lunes, 25 de mayo de 2015

Máxima difusión. Alaya o la soledad en el laberinto;¿Hasta donde llegan los tentáculos del Régimen??? = ¿Que esta ocurriendo?: dejar en manos inexpertas de una magistrada que lo ignora todo del gatuperio y lleva 19 años como juez de familia, lejos de cualquier instrucción penal. supone una negligencia.... se actúa de forma tan irresponsable que raya lo delictivo, ... no dejar que Alaya acabe la instrucción de los ERE ...... ¿que todo vaya al garete y que los principales encartados se marchen de rositas ?

Maniobra para apartar a Alaya.....


  • Al no dejar que Alaya acabe la instrucción de los ERE, se arriesga que los principales encartados se vayan de rositas
  • Con la daga emponzoñada de pájaros de cuenta, las altas instancias de la Justicia pueden apuñalar a Alaya



¿ Una magistrada que ha cometido el crimen mayúsculo de creer en la Justicia ?




Justicia simulada....Un camino sin retorno...





Alaya o la soledad en el laberinto



  • Al no dejar que Alaya acabe la instrucción de los ERE, se arriesga que los principales encartados se vayan de rositas
  • Con la daga emponzoñada de pájaros de cuenta, las altas instancias de la Justicia pueden apuñalar a Alaya


El laberinto de la soledad, donde Octavio Paz retrata la idiosincrasia mexicana, el premio Nobel penetra en «la verdad de nosotros mismos» con la llave maestra de la «soledad». Igual resorte ha manejado la juez Alaya para adentrarse como Ariadna en el dédalo de podredumbres, cuya instrucción de los más de mil millones descarriados para municionar el clientelismo del Régimen andaluz atiborra una cuerda de imputados guiada por dos expresidentes. Marginada entre sus colegas y sufriendo el ostracismo en su propia comunidad, Alaya ha preservado una independencia judicial que genera incomodidad y preterición hasta demostrar que, como blasona aquel «caballero sin espada» protagonista de la película de Capra de ese título, «las causas perdidas son las únicas por las que merece la pena luchar».

Sin embargo, cuando ya ha devanado prácticamente las complejas tramas y urdimbres de los ERE, cursos de formación y avales de la Junta a empresas, la instructora de estas macrocausas está a punto de perder el control del proceso, al desatenderse su petición de seguir en comisión de servicio hasta culminar las diligencias. De no remediarse, y la última resolución del Consejo General del Poder Judicial parece refrendarlo irremisiblemente, esta madeja se fiaría a las manos inexpertas de una magistrada, María Núñez Bolaños, que lo ignora todo del gatuperio y lleva 19 años como juez de familia, lejos de cualquier instrucción penal. Ello supone una negligencia como dejar un ovillo al alcance de un gato para que, usándolo como una pelota, despedece meses y más meses de trabajo ímprobo y mortificantes cefaleas.

Actuando de forma tan irresponsable que raya lo delictivo, al no dejar que Alaya acabe la instrucción de los ERE, se disparan exponencialmente los riesgos de que todo vaya al garete y de que los principales encartados se marchen de rositas. Luego, para desviar la atención sobre el desaguisado, culparán a Alaya del estropicio, lo que satisfará a muchos compañeros que dicen no tolerar su carácter áspero, cuando lo que les molesta es que no se haya atenido a esa práctica consuetudinaria de mirar para otro lado en lo que toca al partido andaluz por excelencia, y se dará carpetazo al expediente X del régimen. Si acaso, echaran el muerto a los sospechosos habituales, según la socorrida fórmula con la que la autoridad cubre delitos o tapa ineficiencias, o con la que el capitán Renault, renegando de su colaboracionismo nazi, cubre con su uniforme a Rick al abatir éste al Mayor Strasser para que, en la escena final de Casablanca, no evite la salida del vuelo en el que huyen Laszlo e Ilsa a Lisboa. Cuando sus policías llegan al lugar de autos, el capitán Renault les ordena: «El Mayor Strasser ha sido asesinado. Detengan a los sospechosos habituales».

Al no dejar que Alaya acabe la instrucción de los ERE, se arriesga que los principales encartados se vayan de rositas

En el tinglado meridional, en pro de la indemnidad de sus gerifaltes, los sospechosos habituales que carguen con el mochuelo serán los cuatro golfos de los que habló Chaves para escurrirse de un episodio sobre el que debiera haber pocas dudas de que obedece a un plan para perpetuarse en el poder. La bajeza contra Alaya querrán hacerla pasar por un accidente, pero resultará un atropello en toda regla.

Alcanzada esa estación término, el fiscal-consejero Llera, designado específicamente por Susana Díaz para monitorizar los sumarios que pusieron en fuga a sus antecesores, como González colocó a los jueces Garzón y Belloch en los años negros del felipismo, podrá decirle a la presidenta en funciones: «Misión cumplida». Es una estampa ya vivida, en efecto, cuando en agosto de 1995 Barbero renunció a instruir el caso Filesa tras una deleznable campaña que lo enterró en vida. Su sustituto Bacigalupo sólo sentó en el banquillo a 12 de los 50 imputados por Barbero y se condenaría a ocho, uno de los cuales, Josep María Sala, retornaría a dirigir el PSC tras su estancia en presidio.

Como las casualidades no existen, hay que atenerse al método de John Le Carré para distinguir la casualidad de la causalidad: «Una coincidencia puede ser casual, dos fundamentan la sospecha y tres la certifican». No es obra del azar que Alaya soportara, en primera instancia, las arremetidas de la Fiscalía para recusarla cuando el Amazonas de los ERE era un manantial (caso Mercasevilla), luego las descalificaciones personales ad nauseam de las autoridades socialistas, al tiempo que la Junta saboteaba la indagación y la incriminaba por transgredir la democracia, posteriormente los desaires de los presidentes del Tribunal Supremo y del TSJA, Gonzalo Moner y Lorenzo del Río, a pachas con el poder político, en vez de ampararla, y finalmente la aparición en escena de turbios personajes. Estos habituales de los juzgados por sus quiebras y estropicios acaban de presentar una querella contra Alaya para hacerla descarrilar, como si no se supiera quien mueve la cuna.

Con la daga emponzoñada de pájaros de cuenta, las altas instancias de la Justicia pueden apuñalar a Alaya

Ni poniéndose una venda en los ojos, se puede desligar de esa ofensiva contra Alaya la demanda de Luis Oliver, quien aparenta ser el hombre de paja del ex banquero Mario Conde y al que prestó servicio de seguridad al salir de la cárcel, cuya operación por adueñarse del Real Betis en julio de 2010 impidió la juez al entender que era una venta simulada de Ruiz de Lopera cuando se investigaba al mandamás verdiblanco. Llega puntual al TSJA. Justo en la hora en que cuatro exconsejeros han perdido el aforamiento y dos expresidentes pueden hacerlo, retornando a la jurisdicción de Alaya. La garduña del fútbol y de la política se da la mano para crucificarla. Por descontado que nadie debe gozar de bula, aunque fuera la quintaesencia de las virtudes de la Justicia, pero tampoco se debe comulgar con ruedas de molino de lo que tiene los visos de ser una burda orquestación para burlar la Justicia.

Extrañas componendas, pero no nuevas, desde luego, en un apurado PSOE que antaño se apoyó en Conde para destrozar a Aznar proclamándolo su particular doctor honoris causa, como antes protegió el aventurerismo de Gil para debilitar el flanco derecho del PP. Ambos egos se crecieron y, ante la imposibilidad de devolverlos a la botella, terminaron entre rejas. Al cabo de los años, el PSOE no le hace ascos a recurrir a un sosia del ex banquero para destrozar a la juez y que el fraude millonario de los ERE sea la tumba de una magistrada que ha cometido el crimen mayúsculo de creer en la Justicia. Con la daga emponzoñada de estos pájaros de cuenta, las altas instancias de la Justicia, en justo pago a quienes los encaramaron, pueden apuñalar a Alaya ajustando su fechoría a Derecho.

Su conducta está en los antípodas de aquel juez que, en época de un nieto de Abderramán, Al-Hakam I, se plantó ante la presión real para que dictara sentencia a favor de un protegido. Tras alegar que los demandantes habían probado su derecho, el monarca le sugirió que se inhibiera y que él juzgaría. Pero dictó sentencia y notificó al soberano que, habiendo resuelto en justicia, el emir podría anularla por «otros motivos». Al-Hakam aprendió la lección y acató lo resuelto por quien sostenía que «no puede haber cumplida justicia para el pueblo si no se somete a ella el poderoso». Viendo cómo no se libra el omnipotente, la gentese fiará de una dama que, ciega de un ojo, no debiera tener oídos tan prestos a los requiebros del poder.

Décadas de impunidad han institucionalizado la corrupción de tal modo que no cabe combatirla con compungidos golpes de pecho de folklórica, fatuas llamadas a la regeneración o inútiles oficinas de autovigilancia para engrosar la clientela, sino mediante mecanismos de transparencia ajenos a la codicia de los partidos y de los tribunales. Parafraseando a Octavio Paz en su ensayo Polvos de aquellos lodos, los andaluces se han visto envueltos en una malla de mentiras, falsedades, engaños y perjurios tal que la autonomía ha perdido, no ya su virginidad original, sino su propia alma, en cuya búsqueda resalta la soledad de Alaya en el laberinto.


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