Demagogia. Literalmente, ''conducir al pueblo''. Y precisamente de eso se trata, de que unos pocos traten de conseguir el poder halagando o llegando a los sentimientos de los ciudadanos de un Estado. Exaltando sus pasiones, para convencerles al final de que si ellos les dirigen será lo mejor para todos, por disparatadas que sean sus ideas de gobierno.
Grecia ha sido uno de los países que más fondos comunitarios ha recibido.
Ha ganado el Oxi en Grecia. Y ha ganado Tsipras una apuesta,
un órdago a Europa, que, de haberle salido mal, hubiera seguramente acabado con
su Gobierno y le hubiera obligado a convocar nuevas elecciones. Ahora la
pregunta es: ¿han ganado
los griegos?
Hay que reconocerle tanto al
primer ministro como a su ministro de Hacienda la habilidad de haber situado el
debate en la sociedad griega en el terreno que ellos querían: la dignidad frente al miedo. En la entrevista exclusiva concedida a EL MUNDO el pasado
sábado, Yanis
Varufakis, llamaba abiertamente «terroristas» a los gobernantes europeos (a los
que acusaba de «no ser demócratas»), por generar temor en la sociedad griega.
No hay que minusvalorar el valor de esa apelación a la
«dignidad», que ayer volvió a ser esgrimida por Tsipras cuando depositaba su
papeleta en la urna, para un pueblo como el griego, orgulloso de su historia e
imbuido de un profundo nacionalismo. Este Gobierno que pide el fin de
los sacrificios se opone, por ejemplo, a recortar el presupuesto militar
(en porcentaje del PIB uno de los más altos de Europa). Grecia no olvida que su vecino del este tiene también
un poderoso ejército y aún tiene fresca en su memoria la ocupación de Chipre en
1974.
La referencia a Turquía ha sido
una constante para Grecia. Cuando
entró en la Unión Europea en 1981 el país heleno tenía una renta per cápita que
superaba a la de Turquía en 5.000 dólares. En 2010, antes de que se desatara la
tormenta perfecta, esa diferencia era de ya de más de 15.000 dólares.
Grecia ha
sido uno de los países que más fondos comunitarios ha recibido. Una media del 3,5% de su PIB durante más de treinta años
(España recibía un 1% del PIB). Lo que
ha ocurrido es que, a diferencia de otros Estados, en lugar de invertir
ese dinero en infraestructuras o en mejorar su economía, Grecia lo gastó en
engordar su mastodóntico sector público,
cuyas cuentas, como todo el mundo sabe, fueron
falseadas.
Pero, volvamos sobre la
pregunta esencial: ¿han ganado los griegos con el triunfo del no? El
orgullo no da de comer y aunque hoy las
calles de Atenas se llenen de simpatizantes de Syriza celebrando el resultado
del referéndum, los bancos griegos seguirán vacíos de dinero.
El BCE tiene dos opciones: la primera, suspender la
línea de liquidez de emergencia (ELA,
Emergency Liquidity Assistance) dado que no existe en estos momentos un plan de
rescate que la sostenga; la segunda, pedir al Gobierno
griego la aportación de nuevas garantías colaterales que justifiquen las nuevas
remesas de euros. En todo caso, el
mantenimiento del ELA sería sólo una medida transitoria hasta la concreción de
un nuevo plan de rescate.
Y aquí viene una cuestión esencial: la UE puede dividirse en dos bandos. Los que pedirán una negociación sin
condiciones (Francia) y los que exigirán el mantenimiento de los ajustes o la
salida de Grecia del euro (Alemania, Holanda, Finlandia, etc.)
Esa división entre halcones y
palomas hay que apuntársela como otro éxito a Tsipras. Negociar con un enemigo
dividido es mucho más fácil.
El primer ministro griego ya consiguió que el FMI le diera
la razón la semana pasada cuando reconoció que la única forma de hacer
sostenible la deuda griega (317.000 millones de euros) es hacer una quita, que
el Gobierno de Syriza establece en un mínimo del 30%. Ese regalo a Tsipras por
parte de Christine Lagarde tiene que ver con la presión que está ejerciendo Estados Unidos para que Grecia no
se eche en manos de Rusia y Europa le dé una salida, pagando naturalmente
la UE la mayor parte de la factura.
Pero una cosa es la deuda (en todo caso incobrable en muchos
años o tal vez nunca) y otra muy distinta, la liquidez, que es lo que ahora no
tienen los bancos griegos. Insisto: los problemas de los
griegos seguirán siendo hoy los mismos que eran la semana pasada. Sobre todo, porque la economía helena sigue siendo un desastre y por
la afición de muchos de sus ciudadanos a llevarse el dinero fuera de su país o
a no pagar impuestos.
Triunfa el no, pero
Tsipras ha logrado dividir en dos a la sociedad griega. El primer ministro se consolida en el poder pero su país
necesita algo más que discursos.
Si la división de Europa y la presión de Estados Unidos
llevan a una nueva ronda de negociaciones, lo más probable es
que, al final, Tsipras acabe aceptando un programa muy similar al que rechazó
el pasado 27 de junio. Eso sí, logrando,
tal vez, que la odiada Troika le regale la quita que le convertirá en un héroe
nacional. Eso no le librará de recortar el gasto en pensiones y la subida del
IVA.
Pero si Merkel se
planta y dice no (no
olvidemos que la mayoría de los alemanes están hartos de financiar a Grecia),
la perspectiva de un
Grexit será más real que nunca. Y si
Grecia sale del euro, la caída del 25% del PIB de los últimos cinco años será
una broma al lado del descalabro que le espera fuera de la moneda única
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