Albert Rivera, alejado
de la marisma política andaluza, estaría minusvalorando el daño que inflige a
su partido. Salvo que crea obtener con ello un beneficio futuro más amplio........ Perder Andalucía para ganar la Moncloa: una apuesta arriesgada.
Nomina política = miembro de la "casta"; ¿Todos locos por tocar el poder?
La
comedia de los errores por MANUEL ARIAS MALDONADO
Dice el tango que la distancia es el olvido, pero
políticamente hablando equivale más bien a un inevitable desconocimiento: de
los divinos detalles que marcan la diferencia allí donde más cuentan. Recuerdo
que, cuando vivía en Alemania, muchos colegas me hablaban entusiasmados del
Zapatero de la segunda legislatura, seducidos por el aspecto desenfadado del
ex-presidente. Si yo trataba de explicarles los claroscuros de su desempeño, se
aburrían y pasaban a otra cosa: aquello les quedaba demasiado lejos. Y algo
parecido se diría que pasa con la investidura del gobierno andaluz, ya que de
otro modo parece difícil de explicar la decisión adoptada por Ciudadanos de
apoyar a Susana Díaz a cambio de un compromiso genérico contra la corrupción.
Albert Rivera,
alejado de la marisma política andaluza, estaría minusvalorando el daño que
inflige a su partido. Salvo que crea obtener con ello un beneficio futuro más
amplio.
Vaya por delante que
uno de los rasgos más destacados del ser humano es su infinita capacidad para
darse razones que justifiquen el curso de acción previamente decidido. Es decir, que cuando queremos hacer
algo buscamos el discurso que sostenga nuestra decisión, ofreciéndolo a los
demás con la máxima convicción: ya se trate de comprar un piso o de alquilarlo. Por eso, la decisión de Ciudadanos
gustará a quienes deseen ver investida a Díaz y disgustará a quienes anhelen lo
contrario: unos esgrimirán la
estabilidad y otros la necesidad de hacer verdadera oposición. Pero, como no
estamos hablando de una decisión personal, sino de una acción política de alto
contenido simbólico, las razones de Ciudadanos valdrán tanto como su capacidad para
persuadir a sus votantes, andaluces y españoles, de que han hecho lo correcto.
No será fácil.
Recordemos que tanto Ciudadanos como Podemos han construido su discurso
a partir del marco que más favorable les resulta en un marco de desafección
ciudadana y fatiga bipartidista: la oposición entre la vieja y la nueva
política. Ellos quieren
representar una nueva forma de hacer las cosas frente a las fosilizadas maneras
de los dinosaurios de la política española, a cuyo tedioso argumentario oponen
el desenfado de una palabra fresca libre de prejuicios. Sucede que, cuando un partido emergente asume funciones de gobierno o
se ve enfrentado a un escenario postelectoral donde es forzoso tomar partido, su posición cambia radicalmente: las acciones empiezan a hablar más que las palabras.
En ese contexto, es difícil explicarse qué gana
Ciudadanos al pactar con Díaz. No me
parece convincente atribuir su decisión al deseo amateur de «tocar poder»: esta
partida se juega en el nivel nacional. Tampoco pueden creer que las nuevas
promesas de Díaz valen más que las anteriores. Más bien, creen que les
conviene.
Pero, ¿hay
mejor símbolo de los vicios atribuidos al bipartidismo que el gobierno
socialista andaluz? Es algo así como la gran ballena blanca del deterioro partitocrático, con
permiso de Valencia. Por eso mismo, a primera vista nada
sería más rentable para Ciudadanos que castigar al régimen andaluz: la nueva política
no pacta con la vieja. De hecho, el votante del PP fugado a Ciudadanos no va a
aceptar otra cosa. ¿Entonces? Su decisión
de apoyar la investidura de Díaz sólo puede responder, paradójicamente, a la
ambición de sus dirigentes nacionales. Andalucía representa para ellos la oportunidad de
aparecer como un partido verdaderamente centrista y transversal, al que pueden votar los desencantados de todas las
confesiones y no solamente quienes se ubican en el espectro ideológico del
centro-derecha. Desean acabar con la sensación pública de que sólo pueden
pactar con el PP, que a su vez puede ahuyentar a algunos votantes potenciales.
Perder
Andalucía para ganar la Moncloa: una apuesta arriesgada
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