El PSOE ha vuelto a interpretar el Reglamento en su
beneficio para acaparar los puestos en la 'mesa' del Parlamento, que es el
órgano que regula el debate en la Cámara de representantes: el que decide qué
asuntos se debaten y cuáles no; el que filtra, por ejemplo, las peticiones de
comisión de investigación. No es una cuestión de sillones,
no. Son las reglas del juego parlamentario.
Los primeros (los del PP) han puesto el grito en el cielo. Los segundos (los de Podemos) han asistido como
testigos mudos al 'asalto'. Antes que
plantear un frente común con el Partido Popular, que sigue teniendo muy 'mala
prensa', han preferido plegarse a las condiciones impuestas por el Partido
Socialista, que actúa como un rodillo con y sin mayoría absoluta. Por su parte, Ciudadanos e IU se han conformado con
estar representados sin más.
Por tanto, no se trata de un
reparto de sillones, no, como ingenuamente decía Teresa Rodríguez. Se trata de
tener una cámara viva o no tenerla; de convertir el Parlamento en la
institución que marca la agenda o en que siga siendo una correa de transmisión
de los intereses del PSOE. Y ni Podemos ni Ciudadanos parecen haberse
enterado.
Susana Díaz ha conseguido, sin mayoría absoluta, seguir
teniendo la hegemonía del discurso político. Lo que
ha demostrado con su jugada es que los partidos emergentes no están dispuestos
(o preparados) para jugar el papel determinante que se les suponía en el debate. Negándose a participar en ningún tipo de frente o
negociación con el PP, contra el que tácitamente han vuelto a levantar un
'cordón sanitario', se convierten en
títeres al servicio de la sempiterna hegemonía socialista. Y, de paso, han
pisoteado sus propias 'lineas rojas'. No son sillones, no; es
la democracia.
A qué le llaman
pluralidad
El PSOE ha vuelto a interpretar el Reglamento en su
beneficio para acaparar los puestos en la 'mesa' del Parlamento, que es el órgano
que regula el debate en la Cámara de representantes: el que decide qué asuntos
se debaten y cuáles no; el que filtra, por ejemplo, las peticiones de comisión
de investigación. No es una cuestión de sillones,
no. Son las reglas del juego parlamentario.
Y el PSOE de Susana Díaz, la misma que asegura que no le van
los líos de partidos y de 'sillones', ha conseguido quedarse con tres puestos
en esa mesa, incluido el de la Presidencia (cuyo voto, en caso de empate, vale
por dos); mientras que el resto de los partidos de la Cámara se han quedado con
un único representante por grupo. 'Para mí 3; para los demás sólo 1', sea cual sea el apoyo
que hayan recibido en las elecciones andaluzas. Ésa es la cuenta que ha hecho
Susana Díaz en aras de una 'pluralildad' que ha manoseado para arrebatarle los
puestos que, en función de la aritmética parlamentaria, le hubieran
correspondido al PP y a Podemos.
Los primeros (los del PP) han puesto el grito en el cielo. Los segundos (los de Podemos) han asistido como
testigos mudos al 'asalto'. Antes que
plantear un frente común con el Partido Popular, que sigue teniendo muy 'mala
prensa', han preferido plegarse a las condiciones impuestas por el Partido
Socialista, que actúa como un rodillo con y sin mayoría absoluta. Por su parte,
Ciudadanos e IU se han conformado con estar representados sin más.
Pero, ¿a qué obliga la
'pluralidad' de la mesa? El Reglamento
del Parlamento (un churro a la vista de las lagunas y contradicciones que
contiene) establece que todos los grupos han de estar representados en la mesa
del Parlamento; pero dice también que la forma de repartir los miembros de la
mesa es a través de la elección directa,
y deja sin resolver de qué manera conjugar ambas premisas.
El PSOE ha
aprovechado esa incoherencia para imponer el criterio que más le beneficiaba y ha forzado un reparto claramente desproporcionado; de tal manera que los socialistas, con 47
diputados, tienen tres representantes y la posibilidad de un voto de calidad;
mientras que el PP, con 33 diputados, tan sólo tiene un representante,
exactamente la misma cifra que IU, con sólo 5 diputados.
¿Pierde el PP? Pues, sí. Pero, sobre todo, con este reparto, pierde
vigor un Parlamento que estaba llamado
a convertirse en el centro de la agenda política en una legislatura sin
mayorías absolutas. Susana Díaz ha
conseguido, de partida, amoldar el órgano de regulación de esa Cámara a su
conveniencia. No tiene la mayoría
absoluta en la mesa, pero le bastará con agenciarse el apoyo puntual de uno
sólo de los grupos de la oposición para llevar la batuta. Con un reparto
diferente (e igualmente plural) de la mesa, se hubiera visto abocada a negociar
a dos bandas.
Por tanto, no se trata de un
reparto de sillones, no, como ingenuamente decía Teresa Rodríguez. Se trata de
tener una cámara viva o no tenerla; de convertir el Parlamento en la
institución que marca la agenda o en que siga siendo una correa de transmisión
de los intereses del PSOE. Y ni Podemos ni Ciudadanos parecen haberse
enterado.
Susana Díaz ha conseguido, sin mayoría absoluta, seguir
teniendo la hegemonía del discurso político. Lo que
ha demostrado con su jugada es que los partidos emergentes no están dispuestos
(o preparados) para jugar el papel determinante que se les suponía en el debate. Negándose a participar en ningún tipo de frente o
negociación con el PP, contra el que tácitamente han vuelto a levantar un
'cordón sanitario', se convierten en
títeres al servicio de la sempiterna hegemonía socialista. Y, de paso, han
pisoteado sus propias 'lineas rojas'. No son sillones, no; es
la democracia.
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