados desde la cuna a la sepultura con el único requisito de su sumisión sin límite al mando y sin otra patria que el partido, sin precisar que figure en el frontis de las Casas del Pueblo esa variante de «Todo por la patria» de las Casas-cuartel de la Guardia Civil. Ello hace que, a la hora de oficiar funciones públicas, no se designe a nadie por su idoneidad, sino por sus conexiones y observancias dentro de la correlación de fuerzas y equilibrios partidistas.
Ese reparto graciable de acomodos hace de la política, como escribió Galdós, «una carrerita de las más cómodas, fáciles y lucrativas, constituyendo una clase, o más bien un familión vivaracho y de buen apetito que nos conduce y pastorea como a un dócil rebaño». Al no patrocinar a los mejores, consiente que vivaqueen en ella quienes no tienen otro cobijo. No es un buen ejemplo el espectáculo de quienes no se sabe de dónde vienen ni a dónde van, pero que descaminan ineluctablemente en desaprensivos que «entran con poco y salen con mucho».
Convertida la política en un modus vivendi, en vez de una dedicación temporal para luego retornar a la profesión que se ejercía, se abre a la corrupción de distinta cuantía. Al usufructuar ingentes montos de euros que administran sin control efectivo o que se las ingenian para desactivarlos, del modo de los ERE o los cursos de formación, cautivan al votante con el gasto desbocado de administraciones elefantiásicas en cuyo frondoso ramaje anidan miles de paniaguados, lo que acrece la tentación. Ya lo sentenció Sancho Panza, fugaz gobernador de la ínsula Barataria al tornar a escudero: «Sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de cómo suelen salir los gobernantes».
Al tiempo que se denuesta la puerta giratoria que alterna periodos de dedicación a la actividad pública con otros en la vida profesional privada, con lo que se crean las condiciones favorables para se incorporen temporalmente a la política aquellos que tienen conocimientos y talento que aportar, se da carta de normalidad a la puerta atrancada para que la política sea coto privado de ganapanes. Curiosamente, frente a corrupciones de otra laya, este uso privado de las funciones públicas, a modo de derecho de pernada de los nuevos señores feudales, se ha hecho costumbre tan deplorable como aquellas que -O tempora, o mores!- condujeron a Marco Tulio Cicerón, en la primera de sus catilinarias, a fulminar la perfidia y la podredumbre de su época.
Aquí lo de menos es el interés general.......
Dichosos elefantes
en su cementerio
L IGUAL QUE aquel burlón secretario general de la
Organización de Estados Americanos (OEA) que declaró que no había hecho «nada» para
tal menester, pero aclarando, socarrón, que ese «nada» lo «había hecho
exquisitamente», otro tanto cabe anotar del sempiterno Manuel Gracia. A sus 69 años,
Susana Díaz acaba de remunerarle los desvelos que le prodigó desde la
Presidencia del Parlamento con la bicoca de la Autoridad Portuaria de Sevilla.
Es inútil inquirir -ni siquiera retóricamente-
qué diablos entiende el laureado de materia fluvial
y dársenas. Ello presumiría que estas
mercedes se regalan a quienes llegan aprendidos, y no a aprender, al cargo.
Pero, como placen la mamandurria tantos marineros en tierra con la insignia del
PSOE, los andaluces se han hecho al abuso como a la bruma marina.
Aplicándose la pauta del falangista Jesús Fueyo, intelectual
franquista: «¡Ministro, aunque sea de Marina!», Gracia diría para sí:
«Presidente, aunque sea del Puerto de Sevilla», tras serlo de una ringlera de
encomiendas entre las que no dejó otra huella que ser un bien mandado.
Y tanto. En
su etapa de consejero de Educación de Borbolla, se lamentaba de que su jefa de
gabinete, Gracia Sánchez Caballos, a la sazón mujer
del presidente, era la que partía el bacalao en su departamento.
Al granjear el carné del partido su buena renta,
trabajando o no, muchos prefieren, directamente, no hacer nada. Al portuario Gracia le ha bastado para no apearse del coche
oficial desde que desertó de la tiza, lúcida expresión con la que el docente
Pedro Ruiz Morcillo fustigaba a los promotores de dislates educativos que están
dando la cara.
Tras décadas viviendo del
Presupuesto, y al aguardo de las cesantías que le caerán como breva madura,
Gracia indicará como la Celestina: «Vivo de mi oficio, como cada oficial del
suyo». En su devenir,
aunque no en su erudición, evoca a un director general de todo en el
franquismo, el ilustre onubense de Aracena Florentino Pérez-Embid, amigo de
Manuel Olivencia, quien un buen día se sinceró confesándole que no sabía hacer otra cosa que ser director general. Ambicionaba seguir siéndolo, aunque fuera de Prisiones.
«Manolo -se excusaba-, si no sé ni cómo se saca un billete de ferrocarril».
Ateniéndose a su hoja de servicios, Gracia descuella en esa
modalidad política titulada la carrera de los inmóviles que permite ascender
sin hacer nada hasta alcanzar este cementerio de elefantes que son los puertos
y donde moran dichosos los paquidermos socialistas. Cúmplese la mordacidad de Lenin de que cualquier cocinera
puede asumir el gobierno si acata la ortodoxia del partido, no piensa por su
cuenta y no saca los pies del tiesto. Ya lo apreció Zapatero al advertir, ante
el espejo, que cualquiera podía ser Presidente.
Pero quien mueve al escándalo no es Gracia, sino quien lo
nombra. Una presidenta de la Junta que camina sobre cenizas bajo las cuales no
sólo no se extinguen los rescoldos humeantes de la corrupción, con nuevas
imputaciones cada semana, como su número tres en la Ejecutiva, Francisco
Conejo, al construir una piscina ilegal, sino que amenazan con avivarse en un
tris. Ahí está la trifulca con su mentor, el exconsejero de Empleo, José
Antonio Viera, del que fue secretaria de Organización en el PSOE sevillano, tras negarse a devolver su escaño de congresista, una vez
inculpado por el Supremo por prevaricación y malversación en el fraude
milmillonario de los ERE. Tras aforarlo y cobrar una soldada
de 5.700 euros al mes sin dar un palo, este cazador de fortuna amenaza a su
apadrinada.
En vez de dar pasos sustantivos para sanear las
instituciones, Díaz las consagra como pesebre. De esa guisa, mal puede autoinvestirse heraldo de la
regeneración que no avala su trayectoria y que certificaría la imposibilidad
congénita del Régimen para enmendarse. Quizás sea cosa, como dijo Michael
Corleone, de que, «cuanto más alto he subido,
más mierda he encontrado».
Respecto al «nuevo
tiempo» que pregona Díaz, hace honor a los «proverbios y cantares» machadianos:
«¿Siglo nuevo? ¿Todavía/ llamea la misma fragua?/ ¿Corre todavía el agua/ por
el cauce que tenía? /Hoy es siempre todavía». Ante la falta de confianza en el
orden político y en los políticos, el sistema
debe afrontar una reedificación que arrancará cuando la clase política muestre
autoridad moral en su conducta. No un
cambio aparencial que oculte la mugre bajo la alfombra. Más cuando el ciudadano
percibe haber sido arrastrado al atolladero por una clase política que
privilegia su interés.
En estos treinta años de autonomía, ha arraigado la noción
de que estos profesionales de la política hacen de la conquista del poder y de
su perpetuación su objetivo. De hecho, el PSOE ha mutado en un
partido-régimen, en una empresa -«la PSOE»,
dice algún guasón- que vela por sus afiliados desde la cuna a la sepultura con
el único
requisito de su sumisión sin límite al mando y sin otra patria que el partido, sin precisar que figure en el frontis de las Casas del
Pueblo esa variante de «Todo por la patria» de las Casas-cuartel de la Guardia
Civil. Ello hace que, a la hora de oficiar funciones públicas, no se designe a
nadie por su idoneidad, sino por sus conexiones y observancias dentro de la
correlación de fuerzas y equilibrios partidistas.
Ese reparto graciable de acomodos hace de la política,
como escribió Galdós, «una carrerita de las
más cómodas, fáciles y lucrativas, constituyendo una clase, o más bien un
familión vivaracho y de buen apetito que nos conduce y pastorea como a un dócil
rebaño». Al no patrocinar a los mejores,
consiente que vivaqueen en
ella quienes no tienen otro cobijo. No es un buen ejemplo el espectáculo de
quienes no se sabe de dónde vienen ni a dónde van, pero que descaminan
ineluctablemente en desaprensivos que «entran con poco y salen con mucho».
Convertida la política en un modus vivendi, en vez de una dedicación temporal para
luego retornar a la profesión que se ejercía, se abre a la corrupción
de distinta cuantía. Al usufructuar ingentes montos de euros que administran sin control
efectivo o que se las ingenian para desactivarlos, del modo de los ERE o los
cursos de formación,
cautivan al votante con el gasto desbocado de
administraciones elefantiásicas en cuyo frondoso ramaje anidan miles de
paniaguados, lo que acrece la tentación. Ya
lo sentenció Sancho Panza, fugaz gobernador de la ínsula Barataria al tornar a
escudero: «Sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de
cómo suelen salir los gobernantes».
Al tiempo que se denuesta la puerta giratoria que alterna
periodos de dedicación a la actividad pública con otros en la vida profesional
privada, con lo que se
crean las condiciones
favorables para se incorporen temporalmente a la política aquellos que tienen
conocimientos y talento que aportar, se
da carta de normalidad a la puerta atrancada para que la política sea coto
privado de ganapanes. Curiosamente, frente a corrupciones de
otra laya, este
uso privado de las funciones públicas,
a modo de derecho de pernada de los nuevos señores
feudales, se ha hecho costumbre tan
deplorable como aquellas que -O tempora, o mores!- condujeron a Marco Tulio
Cicerón, en la primera de sus catilinarias, a fulminar la perfidia y la
podredumbre de su época.
Aquí lo de menos es el interés general. Nada que ver, por ejemplo, con el
testimonio de honradez de aquel adjunto de Clinton que, tras ser clave para
arribar a la Casa Blanca, declinó la proposición
presidencial de integrarlo en su gabinete.
Aquel ex marine llamado James Carville, con ironía tomada de Groucho Marx,
alegó: «No
querría vivir en un país cuyo gobierno contratara a alguien como yo». Según narra Clinton en sus memorias, aunque lo encajó mal,
agradeció su sinceridad y aprendió la lección de que uno vale para lo que sirve.
Tantos Gracia como abarrotan la colmena de la Junta
seguro que practican esa otra modestia del poeta Ausonio cuando el emperador
Graciano le donó la Prefectura de África: «¿Por qué iba yo a decir -se interpeló-
que no puedo con lo que él me considera capaz?».
francisco.rosell@elmundo.es
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