DESPUÉS del demoledor
auto del juez Barreiro en el que se describe con minucioso detalle en qué
consiste la red de clientelismo y compra de adhesiones inquebrantables que con
mimo fue urdiendo durante más de una década el gobierno socialista de
Andalucía, todavía hay analistas políticos que insisten en no dudar
de la honestidad 'personal' de los máximos responsables de aquel sofisticado
engranaje ¿¿????
Repartir entre afines
sin el más mínimo control el presupuesto público para desarticular protestas
laborales, desactivar movimientos sociales y, en definitiva, cebar de
subvenciones y pagas a la masa electoral no parece suficiente para ensuciar el
buen nombre de una familia, la de los socialistas andaluces, que convirtió el
clientelismo en una forma de supervivencia política. «Pero sus bolsillos
están impolutos», insisten quienes se obstinan en no ver
cómo esta corrupción socializada, que convierte en cómplices a los pobres, daña
tanto o más la calidad del sistema democrático que la corrupción obscena del
enriquecimiento privado.
DÍAS CONTADOS
Soft corrupción,
por Teresa López Pavón.
DESPUÉS del demoledor
auto del juez Barreiro en el que se describe con minucioso detalle en qué
consiste la red de clientelismo y compra de adhesiones inquebrantables que con
mimo fue urdiendo durante más de una década el gobierno socialista de
Andalucía, todavía hay analistas políticos que insisten en no dudar
de la honestidad 'personal' de los máximos responsables de aquel sofisticado
engranaje. Y lo dicen porque está convencidos,
ellos y probablemente muchos ciudadanos, de que ninguno de los euros (de los
más de mil millones) que se desviaron del presupuesto público para fines
ilegales acabaron en el bolsillo o la cuenta de los ex presidentes de la Junta.
La gravedad de los delitos que de manera
indiciaria se le atribuyen a Chaves y Griñán no parece suficiente para manchar
el buen nombre de ninguno de los dos a los que, en determinadas tertulias, se les
sigue viendo como víctimas de un sistema viciado que no supieron evitar y no
como los auténticos inductores, mantenedores, alimentadores y beneficiarios
directísimos de esa trama, según el relato del juez.
En definitiva, porque los
delitos cometidos no manchan. Repartir entre afines
sin el más mínimo control el presupuesto público para desarticular protestas
laborales, desactivar movimientos sociales y, en definitiva, cebar de
subvenciones y pagas a la masa electoral no parece suficiente para ensuciar el
buen nombre de una familia, la de los socialistas andaluces, que convirtió el
clientelismo en una forma de supervivencia política. «Pero sus bolsillos están
impolutos», insisten quienes se obstinan en no ver cómo esta corrupción
socializada, que convierte en cómplices a los pobres, daña tanto o más la
calidad del sistema democrático que la corrupción obscena del enriquecimiento
privado.
La última intrusa detectada en
la investigación de los ERE es hoy una mujer de 79 años a la que, con 65,
metieron en una póliza de prejubilación de una empresa en la que, por supuesto,
nunca había trabajado, para que tuviera una paga humilde a fin de mes. Con
el dinero de todos, el que debía servir para reflotar empresas, para reactivar
el tejido industrial, para crear riqueza, además de pagar sobrecomisiones y
enriquecer a unos cuantos, también hicieron caridad. Caridad tramposa e
interesada, como la de los caciques
antiguos, pero caridad al fin y al cabo.
Soft corrupción. Corrupción que, mientras no destape cuentas opacas en Suiza o en las Islas
Caimán, al
parecer no deja huella en la honestidad personal de quienes la practican.
tlpavon@elmundo.es
/ @tlpavon
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