martes, 12 de mayo de 2015

All that jazz por Manuel Arias Maldonado; se trata de seducir al espectador más que convencer al votante; por tanto el espectáculo está servido; ¿Y el nuevo tiempo era esto?; ahora las lamentaciones; ¡YO QUÉ SABÍA!» + Canalsu Andalucía imparable. Desconecta: "La investidura de la ciudadana Susana Díaz".

Convertida Andalucía en laboratorio de la nueva política, comprobamos que la alquimia electoral no opera los efectos esperados: el estiércol ideológico usado en campaña no se ha transmutado aún en oro institucional. Más bien, asistimos a un pobre espectáculo donde las amenazas y los insultos conviven con las frases vacías y los cálculos de interés, en la enésima demostración del principal problema del país: la prevalencia de los intereses tribales sobre el funcionamiento eficaz de la sociedad.

...... porque si algo empezamos a sospechar a la vista del sainete andaluz es que los defectos del bipartidismo no eran una consecuencia del bipartidismo, sino que obedecían a las mismas causas psicosociales que amenazan ahora con lastrar el parlamentarismo multipardidista. Seguimos, en fin, siendo los mismos; sólo que ahora somos más.

Desconecta, con canalsu andalucia imparable, gracias.

Sonrisa naranja; imprescindible. 



La investidura de la ciudadana Susana Díaz




Encuesta electoral para las municipales y elecciones generales. 

Ciudadanos tendrá un voto menos en las próximas elecciones si permiten que todo siga igual en Andalucía.
Entrevistados: 1 Margen de error: 0% 



¡YO QUÉ SABÍA!» Tal es el himno de quienes, so pretexto de actuar con las mejores intenciones, descubren que los resultados de sus decisiones distan de ser los esperados. Es lo que está pasando entre nosotros ahora que empezamos a sustituir el denostado bipartidismo por un escenario multipartidista llamado a terminar con las abominables mayorías absolutas para empujarnos hacia el hábito caballeroso del acuerdo entre antagonistas. Convertida Andalucía en laboratorio de la nueva política, comprobamos que la alquimia electoral no opera los efectos esperados: el estiércol ideológico usado en campaña no se ha transmutado aún en oro institucional. Más bien, asistimos a un pobre espectáculo donde las amenazas y los insultos conviven con las frases vacías y los cálculos de interés, en la enésima demostración del principal problema del país: la prevalencia de los intereses tribales sobre el funcionamiento eficaz de la sociedad.

Vaya por delante que no se trata de añorar el bipartidismo como tal; tampoco lo contrario. Lo cierto es que las mayorías sólidas presentan ventajas indudables para la gobernabilidad, pero también que los vicios de nuestros dos grandes partidos han terminado por arruinar su imagen entre los ciudadanos. A su vez, éstos se conducen como si no hubieran estado ahí; pero eso es otra historia. O no exactamente, porque si algo empezamos a sospechar a la vista del sainete andaluz es que los defectos del bipartidismo no eran una consecuencia del bipartidismo, sino que obedecían a las mismas causas psicosociales que amenazan ahora con lastrar el parlamentarismo multipardidista. Seguimos, en fin, siendo los mismos; sólo que ahora somos más.

Ahora bien, si hay una dimensión habitual de nuestra política que se está viendo intensificada con la emergencia de los nuevos partidos, es su espectacularización. No se trata de un efecto buscado, sino del resultado colateral de un escenario político donde se multiplican las negociaciones, los pactos y las traiciones entre un número mayor y más variado de agentes políticos, con las correspondientes declaraciones a los medios, los gestos explícitos e implícitos, las guerrillas simbólicas y los rumores en busca de confirmación: del drama intimista a la obra coral. Esta ceremonia de la confusión es retransmitida por los distintos canales de difusión y amplificación, donde es ampliamente glosada, no pocas veces a gritos, por los comentaristas oficiales de los medios tradicionales. Simultáneamente, las redes sociales proporcionan sin pausa su oficiosa apostilla.

Desgraciadamente, el laboratorio andaluz está demostrando también que la mayor importancia del diálogo no resulta en un lenguaje político más veraz ni sofisticado. Por el contrario, los líderes políticos privilegian un uso emocional del mismo que resulta tan pobre en conceptos como moralmente desviado: contemplen el modo en que Susana Díaz habla de «los andaluces» si tienen dudas al respecto. George Orwell sigue así teniendo razón: las palabras se vacían de significado para mejor ocultar las verdaderas intenciones del partido que las emplea. El tiempo nuevo era esto.

En este contexto, es previsible que la capacidad de los gobiernos para la acción política real se vea severamente disminuida, tal como el caso italiano ha demostrado desde la última posguerra mundial. La razón es que se emplea mucho más tiempo en forjar unos acuerdos frágiles, amenazados de continuo por el chantaje entre socios, que en el gobierno propiamente dicho. Por eso mismo, los partidos dedican cada vez más recursos a los conflictos simbólicos y menos a la acción gubernativa. Seducir al espectador más que convencer al votante: divisa de una política convertida en espectáculo. Para cambiar las cosas, bastaría seguramente con que dejáramos de mirar. Pero no lo hacemos.

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