Maniobra para apartar a Alaya.....
- Al no dejar que Alaya acabe la instrucción de los ERE, se arriesga que los principales encartados se vayan de rositas
- Con la daga emponzoñada de pájaros de cuenta, las altas instancias de la Justicia pueden apuñalar a Alaya
¿ Una magistrada que ha cometido el crimen mayúsculo de creer en la Justicia ?
Justicia simulada....Un camino sin retorno...
Alaya o la soledad
en el laberinto
- Al no dejar que Alaya acabe la instrucción de los ERE, se arriesga que los principales encartados se vayan de rositas
- Con la daga emponzoñada de pájaros de cuenta, las altas instancias de la Justicia pueden apuñalar a Alaya
El laberinto de la soledad, donde Octavio Paz retrata la
idiosincrasia mexicana, el premio Nobel penetra en «la verdad de nosotros
mismos» con la llave maestra de la «soledad». Igual resorte ha manejado la juez Alaya para adentrarse como
Ariadna en el dédalo de podredumbres, cuya
instrucción de los más de mil millones descarriados para municionar el
clientelismo del Régimen andaluz atiborra una cuerda de imputados guiada por
dos expresidentes. Marginada entre sus colegas y sufriendo el ostracismo en su propia
comunidad, Alaya ha preservado una
independencia judicial que genera incomodidad y preterición hasta demostrar que, como blasona aquel «caballero sin
espada» protagonista de la película de Capra de ese título, «las causas perdidas son las únicas por las que merece la
pena luchar».
Sin embargo, cuando ya ha devanado
prácticamente las complejas tramas y urdimbres de los ERE, cursos de formación
y avales de la Junta a empresas, la instructora
de estas macrocausas está a punto de perder el control del proceso, al
desatenderse su petición de seguir en comisión de servicio hasta culminar las
diligencias. De no remediarse, y la última
resolución del Consejo General del Poder Judicial parece refrendarlo
irremisiblemente, esta madeja se fiaría a las manos inexpertas de una magistrada, María Núñez Bolaños, que lo
ignora todo del gatuperio y lleva 19 años como juez de familia, lejos de
cualquier instrucción penal. Ello supone una
negligencia como
dejar un ovillo al alcance de un gato para que, usándolo como una pelota,
despedece meses y más meses de trabajo ímprobo y mortificantes cefaleas.
Actuando de forma tan irresponsable que raya lo delictivo, al no dejar que Alaya acabe la instrucción
de los ERE, se disparan exponencialmente los riesgos de que todo vaya al garete
y de que los principales encartados se marchen de rositas. Luego, para desviar la atención sobre el desaguisado, culparán a Alaya del estropicio,
lo que satisfará a muchos compañeros que dicen no
tolerar su carácter áspero, cuando lo que les molesta es que no se haya atenido a esa
práctica consuetudinaria de mirar para otro lado en lo que toca al partido
andaluz por excelencia, y se dará
carpetazo al expediente X del régimen. Si acaso,
echaran el muerto a los sospechosos habituales, según la socorrida fórmula con la que la
autoridad cubre delitos o tapa ineficiencias, o
con la que el capitán Renault, renegando de su colaboracionismo nazi, cubre con
su uniforme a Rick al abatir éste al Mayor Strasser para que, en la escena
final de Casablanca, no evite la salida del vuelo en el que huyen Laszlo e Ilsa
a Lisboa. Cuando sus policías llegan al lugar de autos, el capitán Renault les
ordena: «El Mayor Strasser ha sido asesinado.
Detengan a los sospechosos habituales».
Al no dejar que Alaya acabe la instrucción
de los ERE, se arriesga que los principales encartados se vayan de rositas
En el tinglado meridional, en
pro de la indemnidad de sus gerifaltes, los sospechosos habituales que carguen
con el mochuelo serán los cuatro golfos de los que habló Chaves para escurrirse de un episodio sobre el
que debiera haber pocas dudas de que obedece a un plan para perpetuarse en el
poder. La
bajeza contra Alaya querrán hacerla pasar por un accidente, pero resultará un
atropello en toda regla.
Alcanzada esa estación término, el fiscal-consejero
Llera, designado específicamente por Susana Díaz para monitorizar los sumarios
que pusieron en fuga a sus antecesores, como González colocó a los jueces Garzón y Belloch
en los años negros del felipismo, podrá
decirle a la presidenta en funciones: «Misión cumplida». Es una estampa ya vivida, en efecto, cuando en agosto de 1995 Barbero
renunció a instruir el caso Filesa tras una deleznable campaña que lo enterró
en vida.
Su sustituto Bacigalupo sólo sentó en el banquillo
a 12 de los 50 imputados por Barbero y se condenaría a ocho, uno de los cuales,
Josep María Sala, retornaría a dirigir el PSC tras su estancia en presidio.
Como las casualidades no
existen, hay que atenerse al
método de John Le Carré para distinguir la casualidad de la causalidad: «Una coincidencia
puede ser casual, dos fundamentan la sospecha y tres la certifican».
No es obra del azar que Alaya soportara, en primera
instancia, las arremetidas de la Fiscalía para recusarla cuando el Amazonas de
los ERE era un manantial (caso Mercasevilla), luego las descalificaciones
personales ad nauseam de las autoridades socialistas, al tiempo que la Junta
saboteaba la indagación y la incriminaba por transgredir la democracia,
posteriormente los desaires de los presidentes del Tribunal Supremo y del TSJA,
Gonzalo Moner y Lorenzo del Río, a pachas con el poder político, en vez de
ampararla, y finalmente la aparición en escena de turbios personajes. Estos
habituales de los juzgados por sus quiebras y estropicios acaban de presentar
una querella contra Alaya para hacerla descarrilar, como si no se supiera quien
mueve la cuna.
Con la daga emponzoñada de pájaros de cuenta, las altas instancias de la
Justicia pueden apuñalar a Alaya
Ni poniéndose una venda en los ojos, se puede desligar de esa
ofensiva contra Alaya la demanda de Luis Oliver, quien aparenta ser el hombre de paja del ex banquero Mario
Conde y al que prestó servicio de seguridad al salir de la cárcel, cuya operación
por adueñarse del Real Betis en julio de 2010 impidió la juez al entender que
era una venta simulada de Ruiz de Lopera cuando se investigaba al mandamás
verdiblanco. Llega puntual al TSJA. Justo en la hora en que
cuatro exconsejeros han perdido el aforamiento y dos expresidentes pueden
hacerlo, retornando a la jurisdicción de Alaya.
La garduña del fútbol y
de la política se da la mano para crucificarla. Por descontado que nadie debe gozar de bula, aunque fuera la
quintaesencia de las virtudes de la Justicia, pero tampoco se debe comulgar con ruedas de molino de lo que tiene
los visos de ser una burda orquestación para burlar la Justicia.
Extrañas componendas, pero no nuevas, desde luego, en un
apurado PSOE que antaño se apoyó en Conde para destrozar a Aznar proclamándolo
su particular doctor honoris causa, como antes protegió el aventurerismo de Gil
para debilitar el flanco derecho del PP. Ambos egos se crecieron y, ante la
imposibilidad de devolverlos a la botella, terminaron entre rejas. Al cabo de
los años, el PSOE no le hace ascos a recurrir a un sosia del ex banquero para
destrozar a la juez y que el fraude millonario de los ERE sea la tumba de una
magistrada que ha cometido el crimen mayúsculo de creer en la Justicia. Con
la daga emponzoñada de estos pájaros de cuenta, las altas instancias de la
Justicia, en justo pago a quienes
los encaramaron, pueden apuñalar a Alaya ajustando su fechoría a Derecho.
Su conducta está en los antípodas de aquel juez que, en
época de un nieto de Abderramán, Al-Hakam I, se plantó ante la presión real para que dictara sentencia a
favor de un protegido. Tras alegar que
los demandantes habían probado su derecho, el monarca le sugirió que se
inhibiera y que él juzgaría. Pero dictó sentencia y notificó al soberano que,
habiendo resuelto en
justicia, el emir podría anularla por «otros motivos». Al-Hakam aprendió la lección y acató lo resuelto por quien
sostenía que «no puede haber cumplida justicia para el pueblo si no se somete a
ella el poderoso». Viendo cómo no se libra el omnipotente, la gentese fiará de
una dama que, ciega de un ojo, no debiera tener oídos tan prestos a los
requiebros del poder.
Décadas de impunidad
han institucionalizado la corrupción de tal modo que no cabe combatirla con compungidos golpes
de pecho de folklórica, fatuas llamadas a la regeneración o inútiles oficinas
de autovigilancia para engrosar la clientela, sino mediante mecanismos de
transparencia ajenos a la codicia de los partidos y de los tribunales. Parafraseando a Octavio Paz en su ensayo Polvos de
aquellos lodos, los
andaluces se han visto envueltos en una malla de mentiras, falsedades, engaños
y perjurios tal que la autonomía ha perdido, no ya su virginidad original, sino
su propia alma, en cuya búsqueda resalta la soledad de Alaya en el laberinto.
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