Preferiría que los imputados fueran mangantes en grado superlativo, al
estilo Gürtel. El político
que manga por avaricia es muy distinto al político que, ideando tramas de
mangancia, no manga él mismo. El primero es una enfermedad pasajera del sistema;
el segundo,
una enfermedad crónica. El primero se desentiende de los
fines últimos de la política para aprovecharse de sus medios. El segundo, en cambio,
reinterpreta esos mismos fines y pergeña los medios adecuados para alcanzarlos. Los imputados no han
mangado porque no se trataba de mangar, sino de
hacer política, determinada política. Los imputados son, ante todo, ideólogos
atrapados en sus propios ideologemas. Es
evidente que Chaves o Griñán conocían el desbarajuste, pero lo interpretaron
como un mal necesario o un efecto secundario indeseado, problemillas que
podrían ser resueltos en su momento, andando el tiempo.
El desfile
JUAN ANTONIO
RODRÍGUEZ TOUS
Actualizado:
08/04/2015 08:57 horas
AYER COMENZARON a
procesionar hacia el Tribunal Supremo los imputados por el caso de los ERE
fraudulentos. El desfile comenzó con el otrora poderoso José Antonio
Viera, muy circunspecto en las fotos. Le seguirán Gaspar Zarrías, Mar Moreno y
nuestros dos últimos presidentes autonómicos. Se juzga su grado de implicación en una trama de desvío de
fondos públicos para beneficio de afines. Ninguno de los imputados, que se sepa, se lucró personalmente de ella. El
sofisticado mondongo era de naturaleza más política que latrocínica, es decir,
los mangantes mangaban como por efecto colateral. Muchos de los beneficiados, de hecho, nunca serán
imputados; son los prejubilados en virtud de la cosa misma, trabajadores que,
de no existir el invento, habrían sufrido las indescriptibles sevicias del
desempleo en edad tardía. Ser prejubilado con cincuenta y pocos años es como librarse
de la muerte laboral en vida. Parece evidente, sin embargo, que la trama no fue
ideada para salvarlos de una existencia zombi. Si hubiera sido éste el
propósito, los ideadores no habrían propiciado la trincancia indiscriminada de
los diversos comisionistas, ni tampoco habrían permitido la inclusión torticera
en los expedientes de prejubilados fantasmagóricos. Se habrían asegurado de que
las irregularidades en la concesión de ayudas fueran sólo de naturaleza
político-administrativa, no penal. Quizá las ayudas habrían sido objeto de
contenciosos, quizá los habrían ganado o quizá los habrían perdido. Ninguno de
los responsables estaría hoy desfilando ante el TS. Y habría, por supuesto, más
prejubilados felices de los que hay.
Preferiría que los imputados fueran mangantes en grado superlativo, al
estilo Gürtel. El político
que manga por avaricia es muy distinto al político que, ideando tramas de
mangancia, no manga él mismo. El primero es una enfermedad pasajera del sistema;
el segundo,
una enfermedad crónica. El primero se desentiende de los
fines últimos de la política para aprovecharse de sus medios. El segundo, en cambio,
reinterpreta esos mismos fines y pergeña los medios adecuados para alcanzarlos. Los imputados no han
mangado porque no se trataba de mangar, sino de
hacer política, determinada política. Los imputados son, ante todo, ideólogos
atrapados en sus propios ideologemas. Es
evidente que Chaves o Griñán conocían el desbarajuste, pero lo interpretaron
como un mal necesario o un efecto secundario indeseado, problemillas que
podrían ser resueltos en su momento, andando el tiempo.
Asistiendo a este happening político-judicial, cabe
preguntarse qué queda del PSOE andaluz originario, ese partido donde militaba
gente que provenía del mundo real, políticos que gastaban la suela de los
zapatos pateando la calle. Antes de convertirse en una especie de Leviatán
solipsista y aparatocrático, el PSOE fue
un partido ilustrado, más partidario de seducir a los ciudadanos que de
sobornarlos. Imagino a los
supervivientes de aquella época -hoy en el más completo ostracismo político-
avergonzados por el espectáculo: no hay mayor dolor que recordar los tiempos
felices en la miseria.
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