lunes, 22 de junio de 2015

A vuelta de página. ¡Licenciados, abstenerse! Por Francisco Rosell. = En estos treinta años...”los gogernantes andaluces”, han adoptado un marco institucional que perpetua el atraso....un circulo vicioso, del que no salimos.....¿¿???

  • ...cierta izquierda populista quiere tanto a los pobres que no desea que dejen de serlo nunca, como los malos médicos sólo sueltan a sus enfermos camino del cementerio.
  • Los frutos del árbol de la ignorancia son sumamente provechosos para configurar una Andalucía fiada a un partido eternizado en el poder y de muchedumbres gregarias,

 

  • Díaz personaliza a quienes viven de la política desde que tienen uso de razón hasta acabar la carrera de Derecho subida al coche oficial.
  • .......la demagogia sobre los sueldos bajos acomodará a inútiles. No se trata de condenar a la miseria al cargo público, sino adelgazar la cifra de quienes viven del presupuesto.
  • ...se  desprecia a los mejores ¿para jalear los más bajos instintos de la masa; que  confunden la intriga política con la gobernación de su pueblo?

  


¡Licenciados, abstenerse! Por Francisco Rosell


EN EL CANTÓN de El Puerto, gobernado por un tripartito de PSOE, IU y una franquicia de Podemos, los concejales de esta marca blanca ha tenido uno de esos desvaríos que, sumados a otros desaguisados, llevó a Estanislao Figueras, primer presidente de la I República, a pasar de decir que aquello era «como el iris de paz y de concordia» a gritar en catalán a sus ministros: «¡Voy a serles franco; estoy hasta los cojones de todos nosotros!». No fue entonces para menos ni lo es ahora con chiquilicuatres que hacen alarde de su desprecio por los licenciados en general, pero singularmente a los provenientes de instituciones principalísimas como la Universidad de Oxford y la London School of Economics and Political Science, para dirigir el área de Economía y Hacienda del consistorio. Más allá de suponer un rebuzno a la luna, el anuncio retrata a unos gobernantes faltos de instrucción como los que movieron a Plutarco a preguntarse: «¿Quién gobernará al que gobierna?». Pregunta tan pertinente como vigente, a juzgar como rigen y se rigen estos Abundios.

Dado que los extremos se tocan, los ignaros regurgitan el alarido del general Millán Astray vociferando aquel «¡Muera la inteligencia!» contra el rector de Salamanca, Miguel de Unamuno, por su alocución en la Fiesta de la Hispanidad. Desplegando una demagogia garbancera, los zotes anteponen, para llevar las cuentas del cabildo, a «madres solteras que llevan su casa p'alante y llenan la nevera todas las semanas, jubilados que gestionan su pensión de tal forma que no le faltan 20 euros a sus nietos los viernes por la tarde, y los consejos de tanta gente humilde que sabe priorizar lo esencial y desechar lo secundario». ¡Qué tendrán que ver los cojones para comer trigo! Por ese mismo necio discurrir, encomendarán las intervenciones quirúrgicas a los camilleros de hospital dado el amor que dispensan al afligido enfermo que aparece por la puerta de Urgencias. ¡Joder, qué tropa!

La estupidez no conoce límites con el aporte caudaloso de mentecatos que, frente a las dudas consustanciales al ser inteligente, muestran una arrogancia aplastante. Si la demagogia devastó Atenas y Roma, aquí sus practicantes aparecen como sanadores de lo que estrangulan, como aquel tipo sin escrúpulos llamado Cleón. Tras atrapar el poder azuzando el odio a Esparta, este sicofante, con sus denuncias falsas, empujó a los atenienses al abismo prometiéndoles riquezas. Nada peor, desde luego, que claudicar a los cantos de sirena de esta «fauna repugnante», en expresión de Ortega en su prólogo para franceses de La rebelión de las masas, donde advierte que «la masa -¿quién lo diría al ver su aspecto compacto y multitudinario?- no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella».

Bajo la premisa de que las instituciones deben favorecer a los pobres, Hugo Chávez plantó sobre ellas su bota, al tiempo que polarizó Venezuela hasta sentenciarla. Forzando una nivelación a la baja, el igualitarismo se revela nefando en todos los campos. Si las buenas intenciones pavimentan el camino del infierno, la ilusión igualitaria (en general, totalitaria) cava una sima infranqueable entre pobres y ricos. Diríase que cierta izquierda populista quiere tanto a los pobres que no desea que dejen de serlo nunca, como los malos médicos sólo sueltan a sus enfermos camino del cementerio.

En cierta manera, el estrafalario episodio de El Puerto camina por la senda abierta por el PSOE con la Logse, cuyo fiasco ya alcanza la Universidad. No es casual que Susana Díaz haga consejeros a dos rectores a los que agradece los servicios prestados a su partido, sin importarle ubicar a un físico en Economía y a una bióloga en enseñanza no universitaria. El propósito logsiano no era facultar alumnos bien formados y preparados, como cabría presuponer, sino modelar criaturas fácilmente manipulables, como un eco de la Revolución cultural de Mao. El profesor debía aprender más de sus alumnos que éste de ellos, vejando a los docentes haciéndoles desfilar ante sus maestros con orejas de burro.

Así, la Logse introdujo una jerga -ridícula entonces, pero ya interiorizada- para segregar a los heréticos. En paralelo, si el maoísmo primó los valores ideológicos sobre las materias científicas y humanísticas, lo que condenó a sus jóvenes a salmodiar consignas y al país a la penuria, aquí se desmochan asignaturas troncales yéndose por las ramas de disciplinas accesorias. El fracaso educativo andaluz es el gran triunfo socialista. De hecho, los frutos del árbol de la ignorancia son sumamente provechosos para configurar una Andalucía fiada a un partido eternizado en el poder y de muchedumbres gregarias, cuya miopía es contagiosa como la del Ensayo sobre la ceguera de Saramago.

Dentro de esta concepción ideológica, figuran trampantojos como la exhibición de su declaración de la renta de Susana Díaz y de su marido en su primer día como presidenta. Al margen de ser una vieja añagaza con la que Chaves le dio el timo de la estampita al personal hasta que lo desenmascaró un cocinero malagueño en el programa televisivo montado para sacar pecho y mostró la chepa, la presidenta busca presumir de pobre. Acota el terreno a fin de que sólo entren en política quienes carezcan de vida profesional a la que retornar, como su caso y el de su cónyuge, antiguo impartidor de cursos de formación de UGT recolocado por una proveedora de Canal Sur.

En consecuencia, Díaz alza un muro que impida el acceso a la política de profesionales cualificados, cuya labor honrada les genera ingresos altos, pero que serían escarnecidos por la demagogia de los mediocres. Para poder ser «algo» antes hay que ser «algo», como esculpió Goethe.

La cuestión no es tener políticos que alardeen de pobres, sino que sirvan honradamente y, caso de no hacerlo, penen su delito y resarzan lo expoliado. Lo demás son aspavientos de mala torería que, con aparatosidad y tremendismo, tapa su mal arte y peor oficio.

Con todos los respetos, no parece que merezca menos confianza, por ejemplo, el alcalde de Estepona, refrendado por mayoría absoluta y que jalona una brillante trayectoria de notario. Por muy presumida que sea, Díaz personaliza a quienes viven de la política desde que tienen uso de razón hasta acabar la carrera de Derecho subida al coche oficial.

Pericles, debelador de Cleón, se enorgullecía de que una persona se ocupará a la vez de sus asuntos y de la polis. Eran retribuidos para evitar que un hombre capaz no pudiera servir a la ciudad por su condición humilde. Por ello, la demagogia sobre los sueldos bajos acomodará a inútiles. No se trata de condenar a la miseria al cargo público, sino adelgazar la cifra de quienes viven del presupuesto.

Max Weber, en su discernimiento entre «vivir de» y «vivir para», ya sostenía en 1919 que «de» la política vive quien aspira a hacer de ella una fuente de ingresos y «para» la política quien desea servirla. Su conclusión era clara: quien quiera dedicarse a ella tiene que ser económicamente independiente. Ello eludiría que quienes arriben «como los hijos del mar» acaudalen una fortuna a cuenta del contribuyente.

Aquí, por el contrario, se tiende al político sin formación que no ha hecho otra cosa en la vida. A este respecto, cuanto más elevado es el cargo, más pesa la vinculación política y menos la pericia. Hay que acreditar más ciencia para ser un simple ordenanza de la Junta que director general, al que basta afinidad con su designatario.

Si Samuel Johnson interpelaba sobre «cómo es que oímos los más clamorosos gañidos por la libertad entre los tratantes de esclavos», aquí habría que preguntar cómo se quejan de la situación de Andalucía los mismos que la propician. En estos treinta años, sus gobernantes han adoptado un marco institucional que perpetua el atraso. Un sistema incentivador del progreso que distribuyera el poder y restringiera el intervencionismo levaría el ancla de una Andalucía estancada e inmovilizada que desprecia a los mejores, al jalear los más bajos instintos de la masa quienes confunden la intriga política con la gobernación de su pueblo. ¡Cuántas ilusiones perdidas con tanta logorrea que llevan al logocidio!

francisco.rosell@elmundo.es


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