lunes, 11 de mayo de 2015

La investidura máxima, por Carlos Mármol = Sucede simplemente que el régimen no quiere regenerarse.

La reina de las marismas.... Sigue sin enterarse de nada ....Quien no puede vivir sin el Gobierno no son los andaluces. Es Ella


Sucede simplemente que el régimen no quiere regenerarse. Ella no puede sacrificar a Chaves ni llegar a un acuerdo con el PP en los ayuntamientos. El primer supuesto provocaría la rebelión de la vieja guardia. El segundo, la ira de los candidatos que se enfrentan a las urnas dentro de dos semanas. Díaz está atrapada en su propio bucle. Nos dice que Andalucía no puede vivir sin su gobierno. Quien no puede vivir sin gobierno no son los andaluces, que lo han hecho durante siglos. Es Ella. Si tan partidaria es de una segunda vuelta electoral no veo motivo para no repetir las elecciones, pero no entre dos opciones, sino entre todas las posibles. Lo escribió el bardo de Stratford en Macbeth: «Si los hados quieren hacerme rey, lo harán sin que yo busque la corona». Ella ha hecho lo contrario: exigir al Parlamento una coronación manu militari, sin contraprestaciones. Como Ariadna, ha tejido sola un laberinto de soberbia en cuyo centro está escrita, en mármol, por supuesto, la célebre frase del Julio César shakespeareano: «La culpa, Brutus, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos».



La investidura máxima


Shakespeare escribió que en el juego de la vida somos nosotros quienes jugamos la partida, pero el único encargado de barajar las cartas es el destino. La Querida Presidenta lleva ya dos sonoros rechazos en la versallesca sede parlamentaria después de unas elecciones en las que -proclamaba- iba a gobernar sola. Ya lo dijimos entonces: el infierno son los otros. Sigue sin enterarse de nada. La reina de las marismas, que ambicionaba una coronación canónica, con vítores y salves, ya no sabe qué hacer para que los demás se postren ante sus pies, rendidos ante su mirada. Lo ha intentado todo, menos hacer acto de contrición sincera y firme propósito de enmienda con hechos tangibles. La arriesgada envolvente para atraer a Cs a su terreno ha terminado frustrándose y sus interlocutores han dado un volantazo para exigir la abstención del PP al mismo tiempo que acusan a Moreno Bonilla de capitanear un frente político para boicotear a Andalucía. Ya quisiera Bonilla tener semejante ascendiente.

La política regional se ha puesto de pronto divertida: ver a determinados editorialistas llamar irresponsables a las cuatro fuerzas mayoritarias en la cámara es surrealista. Revela un problema no sólo óptico, sino ontológico: no son cuatro fuerzas políticas, es el Parlamento. En una democracia representativa, sistema tan querido por Ella, encarna a la soberanía popular. Quienes no votan a Díaz son los representantes electos de los andaluces. En esta interminable historia de la investidura máxima hay un elemento significativo que parece haber pasado desapercibido: la repentina negativa de los socialistas a firmar el pacto anticorrupción de Cs si no logran antes la coronación susánida. Se dijo que se firmaría con el máximo boato institucional, pero el PSOE matiza ahora que, sin investidura, niente. El episodio demuestra el respeto que tiene la Querida Presidenta por los acuerdos. Está muy cerca de la filosofía castrista: «Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada», dijo Fidel a los intelectuales cubanos. La variante peronista rociera reza así: «Tras investidura, todo; sin investidura, nada». Que su compromiso contra la corrupción era retórico ya lo sabíamos. Pero que se exponga con tal crudeza confirma cuál es su sentido de la lealtad. Menos que cero.


Afortunadamente, los diputados no son almonteños excitados un lunes de Pentecostés. El problema no es el Parlamento. Es la Querida Presidenta, en quien ya no confían ni sus eunucos, que le guardan obediencia por interés, no por convencimiento. En la actual situación política cualquier partido buscaría un líder con un perfil de consenso. Díaz no lo ha tenido nunca. En la república indígena no reina ninguna inestabilidad. Sucede simplemente que el régimen no quiere regenerarse. Ella no puede sacrificar a Chaves ni llegar a un acuerdo con el PP en los ayuntamientos. El primer supuesto provocaría la rebelión de la vieja guardia. El segundo, la ira de los candidatos que se enfrentan a las urnas dentro de dos semanas. Díaz está atrapada en su propio bucle. Nos dice que Andalucía no puede vivir sin su gobierno. Quien no puede vivir sin gobierno no son los andaluces, que lo han hecho durante siglos. Es Ella. Si tan partidaria es de una segunda vuelta electoral no veo motivo para no repetir las elecciones, pero no entre dos opciones, sino entre todas las posibles. Lo escribió el bardo de Stratford en Macbeth: «Si los hados quieren hacerme rey, lo harán sin que yo busque la corona». Ella ha hecho lo contrario: exigir al Parlamento una coronación manu militari, sin contraprestaciones. Como Ariadna, ha tejido sola un laberinto de soberbia en cuyo centro está escrita, en mármol, por supuesto, la célebre frase del Julio César shakespeareano: «La culpa, Brutus, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos».

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