- El fin de una época No exagerábamos ayer cuando editorializábamos en estas mismas líneas que estamos asistiendo al fin de una era. Antes al contrario, quizá nos quedamos cortos en la valoración de la trascendencia histórica del momento que vivimos. La imagen de Rodrigo Rato arrestado por la Policía quedará para siempre en la memoria colectiva de los españoles....... simboliza el punto de no retorno a partir del cual dejamos atrás una época y empezamos otra en la que todos los ciudadanos debemos implicarnos, bajo el liderazgo de las fuerzas políticas, en superar la frustración y el desengaño para construir un futuro en el que el ejercicio del poder se desarrolle sobre verdaderos cimientos morales bajo el control de la opinión pública.
- Cacicada de Díaz y cortina de humo de Zarrías: Andalucía sigue igual: A la misma hora en la que Gaspar Zarrías -el ex consejero de la Presidencia de la Junta de Andalucía al que recordarán en los años 90 votando orgulloso a cuatro manos en el Senado- declaraba como imputado ante el Supremo por su implicación en el fraude de los ERE, Susana Díaz imponía como presidente del parlamento a Juan Pablo Durán, condenado en la Audiencia Nacional por su actuación como consejero de Cajasur. Un síntoma de que en la comunidad gobernada por el PSOE desde hace más de 30 años la corrupción bien parece un motivo de ascenso político. La primera decisión de Díaz es un anticipo de lo que les espera a los andaluces en esta legislatura. Lejos de buscar el consenso, la líder socialista ha decido imponer a un dirigente destacado por su sectarismo político, como cuando afirmó que «la derecha sólo sabe matar».
http://www.elmundo.es/opinion/2015/04/17/5530189fe2704ef0128b456e.html
El fin de una
época
No exagerábamos ayer cuando editorializábamos en estas
mismas líneas que estamos asistiendo al fin de una era. Antes al contrario, quizá nos quedamos cortos en la
valoración de la trascendencia histórica del momento que vivimos. La imagen de Rodrigo Rato arrestado por la Policía quedará
para siempre en la memoria colectiva de los españoles. El preciso instante en el que un agente de Aduanas le sujeta
la cabeza para introducirlo en un coche, detenido por delito fiscal, blanqueo y
alzamiento de bienes, simboliza el punto de no retorno a partir del cual
dejamos atrás una época y empezamos otra en la que todos los ciudadanos debemos
implicarnos, bajo el liderazgo de las fuerzas políticas, en superar la
frustración y el desengaño para construir un futuro en el que el ejercicio del poder se
desarrolle sobre verdaderos cimientos morales bajo el control de la opinión
pública.
La noticia tiene
además relevancia planetaria porque Rato llegó a ocupar el tercer puesto en el
escalafón de facto de la jerarquía mundial como director gerente del FMI. En la
operación de limpieza va a tener que implicarse singularmente el PP. Habíamos
visto en los papeles de Bárcenas las entrañas del gran partido que vertebra el
centro sociológico español corroídas por la corrupción. Pero es el
comportamiento vergonzoso del ex vicepresidente lo que destruye los atributos
con los que seguía presentándose como una marca electoral atractiva para el
votante porque arruina el mejor patrimonio político que acumulaban esas siglas,
que son los ocho años de Gobierno de José María Aznar. Es natural la desolación
en el Ejecutivo de Mariano Rajoy.
Rato, que tanto se implicó como ministro en la batalla contra el
fraude fiscal,
había construido un entramado societario a medida que se cernía sobre él la
sombra de Bankia para poner a salvo sus bienes de la fianza que le impuso el
juez Fernando Andreu. La red tenía
ramificaciones en Gibraltar, lo que significa que Rato mintió, y en paraísos exóticos
como Swazilandia, lo que acredita la voluntad de ocultación. La trama movió 12
millones en divisas por Luxemburgo, Suiza, Irlanda y Holanda y en ella
participaban sus tres hijos, por si tanta impudicia no hubiese sido suficiente.
Si bien, como a cualquier
ciudadano, ha de aplicársele la presunción de inocencia, lo cierto es que ha sido él el único culpable de
dilapidar su imagen de político y gestor responsable. Su dimisión como director del FMI, sin alegar más razones
que las de carácter personal, no sólo afectó a su figura, sino que fue un
varapalo ante la comunidad internacional para la imagen de España, que tuvo que
dar explicaciones de la inesperada renuncia justo en el momento crítico en el
que se iniciaba la crisis económica. De regreso a nuestro país, Rato
protagonizó el mayor fiasco de nuestra reciente historia financiera, tanto con
la ruinosa salida a Bolsa de Bankia, que causó un perjuicio a miles de
inversores particulares e institucionales, como por su nefasta administración
de la caja, que provocó su rescate por unos 22.000 millones. Lo que delata la conciencia de
impunidad con la que actuaba es el gesto que tuvo la misma noche de su
destitución. A pesar de conocer su naturaleza
ilícita, pagó la cena en un restaurante con su tarjeta black. Los que le
conocen saben que una de sus pesadillas era la de acabar en prisión como su
padre, pero con su conducta parece que no ha hecho sino facilitarlo.
Con la denuncia que la Agencia
Tributaria puso ante la Fiscalía, el Gobierno ha iniciado el camino demandado
por la opinión pública para perseguir de forma implacable a quienes con su
actuación socavan nuestros principios de convivencia. La detención de Rato demuestra que son las instituciones del
Estado de Derecho las únicas capaces de impartir Justicia y que la solución no
es la demolición del orden constitucional, pero sí debe serlo su regeneración urgente.
http://www.elmundo.es/opinion/2015/04/17/5530189fe2704ef0128b456e.html
Cacicada de Díaz y cortina de humo de Zarrías: Andalucía
sigue igual
A la misma hora en la que Gaspar Zarrías -el ex
consejero de la Presidencia de la Junta de Andalucía al que recordarán en los
años 90 votando orgulloso a cuatro manos en el Senado- declaraba como imputado
ante el Supremo por su implicación en el fraude de los ERE, Susana Díaz imponía
como presidente del parlamento a Juan Pablo Durán, condenado en la Audiencia
Nacional por su actuación como consejero de Cajasur. Un síntoma de que
en la comunidad gobernada por el PSOE desde hace más de 30 años la corrupción
bien parece un motivo de ascenso político. La primera decisión de Díaz es un
anticipo de lo que les espera a los andaluces en esta legislatura. Lejos de
buscar el consenso, la líder socialista ha decido imponer a un dirigente
destacado por su sectarismo político, como cuando afirmó que «la derecha sólo
sabe matar».
Díaz, consciente de que le va a costar encontrar un socio
estable, sabe que el control de la Mesa del Parlamento es fundamental.
Recurriendo a una interpretación restrictiva del reglamento de la Cámara, el
reparto de puestos se hizo perjudicando la proporcionalidad de los escaños, de
tal forma que el PP (con 33) tendrá la misma representación que IU (con 5). Con
razón, el PP ha anunciado que recurrirá al TC porque, con esta cacicada, al
PSOE le bastará con el apoyo de un solo partido para decidir sobre cuestiones
clave. La maniobra augura una legislatura inestable en la que quienes apoyen a
Díaz en la investidura tendrán que medirlo bien para evitar convertirse en
cómplices de la corrupción.
La declaración de
Zarrías, más que contribuir a aclarar la trama que facilitó el expolio de
dinero público a través de los ERE falsos, sólo la complica. Tras la determinación mostrada por el interventor
de la Junta de desmontar la versión de Griñán y Chaves, que dijeron desconocer
los informes que advertían de las irregularidades, Zarrías se ha quitado de en
medio y ha puesto la pelota en el tejado de Griñán. Dijo ayer que él no tuvo
nunca capacidades de decisión y que lo que se resolvía en los consejillos que
él presidía venía avalado por el consejero de Economía y Hacienda, a la sazón
José Antonio Griñán, que les aseguraba que en el diseño de los ERE ya estaban
resueltas las objeciones que había puesto el interventor. Unas declaraciones
que pretenden aportar confusión a la investigación del Supremo y que son una
prueba más de que los líderes socialistas imputados no van a ponérselo fácil a
la Justicia. Susana Díaz no parece dispuesta a enseñarles el camino de salida.
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