Cuando los partidos de izquierdas optan por aliarse entre ellos, parece que todo queda justificado por el paraguas de la "higiene política" y por el respaldo que les brinda su propio electorado
- En Madrid, ya ha adelantado el PSOE que va a respaldar la candidatura de Manuela Carmena para que acceda a la Alcaldía a cambio de nada
- “Votes a quien votes, arroz para todos”: el lema perfecto para este pacto tácito que se adivina en la izquierda
Matacán, pot JAVIER CARABALLO
Tripartitos, arroz para todos, por Javier Carballo.
Cuando los partidos de izquierdas optan por aliarse entre
ellos, parece que todo queda justificado por el paraguas de la "higiene
política" y por el respaldo que les brinda su propio electorado
La gran ventaja de los pactos de
izquierda es que no necesitan de explicaciones. Sólo con decir que se trata de una cuestión de “higiene
política”, ya está justificado el acuerdo para sellar las “mayorías de
progreso”. El electorado de izquierda lo entiende así, que el acuerdo está
justificado, y hasta en el común está sobrentendido que, si la derecha no gana por mayoría absoluta, equivale a que ha
perdido las elecciones.
Por eso, desde que se completó el escrutinio del 24-M, uno
tras otro se van cerrando los acuerdos para arrebatar al Partido Popular todos
aquellos gobiernos en los que ha ganado sin obtener la mayoría absoluta. Que son
muchos en España, más de quinientas ciudades además de once regiones. “Una
cuestión de higiene política”, se dirá en todos ellos como justificación,
afirmando en el subconsciente colectivo esa imagen que convierte en España a la
derecha en apestados del sistema.
Si esta es la segunda Transición, como vienen diciendo, es curioso que nos hayamos situado tras
estas elecciones municipales y autonómicas en el mismo punto que en la Primera
Transición, cuando el centro derecha de
entonces, encarnado por la Unión de Centro Democrático, ganó las primeras
elecciones municipales, las de 1979, pero en las corporaciones se impusieron
los gobiernos de izquierda por el acuerdo nacional entre el PSOE y el PCE al
que se sumaron luego, como también ocurre ahora, otras fuerzas minoritarias y
locales. También entonces, como ahora, el centro-derecha de la UCD gobernaba en
la Moncloa y aquella victoria de las elecciones municipales se convirtió en el
primer síntoma inequívoco del declive que habría de venir. Quizá desde
entonces, se ha entendido en España que, dependiendo de los resultados, puede
haber una “amarga victoria”, si es la derecha la que gana sin mayoría absoluta,
o una “dulce derrota”, cuando es la izquierda, sobre todo el Partido Socialista,
quien pierde las elecciones pero acaba gobernando. Curiosa nomenclatura mental la
nuestra.
La diferencia fundamental con
respecto a las elecciones municipales de 1979 es que ahora, en esta segunda
Transición, no va a firmarse ningún pacto global entre las fuerzas de
izquierda, como ocurrió entonces. Tampoco, por lo que se está viendo, habrá
gobiernos de coalición, como sí los
hubo en el 79. Y esas dos decisiones, que pueden ser la gran novedad de los pactos de
izquierda de estas elecciones, se deben
a la cercanía de las elecciones generales. En definitiva, que lo que no va a hacer ninguna de las fuerzas de la
‘mayoría progresista’ es comprometerse más allá de lo estrictamente necesario
para que esos pactos no le perjudiquen posteriormente en las elecciones
generales.
Dos ejemplos, de signo distinto. En Madrid, ya ha adelantado el PSOE que va a
respaldar la candidatura de Manuela Carmena para que acceda a la Alcaldía a cambio de nada,
lo mismo que va a
ocurrir en Valladolid, donde será esta vez la fuerza
respaldada por Podemos la que va a apoyar al PSOE, que ha sacado el peor
resultado de su historia, para que arrebate la
alcaldía al PP. En los dos casos se justifica
el acuerdo en una cuestión de “higiene política”, y esa manta lo cubre todo:
las muchas veces que en campaña electoral afirmó el PSOE que no apoyaría jamás
a los movimientos populistas o la infinidad de ocasiones en las que los
dirigentes de Podemos identificaron al PSOE con el PP, como una misma casta.
Todo pasa a un segundo
plano, la casta y el populismo, porque
en el PSOE como en Podemos se entiende que lo único que no podrán justificar en la campaña electoral de
las inmediatas elecciones generales es que, por su acción o por su omisión,
hayan permitido “gobiernos de la derecha”; es decir, que gobierne la lista más votada en todos los
municipios en los que no hay mayoría absoluta. Con este ‘pacto tácito’ que se vislumbra entre el PSOE y Podemos,
al que se suma también Izquierda Unida, los tres pueden comparecer ante sus
electorados blandiendo el triunfo de haber “frenado a la derecha”, por pura coherencia ideológica, sin haber
aceptado a cambio ni un sillón de gobierno.
Un apreciado colega malagueño, Rafael Porras, iba de paseo
el domingo por la ciudad, entre el frufrú de urnas y de bares al sol, cuando lo
sorprendió un anuncio de la radio. Un mesón de la costa llamaba a sus clientes
diciendo: “Votes a quien votes, arroz para todos”. Y aquel eslogan le pareció a Porras, y me parece a mí, el
lema perfecto para este pacto tácito que se adivina en la izquierda; cada cual
intentará preservar su identidad ante los votantes sin renunciar al reparto de
todas aquellas instituciones en las que el Partido Popular no haya alcanzado
mayoría absoluta. El acuerdo consistiría sólo en el reparto de los gobiernos, no de los
sillones, que siempre es más vulgar, más difícil de explicar que esa lógica
asumida de los pactos por higiene política. “Votes a quien votes, arroz para todos”, decían en el mesón el día de las elecciones. Pues eso. Los
tripartitos del arroz para todos.
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