jueves, 18 de junio de 2015

Formas y límites por José Goméz Marían + Carmena falta a la palabra dada si no expulsa a Maestre del Ayuntamiento = ¿Abres los ojos.....?

Formas y límites por José Antonio Goméz Marían.


LA IRRUPCIÓN de los antisistema en nuestra política ha inaugurado una imagen de la vida pública por completo novedosa. No es que se haya arrumbado el viejo frac o el chaqué de la vieja política, de suyo arcaizantes, sino que los rebeldes electos han llevado a las instituciones sus livianas camisetas estampadas embutidos en las cuales han reconvertido en mítines las fórmulas de toma de posesión. Todo un espectáculo, sin duda, posiblemente inspirado en el equívoco de que la rebeldía cabe en la indumentaria y la regeneración en el informalismo. La demagogia se está expresando así a través de cierta plebeyización de la política indumentaria que se complementa con un nuevo discurso mostrenco en el que sus autores parecen creer que la radicalidad consiste en el insulto o en el exceso dentro del que cabría todo o casi todo, incluidos los tópicos más abyectos del frentismo y de los racistas. Yo creo que en un sólo día -el de la constitución de los cabildos- el extremismo impaciente ha dejado clara su villanía profunda y una vocación totalitaria que no descarta sino que prima la violencia como instrumento político en el marco de una única estrategia: la de la división banderiza de la nación. La alcaldesa Carmena, por ejemplo, no ha tenido más remedio que rendirse ante el nuevo estilo barriobajero que de haber sido adoptado por el adversario habría destapado la caja de los truenos.

Ahí andamos, en el New York Times y otras grandes tribunas, luciendo el flamante y cutre uniforme de quienes confunden la cercanía a lo popular con la actitud populachera que era el resultado esperable de estos improvisados populismos a los que ya apuntaba el bozo en tiempos de ZP y a los que Rubalcaba blindó incluso frente a la ley Electoral, iniciando una táctica incluyente que, muy probablemente y más pronto que tarde, podría acabar por fagocitar al PSOE desde dentro. Cierto que ninguno de los dos grandes partidos acaba de entender la gravedad de este fenómeno seguramente efímero pero que puede acarrear males irreversibles en el momento más delicado de nuestra democracia. Las formas tienen su importancia y exigen reconocer sus límites infranqueables antes de que los radicales nos lleven, como en Grecia, a un callejón sin salida. Lo que no sabe el PSOE quizá es que erigiéndose en Monipodio de esos pícaros puede acabar bien pronto como el PASOC. Que se mire en el espejo de IU y verá su propio futuro.

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Carmena falta a la palabra dada si no expulsa a Maestre del Ayuntamiento



La decisión de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, de respaldar a su concejal Rita Maestre después de conocer que está imputada por ofender los sentimientos religiosos tras asaltar desnuda la capilla de la Complutense representa un flagrante incumplimiento de la palabra dada durante la campaña electoral. Una sola razón basta para excluirla: el compromiso político adquirido por Carmena ante sus votantes. «Un político imputado debería dimitir. Debe decir la verdad a los ciudadanos y, como en un tribunal no tiene la obligación de hacerlo, debe dejar sus cargos públicos», fueron sus argumentos. Y no una vez, sino varias.



En una respuesta impropia de una juez y muy del estilo de Ada Colau, Carmena se erige por encima de la ley y afirma que Maestre estaba en realidad ejerciendo su «libertad de expresión». Todos los delitos recogidos en el Código Penal, y no sólo los de corrupción, son la manifestación de la voluntad popular expresada a través del Parlamento. Cualquier político sospechoso de incurrir en cualquiera de ellos deviene indigno de su cargo porque pierde la necesaria apariencia de ejemplaridad. Sería no obstante un error incardinar de forma estricta cualquier exigencia de responsabilidad política a una categoría procesal porque, de un lado, hay comportamientos que quizá no tengan relevancia penal pero que son inadmisibles desde el punto de vista de la ética pública o que socavan la confianza de los ciudadanos en las instituciones. Y, de otro, porque hay imputaciones que se producen como garantía de derechos fundamentales mientras se comprueba si hay mínimos indicios incriminatorios. Aunque sí hay una línea roja: a partir de que el juez valora los elementos obtenidos en la instrucción y mantiene la imputación u ordena el procesamiento.

Es cierto que la sanción que la Fiscalía quiere imponer a Maestre -un año de cárcel- puede ser excesiva, pero la reacción de Podemos y de Pablo Iglesias, ensalzando el comportamiento de la concejal por su defensa de la «laicidad», es una muestra de la doble moral de quienes han enarbolado el discurso del maximalismo ético como principal bandera electoral. ¿De qué forma puede presentarse ahora Maestre como representante de todos los madrileños si insulta de esa forma -«arderéis como en el 36»- a los que se sienten católicos? No estamos ante una protesta pacífica, sino ante un acto de imposición y coacción al discrepante.

Con actuaciones como ésta o la de los ediles Guillermo Zapata y Pablo Soto y sus tuits ofensivos, Podemos no hace si no dar la razón a quienes temen que se trate de lobos con piel de cordero. Resultan censurables su falta de respeto a la tolerancia y al pluralismo y su negativa a aceptar la validez relativa de las propias convicciones, axioma principal de la democracia.





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