La reina de las marismas.... Sigue sin enterarse de
nada ....Quien no puede vivir sin el Gobierno no son los andaluces. Es Ella
Sucede simplemente que el régimen no quiere regenerarse. Ella no puede sacrificar a Chaves ni
llegar a un acuerdo con el PP en los ayuntamientos. El primer supuesto
provocaría la rebelión de la vieja guardia. El segundo, la ira de los
candidatos que se enfrentan a las urnas dentro de dos semanas. Díaz está atrapada en su propio
bucle. Nos dice que Andalucía no puede vivir sin
su gobierno. Quien no puede vivir sin gobierno no son los andaluces, que lo han hecho durante siglos. Es Ella. Si tan partidaria es de una segunda vuelta electoral no
veo motivo para no repetir las elecciones, pero no entre dos opciones, sino entre
todas las posibles. Lo escribió el bardo
de Stratford en Macbeth: «Si los hados quieren hacerme rey, lo harán sin que yo busque
la corona». Ella ha hecho lo contrario: exigir
al Parlamento una coronación manu militari, sin contraprestaciones. Como Ariadna,
ha tejido sola un laberinto de soberbia en cuyo centro está escrita, en mármol,
por supuesto, la célebre frase del Julio César shakespeareano: «La culpa,
Brutus, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos».
La investidura
máxima
Shakespeare escribió que en el juego de la vida somos
nosotros quienes jugamos la partida, pero el único encargado de barajar las
cartas es el destino. La Querida Presidenta lleva ya dos sonoros rechazos en la
versallesca sede parlamentaria después
de unas elecciones en las que -proclamaba- iba a gobernar sola. Ya lo dijimos entonces: el infierno son los otros. Sigue
sin enterarse de nada. La reina de las marismas, que
ambicionaba una coronación canónica, con vítores y salves, ya no sabe qué hacer para que
los demás se postren ante sus pies, rendidos ante su mirada. Lo ha intentado todo, menos hacer acto de contrición sincera
y firme propósito de enmienda con hechos tangibles. La arriesgada envolvente
para atraer a Cs a su terreno ha terminado frustrándose y sus interlocutores
han dado un volantazo para exigir la abstención del PP al mismo tiempo que
acusan a Moreno Bonilla de capitanear un frente político para boicotear a
Andalucía. Ya quisiera Bonilla tener semejante ascendiente.
La política regional se ha puesto de pronto
divertida: ver a
determinados editorialistas llamar irresponsables a las cuatro fuerzas
mayoritarias en la cámara es surrealista. Revela un problema no sólo
óptico, sino ontológico: no son cuatro
fuerzas políticas, es el Parlamento. En una democracia representativa,
sistema tan querido por
Ella, encarna a la soberanía popular. Quienes no votan a Díaz son los representantes electos de
los andaluces. En esta interminable historia de la investidura
máxima hay un elemento significativo que parece haber pasado desapercibido: la repentina negativa de los
socialistas a firmar el pacto anticorrupción de Cs si no logran antes la
coronación susánida. Se dijo que se
firmaría con el máximo boato institucional, pero el PSOE matiza ahora que, sin
investidura, niente. El episodio
demuestra el respeto que tiene la Querida Presidenta por los acuerdos. Está muy
cerca de la filosofía castrista: «Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución,
nada», dijo Fidel a los intelectuales cubanos. La variante peronista rociera
reza así: «Tras
investidura, todo; sin investidura, nada». Que
su compromiso contra la corrupción era retórico ya lo sabíamos. Pero que se
exponga con tal crudeza confirma cuál es su sentido de la lealtad. Menos que
cero.
Afortunadamente, los diputados no son almonteños excitados
un lunes de Pentecostés. El problema no es el Parlamento. Es la Querida
Presidenta, en quien ya no confían ni sus eunucos, que le guardan obediencia por interés, no por convencimiento.
En la actual situación política cualquier partido
buscaría un líder con un perfil de consenso. Díaz no lo ha tenido nunca. En la
república indígena no reina ninguna inestabilidad. Sucede simplemente que el régimen no quiere regenerarse.
Ella no puede sacrificar a Chaves ni llegar a un
acuerdo con el PP en los ayuntamientos. El primer supuesto provocaría la
rebelión de la vieja guardia. El segundo, la ira de los candidatos que se
enfrentan a las urnas dentro de dos semanas. Díaz está atrapada en su propio
bucle. Nos
dice que Andalucía no puede vivir sin su gobierno. Quien no puede vivir sin
gobierno no son los andaluces, que lo
han hecho durante siglos. Es Ella.
Si tan partidaria es de
una segunda vuelta electoral no veo motivo para no repetir las elecciones, pero
no entre dos opciones, sino entre todas las posibles. Lo escribió el bardo de Stratford en Macbeth: «Si los hados quieren
hacerme rey, lo harán sin que yo busque la corona». Ella ha hecho lo contrario: exigir al Parlamento una
coronación manu militari, sin contraprestaciones. Como Ariadna, ha tejido sola
un laberinto de soberbia en cuyo centro está escrita, en mármol, por supuesto,
la célebre frase del Julio César shakespeareano: «La culpa, Brutus, no es de
nuestras estrellas, sino de nosotros mismos».
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