- ...cierta izquierda populista quiere tanto a los pobres que no desea que dejen de serlo nunca, como los malos médicos sólo sueltan a sus enfermos camino del cementerio.
- Los frutos del árbol de la ignorancia son sumamente provechosos para configurar una Andalucía fiada a un partido eternizado en el poder y de muchedumbres gregarias,
- Díaz personaliza a quienes viven de la política desde que tienen uso de razón hasta acabar la carrera de Derecho subida al coche oficial.
- .......la demagogia sobre los sueldos bajos acomodará a inútiles. No se trata de condenar a la miseria al cargo público, sino adelgazar la cifra de quienes viven del presupuesto.
- ...se desprecia a los mejores ¿para jalear los más bajos instintos de la masa; que confunden la intriga política con la gobernación de su pueblo?
¡Licenciados,
abstenerse! Por Francisco Rosell
EN EL CANTÓN de El Puerto, gobernado por un tripartito de
PSOE, IU y una franquicia de Podemos, los concejales de esta marca blanca ha
tenido uno de esos desvaríos
que, sumados a otros desaguisados, llevó a
Estanislao Figueras, primer presidente de la I República, a pasar de decir que
aquello era «como el iris de paz y de concordia» a gritar en catalán a sus
ministros: «¡Voy a serles franco; estoy hasta
los cojones de todos nosotros!». No fue
entonces para menos ni lo es ahora con chiquilicuatres que hacen alarde de su
desprecio por los licenciados en general,
pero singularmente a
los provenientes de instituciones principalísimas como la Universidad de Oxford
y la London School of Economics and Political Science, para dirigir el área de
Economía y Hacienda del consistorio. Más allá
de suponer un rebuzno a la luna, el anuncio
retrata a unos gobernantes faltos de instrucción
como los que movieron a Plutarco a preguntarse: «¿Quién gobernará al que
gobierna?». Pregunta tan pertinente como vigente, a juzgar como rigen y se
rigen estos Abundios.
Dado que los extremos
se tocan, los ignaros regurgitan el alarido del general Millán Astray
vociferando aquel «¡Muera la inteligencia!» contra el rector de
Salamanca, Miguel de Unamuno, por su alocución en la Fiesta de la Hispanidad.
Desplegando una demagogia garbancera, los zotes
anteponen, para llevar las cuentas del cabildo, a «madres solteras que llevan
su casa p'alante y llenan la nevera todas las semanas, jubilados que gestionan
su pensión de tal forma que no le faltan 20 euros a sus nietos los viernes por
la tarde, y los consejos de tanta gente humilde que sabe priorizar lo esencial
y desechar lo secundario». ¡Qué tendrán que ver los cojones para comer trigo!
Por ese mismo necio discurrir, encomendarán las
intervenciones quirúrgicas a los camilleros de hospital dado el amor que
dispensan al afligido enfermo que aparece por la puerta de Urgencias.
¡Joder,
qué tropa!
La estupidez no conoce
límites con el aporte
caudaloso de mentecatos que, frente a las dudas consustanciales al ser
inteligente, muestran una arrogancia aplastante. Si la demagogia devastó Atenas
y Roma, aquí sus practicantes aparecen como sanadores de lo que estrangulan,
como aquel tipo sin escrúpulos llamado Cleón. Tras atrapar el poder azuzando
el odio a Esparta, este sicofante, con sus denuncias falsas, empujó a los
atenienses al abismo prometiéndoles riquezas. Nada peor,
desde luego, que claudicar a los cantos de sirena de esta «fauna repugnante»,
en expresión de Ortega
en su prólogo para franceses de La rebelión de las masas,
donde advierte que «la masa -¿quién lo
diría al ver su aspecto compacto y multitudinario?- no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte
lo que no es ella».
Bajo la premisa de que
las instituciones deben favorecer a los pobres, Hugo Chávez plantó sobre ellas
su bota, al tiempo que polarizó Venezuela hasta sentenciarla. Forzando una nivelación a la baja, el
igualitarismo se revela nefando en todos los campos. Si las buenas intenciones pavimentan el camino del infierno,
la ilusión igualitaria (en general, totalitaria) cava una sima infranqueable entre
pobres y ricos. Diríase que cierta izquierda populista quiere tanto a los
pobres que no desea que dejen de serlo nunca,
como los malos médicos sólo sueltan a sus enfermos
camino del cementerio.
En cierta manera, el estrafalario episodio de El Puerto
camina por la senda abierta por el PSOE con la Logse, cuyo fiasco ya alcanza la
Universidad. No es casual que Susana Díaz haga consejeros a dos
rectores a los que agradece los servicios prestados a su partido, sin
importarle ubicar a un físico en Economía y a una bióloga en enseñanza no
universitaria. El propósito logsiano no
era facultar alumnos bien formados y preparados, como cabría presuponer, sino modelar criaturas
fácilmente manipulables, como un eco de la Revolución cultural de Mao. El profesor debía
aprender más de sus alumnos que éste de ellos, vejando a los docentes
haciéndoles desfilar ante sus maestros con orejas de burro.
Así, la Logse introdujo una jerga -ridícula entonces, pero
ya interiorizada- para segregar a los heréticos. En paralelo, si el maoísmo
primó los valores ideológicos sobre las materias científicas y humanísticas, lo
que condenó a sus jóvenes a salmodiar consignas y al país a la penuria, aquí se
desmochan asignaturas troncales yéndose por las ramas de disciplinas
accesorias. El fracaso educativo andaluz es el gran triunfo
socialista. De hecho, los frutos del árbol de la
ignorancia son sumamente provechosos para configurar una Andalucía fiada a un
partido eternizado en el poder y de muchedumbres gregarias, cuya miopía es contagiosa como la del Ensayo sobre la
ceguera de Saramago.
Dentro de esta concepción ideológica, figuran trampantojos como la exhibición de su declaración de la renta de Susana
Díaz y de su marido en su primer día como presidenta. Al margen de ser una
vieja añagaza con la que Chaves le dio el timo de la estampita al personal
hasta que lo desenmascaró un cocinero malagueño en el programa televisivo
montado para sacar pecho y mostró la chepa, la presidenta busca
presumir de pobre. Acota el terreno a
fin de que sólo entren en política quienes
carezcan de vida profesional a la que retornar, como su caso y el de su
cónyuge, antiguo impartidor de cursos de formación de UGT recolocado por una
proveedora de Canal Sur.
En consecuencia, Díaz alza un muro que
impida el acceso a la política de profesionales cualificados, cuya
labor honrada les genera ingresos altos, pero que serían escarnecidos por la
demagogia de los mediocres. Para poder
ser «algo» antes hay que ser «algo», como esculpió Goethe.
La cuestión no es tener políticos
que alardeen de pobres, sino que sirvan honradamente y, caso de no hacerlo,
penen su delito y resarzan lo expoliado. Lo demás son aspavientos de mala torería que, con
aparatosidad y tremendismo, tapa su mal arte y peor oficio.
Con todos los respetos, no parece que merezca menos
confianza, por ejemplo, el alcalde de Estepona, refrendado por mayoría
absoluta y que jalona una brillante trayectoria de notario. Por muy presumida que sea, Díaz personaliza a
quienes viven de la política desde que tienen uso de razón hasta acabar la
carrera de Derecho subida al coche oficial.
Pericles, debelador de Cleón, se enorgullecía de que una persona se ocupará a la vez de sus
asuntos y de la polis. Eran retribuidos para evitar que un hombre capaz no pudiera servir a la
ciudad por su condición humilde. Por
ello, la demagogia sobre los sueldos bajos acomodará a inútiles. No se trata de condenar a
la miseria al cargo público, sino adelgazar la cifra de quienes viven del
presupuesto.
Max Weber, en su discernimiento entre «vivir de» y «vivir
para», ya sostenía en 1919 que «de» la política vive quien aspira
a hacer de ella una fuente de ingresos y «para» la política quien desea
servirla. Su
conclusión era clara: quien quiera
dedicarse a ella tiene que ser económicamente independiente. Ello eludiría que quienes arriben «como los hijos del mar»
acaudalen una fortuna a cuenta del contribuyente.
Aquí, por el contrario, se tiende al político
sin formación que no ha hecho otra cosa en la vida. A este respecto,
cuanto más elevado es el cargo, más pesa la
vinculación política y menos la pericia. Hay que acreditar más ciencia para ser un simple
ordenanza de la Junta que director general, al que basta afinidad con su
designatario.
Si Samuel Johnson
interpelaba sobre «cómo es que oímos los más clamorosos gañidos por la libertad
entre los tratantes de esclavos», aquí habría que preguntar cómo se quejan
de la situación de Andalucía los mismos que la propician. En
estos treinta años, sus gobernantes han adoptado un marco institucional que
perpetua el atraso. Un sistema
incentivador del progreso que
distribuyera el poder y restringiera el intervencionismo levaría el ancla de
una Andalucía estancada e inmovilizada que desprecia a los mejores, al jalear los más
bajos instintos de la masa quienes confunden la intriga política con la
gobernación de su pueblo. ¡Cuántas ilusiones perdidas con
tanta logorrea que llevan al logocidio!
francisco.rosell@elmundo.es
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