viernes, 17 de abril de 2015

A qué le llaman pluralidad, por Teresa López Pavón. Los partidos emergentes ,“títeres” al servicio de la sempiterna hegemonía socialista, han pisoteado sus propias 'lineas rojas'; No son sillones, no; es la democracia.

El PSOE ha vuelto a interpretar el Reglamento en su beneficio para acaparar los puestos en la 'mesa' del Parlamento, que es el órgano que regula el debate en la Cámara de representantes: el que decide qué asuntos se debaten y cuáles no; el que filtra, por ejemplo, las peticiones de comisión de investigación. No es una cuestión de sillones, no. Son las reglas del juego parlamentario.



Los primeros (los del PP) han puesto el grito en el cielo. Los segundos (los de Podemos) han asistido como testigos mudos al 'asalto'. Antes que plantear un frente común con el Partido Popular, que sigue teniendo muy 'mala prensa', han preferido plegarse a las condiciones impuestas por el Partido Socialista, que actúa como un rodillo con y sin mayoría absoluta. Por su parte, Ciudadanos e IU se han conformado con estar representados sin más.


 


Por tanto, no se trata de un reparto de sillones, no, como ingenuamente decía Teresa Rodríguez. Se trata de tener una cámara viva o no tenerla; de convertir el Parlamento en la institución que marca la agenda o en que siga siendo una correa de transmisión de los intereses del PSOE. Y ni Podemos ni Ciudadanos parecen haberse enterado. 

Susana Díaz ha conseguido, sin mayoría absoluta, seguir teniendo la hegemonía del discurso político. Lo que ha demostrado con su jugada es que los partidos emergentes no están dispuestos (o preparados) para jugar el papel determinante que se les suponía en el debate. Negándose a participar en ningún tipo de frente o negociación con el PP, contra el que tácitamente han vuelto a levantar un 'cordón sanitario', se convierten en títeres al servicio de la sempiterna hegemonía socialista. Y, de paso, han pisoteado sus propias 'lineas rojas'. No son sillones, no; es la democracia.


 





A qué le llaman pluralidad

El PSOE ha vuelto a interpretar el Reglamento en su beneficio para acaparar los puestos en la 'mesa' del Parlamento, que es el órgano que regula el debate en la Cámara de representantes: el que decide qué asuntos se debaten y cuáles no; el que filtra, por ejemplo, las peticiones de comisión de investigación. No es una cuestión de sillones, no. Son las reglas del juego parlamentario.

Y el PSOE de Susana Díaz, la misma que asegura que no le van los líos de partidos y de 'sillones', ha conseguido quedarse con tres puestos en esa mesa, incluido el de la Presidencia (cuyo voto, en caso de empate, vale por dos); mientras que el resto de los partidos de la Cámara se han quedado con un único representante por grupo. 'Para mí 3; para los demás sólo 1', sea cual sea el apoyo que hayan recibido en las elecciones andaluzas. Ésa es la cuenta que ha hecho Susana Díaz en aras de una 'pluralildad' que ha manoseado para arrebatarle los puestos que, en función de la aritmética parlamentaria, le hubieran correspondido al PP y a Podemos.

Los primeros (los del PP) han puesto el grito en el cielo. Los segundos (los de Podemos) han asistido como testigos mudos al 'asalto'. Antes que plantear un frente común con el Partido Popular, que sigue teniendo muy 'mala prensa', han preferido plegarse a las condiciones impuestas por el Partido Socialista, que actúa como un rodillo con y sin mayoría absoluta. Por su parte, Ciudadanos e IU se han conformado con estar representados sin más.

Pero, ¿a qué obliga la 'pluralidad' de la mesa? El Reglamento del Parlamento (un churro a la vista de las lagunas y contradicciones que contiene) establece que todos los grupos han de estar representados en la mesa del Parlamento; pero dice también que la forma de repartir los miembros de la mesa es a través de la elección directa, y deja sin resolver de qué manera conjugar ambas premisas.

El PSOE ha aprovechado esa incoherencia para imponer el criterio que más le beneficiaba y ha forzado un reparto claramente desproporcionado; de tal manera que los socialistas, con 47 diputados, tienen tres representantes y la posibilidad de un voto de calidad; mientras que el PP, con 33 diputados, tan sólo tiene un representante, exactamente la misma cifra que IU, con sólo 5 diputados.

¿Pierde el PP? Pues, sí. Pero, sobre todo, con este reparto, pierde vigor un Parlamento que estaba llamado a convertirse en el centro de la agenda política en una legislatura sin mayorías absolutas. Susana Díaz ha conseguido, de partida, amoldar el órgano de regulación de esa Cámara a su conveniencia. No tiene la mayoría absoluta en la mesa, pero le bastará con agenciarse el apoyo puntual de uno sólo de los grupos de la oposición para llevar la batuta. Con un reparto diferente (e igualmente plural) de la mesa, se hubiera visto abocada a negociar a dos bandas.

Por tanto, no se trata de un reparto de sillones, no, como ingenuamente decía Teresa Rodríguez. Se trata de tener una cámara viva o no tenerla; de convertir el Parlamento en la institución que marca la agenda o en que siga siendo una correa de transmisión de los intereses del PSOE. Y ni Podemos ni Ciudadanos parecen haberse enterado. 


Susana Díaz ha conseguido, sin mayoría absoluta, seguir teniendo la hegemonía del discurso político. Lo que ha demostrado con su jugada es que los partidos emergentes no están dispuestos (o preparados) para jugar el papel determinante que se les suponía en el debate. Negándose a participar en ningún tipo de frente o negociación con el PP, contra el que tácitamente han vuelto a levantar un 'cordón sanitario', se convierten en títeres al servicio de la sempiterna hegemonía socialista. Y, de paso, han pisoteado sus propias 'lineas rojas'. No son sillones, no; es la democracia.

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