lunes, 23 de marzo de 2015

Vandalucía, por Sergio Calle LLorens. Recomendado .

La Realidad se impone.


No hay día que Andalucía deje de recordarle al mundo que juega a regional preferente. No hay jornada que no demuestre que es hija de Fernando VII y el “Vivan las caenas”. No hay hora en la que no evidencien que el andaluz no desciende del mono sino de la gallina. Y ahí están los resultados electorales para corroborarme.

 Hace tiempo que el pueblo sureño olvidó, si es que alguna vez lo supo, que en la vida no hay atajos posibles. Que todo tiene un precio y que el destino no hace visitas a domicilio. Lo andaluz es apostarpor aquellos que prometen el paraíso y soluciones de sueldos potentes para la cofradía del no te muevas nunca del sillón. Sin embargo, esperar que un partido político andaluz, cualquier partido político, vaya a resolver nuestros problemas es como solicitar una beca del altísimo. 

La autonomía andaluza, independientemente de lo que digan los libros de textos, es la historia de un fracaso. La crónica del triunfo de una mafia socialista que, al amparo de la carraca de la igualdad, roba a manos llenas sin que a nadie le importe en exceso. 

 Ante tanto descalabro regional, algunos apuestan por no participar en este sistema corrupto como si la turba no fuera la cantera que rellena las filas de la Junta ladrona. No votar me parece una temeridad. Votar corruptos supone, creo, un aporte de nutrientes a la tierra de la eterna chapuza. La solución, en cambio, podría venir con la supresión de la autonomía más inútil que parió madre. Cualquier cosa antes de tener que aguantar este tormento basado en el sueño del cretino de Blas Infante. 

 Recordemos que la finalidad de la autonomía era asegurar una mejor vida a sus ciudadanos. Al haber fallado estrepitosamente en el intento, no vale la penar pagar la contribución que alimenta este fracaso. Cualquier observador de la política empírica se daría cuenta de que Andalucía no puede funcionar jamás. Discutir este punto esencial es síntoma de rusticidad social y primitivismo. En definitiva, no es cuestión de buscar el mejor violonchelo del parlamento andaluz, sino encontrar al flautista de Hamelin que toque esa tonada mágica que aleje a esas gigantescas ratas de nuestros pueblos y ciudades.


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