Hablaron las urnas y toca conocer la verdadera capacidad de la clase política, la de los viejos y la de los emergentes. Porque, en una sociedad tan plural como la surgida del 24-M, o los partidos aprenden a soportar sus diferencias, como hicieron los políticos de la Transición, buscando puntos de encuentro, o cavarán su propia tumba porque este país tolera todo menos una confrontación estéril que arrastre a la sociedad en su conjunto al borde del precipicio.
Tres principios debieran
inspirar los posibles pactos:
1) La corrupción, sea
en beneficio propio o en prebendas para comprar voluntades, no
puede volver a ser impune entre
nosotros, y la clase política debe dejar de tener privilegios tales como el
aforamiento y el uso arbitrario del dinero público.
2) La eficacia en la gestión de los recursos públicos,
que son limitados, es la base del progreso. Un gobierno que dilapide alegremente el dinero de todos es
un gobierno que, antes o después, aboca a la sociedad que representa al
empobrecimiento.
3) Los pactos deben hacerse en positivo. Una componenda contra otros es un pacto negativo que tiene
su basamento en criterios deleznables que repelen a una sociedad madura donde,
detrás de cada voto, hay un ciudadano con plenitud de derechos cívicos.
Y una premonición: Si los intereses particulares prevalecen
sobre el interés general, la situación
política a la italiana que ahora se inicia terminará haciendo añorar al
vilipendiado bipartidismo, provocando reformas
electorales que eviten la ingobernabilidad de las instituciones. Así ocurrió en Francia, donde se impuso la segunda vuelta
para garantizar gobiernos estables; así está ocurriendo en Italia, donde se
aborda la reforma pertinente, y así ocurrirá en todos los sitios donde la sociedad quede
escarmentada de situaciones de inestabilidad política derivadas de un
fraccionamiento ingobernable provocado por los múltiples grupos políticos
concurrentes incapaces de garantizar el interés general.
Segunda reflexión. ANTONIO GALA
ME GUSTA la política cuando da una lección: más que cuando provoca una elección. Se trata de una decisión no
tomada por ella, sino por el conjunto de los ciudadanos que, sin perseguirlo, se ponen de acuerdo para
rechazar a quien los ignora.
Ese es el secreto del
idioma político: son muchos los que lo hablan y lo entienden a la
perfección; es su propio idioma y lo entienden entre ellos solos y es la razón
de su victoria. Por ella lo harían todo: lo malo, lo bueno y lo inservible.
España entera, accesorios
incluidos, piensa así. A pesar de recibir lecciones tan claras como esta
última. Y no se explique todo por el hastío provocado a fuerza de
repetirse una actitud; no se trata de la busca de un cambio: el cambio
se ha provocado ya, se le ve si se tiene costumbre. En política los gestos se
repiten alternándose. Quizá la ciencia -si puede llamarse así- de la política
es una ciencia exacta, que nos sorprende en ocasiones (Inglaterra o España) porque
no conocemos sus
verdaderas reglas. Se basan en muy distintas apoyaturas: el hastío
moral, el temor al ridículo, el exceso de coste duradero, la resignación
exacerbada, las pequeñas pasiones, la confianza excesiva... Todo lo que hemos
visto, porque así ha sucedido, es una prueba. Los que ahora llegan, ¿aprenderán a comprenderlo?
Si es así, su permanencia será larga. Aun con un enemigo en casa.
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