- Díaz codicia ser presidenta por el mismo artículo que hacía su santa voluntad el antojadizo rey de 'Alicia en el país de las maravilla.
- Hay que prepararse para un culebrón, incluida una fingida renuncia tal que González en el XXVIIICongreso del PSOE
González exige ahora «coraje» para defender a Chaves y Griñán, como él amparó con ardor inaudito a sus altos cargos condenados por terrorismo de Estado y enriquecimiento ilícito: los acompañó hasta la prisión de Guadalajara, pero los despidió desde la puerta, al no haberse despejado la «X» de los GAL.
Acorde con la popular fábula, el escorpión que picó con su aguijón mortal a la rana de IU, tras pedirle que le ayudara a vadear el río Guadalquivir y alcanzar la orilla de San Telmo, al perder las elecciones autonómicas de 2012, no puede pretender que las otras congéneres acudan a su rescate sin escarmentar en cabeza ajena. «¿Cómo has podido hacer algo así?», croaba doliente la moribunda rana, al igual que lo coreó el martes en la Cámara el coordinador de IU, Antonio Maíllo. Díaz justificaría para sus adentros: «No he tenido elección, es mi naturaleza».
Por instinto de supervivencia, el resto de ranas se alejan de arácnido tan mortífero que ni guarda palabra ni perdona vicio. No puede dejar de ser quien es ni actuar de otro modo a como siempre hizo. Pero, como el escorpión, Díaz no sólo daña al prójimo, sino que se perjudica ella. Por eso, en medio del río, reclama socorro.
Presidenta por el
artículo 42
ESCRITO ESTÁ está que Susana Díaz no sería
investida, en el mejor de los casos, antes de que se resuelvan las
elecciones municipales de este 24 de mayo. Después de dos intentos baldíos, entretenidos con un
carrusel de falsas esperanzas y de promesas vanas, además de incompatibles, Andalucía contempla
como su presidenta en funciones ha perdido miserablemente el tiempo y ha
dilapidado un porrón de millones en unas elecciones a mayor gloria suya.
Al bajar la marea, se ha visto no sólo que
nadaba desnuda, sino que ha dejado a la vista muchas de las miserias que buscaba
tapar con aquellas elecciones plebiscitarias. Disponiendo de estabilidad hasta la primavera de 2016, por
medio de una IU domesticada que apretaba, pero no ahogaba, Díaz endosa una gravosa factura y ejemplifica la genialidad de Groucho Marx: «La política es el arte de
buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar remedios
errados».
En función de su particular matemática, asimila su victoria
pírrica -el peor registro del PSOE en treinta años- a una mayoría absoluta con
la que hacer y deshacer. Díaz aprovecha la atomización de la oposición para
querer afirmarse, por encima de normas, instituciones y partidos, con esa
gente, en cuya boca pone, con gran desparpajo, lo que ella quiere oír.
Tras semanas jactándose de que ella ya estaba ungida por los
andaluces -en verdad, un tercio de ellos- y no tenía por qué negociar nada con
nadie -buena es «la fiera de mi niña»-, entró
en el cónclave de su investidura como Papa y salió como cardenal. Pese a las
seguridades y certezas que derrochó en las vísperas, fue torpe a la hora de
vencer la barrera franqueable de noes de una oposición a la que humilló y que,
en justa réplica, la puso en su sitio. En vez de vencerse a sí misma, que es la
primera y la mejor de las victorias, sucumbió.
Por gustar hacer las cosas a su antojo y capricho, sin otra
ley ni razón, arruinó el apaño enhebrado con Ciudadanos (C's) y que se
deshilachó al percatarse éstos de que las promesas se trocarían en engaño. Quería
disponer del crédito por anticipado sin firmar nada a cambio, lo que parecía
demasiado incluso para un portavoz tan feble y condescendiente como Juan Marín,
quien dio un tono implorante a la lectura de su discurso. Nada raro en quien suma ocho años de la mano del PSOE en
Sanlúcar de Barrameda. Difícilmente podía dar verosimilitud a su rechazo en la
primera votación del miércoles para luego bajar el diapasón y abstenerse, como
marcaba el guión.
Ante lo que se le vino encima proveniente de antiguos electores
del PP, Albert Rivera hubo de lanzarse al ruedo desde Barcelona y poner los
puntos sobre las íes a un PSOE que ni siquiera había ejecutado la estipulación
previa -la remoción de sus escaños de Griñán y Chaves- ni quería asumir por
escrito el decálogo de C's sobre la corrupción. Es más, González exige ahora «coraje» para defender a Chaves y
Griñán, como
él amparó con ardor inaudito a sus altos cargos condenados por terrorismo de
Estado y enriquecimiento ilícito: los acompañó hasta la prisión de Guadalajara, pero los
despidió desde la puerta, al no haberse
despejado la «X» de los GAL.
Rivera, en fin, rectificó
a tiempo para no ser «un bonito cadáver» (político), emulando a James Dean. No en vano, Díaz recreaba
el personaje de la reina de Lewis Carroll en aquella escena de Alicia en el País de
las Maravillas en la que el rey demanda
que se deje al jurado dictar veredicto y ésta grita: «¡No, no! ¡Primero la sentencia y
después el veredicto!». Tras asumir de
boquilla el decálogo anticorrupción para agenciar su voto, el PSOE introdujo
algunas enmiendas para aplicárselo sólo a los demás, como habitúa. Parodia sobre parodia
del surrealista diálogo de los hermanos Marx en Una noche en la ópera.
Justo el momento en el que Groucho se dispone a
fichar al tenor Baroni con esta cláusula: «La parte contratante de la primera parte se considerará como la
parte contratante de la primera parte...».
En relación con la corrupción, sobran leyes y falta
ejemplaridad. Si no se cumplen mínimamente las normas
vigentes, ¿cómo se van a acatar esas otras muchas que Díaz brinda
compulsivamente certificando que «muchas son las leyes en un Estado corrompido»? Dado su plácet, ¿qué habría hecho C's si otro grupo
opositor plantea una comisión de investigación sobre los ERE, poniendo sobre la
mesa el convenio entre Díaz, como secretaria de organización del PSOE, y UGT
para beneficiarse de los fondos de formación o la contratación de su marido
para impartir esos cursos en una fundación del sindicato? Cuando se gobierna asistido por
la corrupción, no basta vociferar la venida de un tiempo nuevo.
Si los debates televisivos de la campaña coadyuvaron a
arrumbar la imagen que había venido proyectando ante el espejo sin nadie que le
hiciera sombra, su fallida investidura
la ha retratado de cuerpo entero. Incapaz de templarse, saca su genuina soberbia al menor
contratiempo. Con ella, la deslealtad y la traición están aseguradas. Su
única manera de mantener la palabra es no dándola. «¡Déjenme gobernar!», proclama con ínfulas de gobernanta,
sin reparar en que es condición sine qua non ganarse la confianza de la mayoría
de unos diputados que la perciben por persona de no fiar. Todas las cautelas
resultan insuficientes.
Acorde con la popular
fábula, el escorpión que picó con su aguijón mortal a la rana de IU, tras
pedirle que le ayudara a vadear el río Guadalquivir y alcanzar la orilla de San
Telmo, al perder las elecciones autonómicas de 2012, no
puede pretender que las otras congéneres acudan a su rescate sin escarmentar en
cabeza ajena. «¿Cómo has podido hacer
algo así?», croaba doliente la moribunda rana, al igual que lo coreó el martes en la Cámara el coordinador
de IU, Antonio Maíllo. Díaz justificaría para sus adentros: «No he tenido elección, es mi naturaleza».
Por instinto de supervivencia,
el resto de ranas se alejan de arácnido tan mortífero que ni guarda palabra ni perdona vicio. No puede dejar de
ser quien es ni actuar de otro modo a como siempre hizo. Pero, como
el escorpión, Díaz no sólo daña al prójimo, sino que se perjudica ella.
Por eso, en medio del
río, reclama socorro.
Pudiendo completar su mayoría a derecha e izquierda, todos
sin excepción le han dado la espalda. Codicia ser presidenta por aquel artículo 42 por el que el
antojadizo rey del País de las Maravillas hacía su santa voluntad. Más que investirse, persigue
revestirse «dominus ab legibus solutus», esto es, sin sujeción. En suma, proclamarse
presidenta por el «artículo 42». Endosa su incompetencia a los demás y convierte cualquier
denuncia a su iniquidad en agresión a los andaluces.
No parece que su error de cálculo electoral lo engrose con
nuevos comicios por no avenirse con socio alguno. Al fin y al cabo, un
fracasado es quien comete una equivocación sin transformarla en experiencia.
Pero, en esta valleinclanesca Corte de los milagros, en el que
cualquier disparate halla cobijo, hay que prepararse para un conmovedor
culebrón tal que Belén Esteban. Sin desdeñar una falsa renuncia
como la de González en el XXVIII Congreso del PSOE para que se implore su vuelta y
retorne sentando sus reales.
De momento, el ínclito presidente
del Parlamento, Juan Pablo Durán, un
dechado de virtud, a tono con los nuevos tiempos, ha convocado, sin reunir a la Mesa, un tercer pleno de investidura para
este jueves trampeando con que se prorroga el del viernes. De ser así, ¿de cuándo acá se puede votar dos veces un mismo punto del orden del
día? Hecha la ley, hecha la trampa. Entretanto, la bisoña
oposición parece encontrarse en Babia y no se planta ante la suma de atropellos
perpetrados desde el primer día de esta embarazosa legislatura.
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