Caretas caídas por Rafael Porras.
DURANTE AÑOS hemos
asistido a un espectáculo de fingido autoengaño que ahora, de repente, quiere
hacerse desaparecer. Ha sido como si, impensadamente, la marea
hubiera bajado, desaparecido, dejando tras de sí una inmunda playa de
realidades indeseables que deberían sorprendernos a todos. Pero no. Hay cosas
que ya no cuelan.
Cuando el juez de Supremo
Alberto Jorge Barreiro ha desmontado el tinglado de la Junta con los ERE ha
esclarecido también las cortinas de humo político y mediático que, desde que aparecieron las primeras
informaciones sobre este escándalo en EL MUNDO de Andalucía, se comenzaron a expandir como
uno más de los
engranajes precisos del régimen clientelar andaluz de los últimos 20 años.
Los penúltimos intentos
para mantener aún en vigor todo ese cobertizo que ha amparado la corrupción
apenas han surtido efecto ante el demoledor relato de los hechos ratificado por
el juez Barreiro. Algunos de esos intentos han sido
significativamente grotestos, como el de aparentar aguar los delitos imputados
a Chaves y a Griñán clasificando con benevolencia la prevaricación cometida
como de «administrativa» -cuando no
puede ser de otra clase- insistiendo
otra vez en que ambos deben de tener los bolsillos de cristal; o ese otro
experimento de artificio de que no todo el dinero destinado a los ERE puede
considerarse ilegalmente utilizado; o, también, el tanteo de hacer creer que
las dimisiones de Chaves y de Zarrías o la huida de Griñán suponen la asunción
de responsabilidades políticas por parte del PSOE y la prueba de la
inquebrantable voluntad de Susana Díaz de acabar con la corrupción.
Algunos quieren que
ahora se olvide cómo unos medios de comunicación hemos informado
pormenorizadamente de las investigaciones periodísticas y judiciales mientras
otros, o bien han callado, o bien han apuntalado las distintas versiones
escapistas planteadas por el PSOE y por la Junta. Ahora se quiere, también, que se
callen todas las maniobras -algunas
diseñadas desde las mismas cloacas del régimen- para torpedear la instrucción judicial y para
descalificar, personal y jurídicamente, a la juez Alaya, cuyo razonamiento de
que todo esto no era la acción de unos cuantos golfos sino toda una estructura
diseñada desde la misma mesa del Consejo de Gobierno ha sido avalado por el
Supremo.
Pero, como decía al principio, no nos dejemos engañar. Las dimisiones de Chaves, de Griñán, de Zarrías -y hasta el forzado
transfuguismo de Viera para mantener el aforamiento- no son el fin de la
corrupción del PSOE andaluz. Todos ellos sólo son piezas gastadas de una maquinaria corrupta
que aún continúa, tal vez a baja velocidad, a pleno funcionamiento en amplias esferas de la Junta.
El auto del Supremo no descubre nada desconocido, pero supone, eso
sí, la
caída inevitable de las caretas de muchos de los cómplices y de los encubridores
de la corrupción en Andalucía.
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