¿Demagogía y "olocrácia"?
La retórica y la
propaganda son los medios que los demagogos utilizan para alcanzar el poder,
consiguiendo el apoyo popular a base de apelar a prejuicios, emociones, miedos
y esperanzas. Ya
Aristóteles advirtió contra esta degeneración
de la democracia, protagonizada por los que él llamaba "los aduladores del
pueblo", los
cuales, arrogándose el derecho a interpretar los intereses de las capas
inferiores de la sociedad, pretendían convertirse en interpretes únicos de la
nación. Más de veintitrés siglos después
del filósofo griego, una nueva casta de profesores
de medio rango pretende hacer uso de las simplistas falacias propias de la más
rancia demagogia para embaucar a los que
ellos llaman los de abajo, en su pertinaz lucha contra los de arriba. Y en algunos sitios parece que lo van consiguiendo, no sin el apoyo de
emociones segregadoras y sectarias y, lo que es peor, con el beneplácito de
un partido socialista en retirada de su mejor hoja de servicios
socialdemócrata.
Poniendo en riesgo el mayor valor de la Transición, aquel que superó, creíamos que para siempre, el frentismo hispano, estos nuevos adalides,
que de casta universitaria pasarán a lo peor de la casta política, pretenden, a juzgar por sus
primeros gestos, sustituir el gobierno del pueblo por el de la muchedumbre, imponiendo lo que el también filósofo
griego Polibio definió como "oclocracia", la cual "utiliza a las mayorías incultas para obligar a
los gobernantes a tomar decisiones desafortunadas". De demagogia y oclocracia saben mucho en la actual Grecia,
donde la puesta en práctica de tales vicios por
parte de los amigos de Podemos, están poniendo al país en una situación límite
de difícil solución. La constitución de los
nuevos ayuntamientos en España parece haber supuesto el punto de salida para
que, esos que el socialismo de la Transición llama "los monaguillos de
Maduro," inicien la puesta en marcha de decisiones desafortunadas,
aprovechando los legítimos sentimientos de frustración de la ciudadanía.
Los nuevos aduladores
del pueblo han simplificando sus tomas de posesión generalizando sus honores,
bajándose los sueldos y prometiendo la multiplicación de los panes y los peces
con un sinfín de milagros económicos y sociales. Bienvenidos sean tales augurios, pero confiemos que, por ejemplo, la bajada de sueldos
no lleve aparejada, como es previsible, la consiguiente reducción de la
capacidad de gestión. Porque en cualquier colectivo lo que
cuenta es la gestión eficaz, y es de
temer lo que ya fue visto muchas veces a lo largo de la historia: que
es más fácil
adular al pueblo que gestionar debidamente los intereses generales. Lo previsible ahora es que la
nueva casta disfrazada tratará de disimularse para no alarmar en exceso.
Algún gesto de cara a la galería y, por supuesto, apertura del manantial clientelista,
inundando de subvenciones todo el tejido asociativo
que le sirve de sustento a través de las múltiples plataformas y organizaciones
que cohesionan políticamente a la nueva izquierda. Estará así bien regada y estructurada la serie de mareas,
asociaciones vecinales y otros grupos y movimientos de masas para que no
decaiga el fervor populista antes de las elecciones generales. Cuando todo pase,
con más o menos éxito
de los nuevos iluminados, los de siempre tendrán que volver a recoger a un
país en la ruina para intentar reflotarlo.
Pero en el intermedio algunos habrán hecho su
agosto, eso sí, como es tradicional, a costa de ese pueblo al que tan
fácilmente adulan.
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