sábado, 21 de marzo de 2015

La reflexión del voto y el día después, Luis Marín Sicilia. El pueblo, por supuesto, es libre, los ciudadanos eligen y las regiones progresan o se enquistan. Saber elegir moderación y tolerancia es su responsabilidad.

Decidamos lo que decidamos, somos responsables.




Terrminada la campaña electoral andaluza, cabe preguntarse si la misma ha motivado a ese 40% de indecisos del que hablaban las encuestas. El indeciso suele ser responsable, no sectario, y por ello habrá pensado detenidamente qué sentido dar a su voto, concluyendo, en términos positivos, que el mismo debe servir para mejorar la situación de esta tierra y relanzar sus opciones de futuro.

 Algunas conclusiones han podido extraerse de la campaña. Una y principal, el error estratégico de la candidata socialista que pretendió coger a sus adversarios con el pie cambiado y ha sido ella la que ha dado muestras de ser una líder insustancial producto de un marketing que ha quedado barrido en cuanto se ha confrontado públicamente con sus rivales. Gestos autoritarios adobados con viejos eslóganes vacíos de contenido han puesto de manifiesto el verdadero rostro de quien pretende apropiarse de la bandera andaluza, envolviéndose en ella y aspirando en exclusiva a confundirse con el pueblo con mensajes populistas impropios de una democracia avanzada. Vivir en un barrio, ser de extracción humilde y no haber estudiado en un colegio privado son situaciones tan comunes que, por sí mismas, no habilitan para presidir nada, y menos la primera comunidad autónoma española, si a ello no se añade capacidad de gestión, inteligencia y un talante abierto con capacidad negociadora. Gestos autoritarios y eslóganes vacíos, el rostro de quien pretende apropiarse de la bandera

Los partidos de la oposición, los viejos y los nuevos, han puesto el acento en la palabra cambio sin especificar claramente qué entiende cada uno por el mismo y olvidando que el verdadero cambio es aquel que involucre a los andaluces en el reto de abandonar la queja como norma de conducta y la subvención y el subsidio como mecanismo que la adormezca aceptando, por contra, las exigencias de un mundo globalizado y competitivo. Y, en este sentido, resultan desfasadas las insistencias de las dos formaciones filocomunistas, tanto la moderada de IU como la radical de Podemos, en profundizar en políticas reiteradamente fracasadas, según acreditan los países donde se han puesto en práctica. 

Los dos partidos con vocación bisagrista han debido definir con mayor claridad qué puerta pretenden abrir aquí y ahora. Porque jugar a la indefinición tiene el riesgo de no saber con quien se juega uno los cuartos. Tanto Ciudadanos como UPyD corren el riesgo de seguir la suerte del PA: salvar la cara al PSOE y quedarse tirados cuando no se les necesite. De eso también saben algo los de IU, aunque me malicio que estarían dispuestos a repetir el error. Ello no obsta para reconocer que el fenómeno Ciudadanos merece una doble lectura positiva: ha frenado el drenaje del voto indignado y cabreado hacia el radicalismo de Podemos y ha alumbrado el liderazgo de un joven catalán preparado y comprometido con la Constitución, lo que resulta alentador en un momento de triste tensión secesionista. 

 Los sondeos parecen vaticinar que el día después Andalucía entrará en un periodo de inestabilidad que hará difícil su gobernanza y perjudicará los intereses generales. Por ello, el ciudadano, en su reflexión, debe plantearse si realmente quiere un cambio o simplemente desea que todo siga igual aparentando que algo cambia. Solamente atisbo posibilidad de cambio real en la hipótesis de que se repitieran los resultados de hace tres años; es decir que el PP quedara por delante del PSOE, ya que dificultaría a éste formar gobierno salvo una serie de coaliciones que quitarían muchas caretas y supondrían el suicidio de sus protagonistas en las inminentes citas electorales. 

 La realidad andaluza es muy obstinada: después de recibir en 33 años de autonomía más de 80.000 millones de euros de los fondos europeos y otras ayudas de los fondos de solidaridad interregional, la tasa de paro es superior a la de los años ochenta, la población subsidiada supera a la población activa y Andalucía ocupa indefectiblemente la cola de las regiones europeas, pese a ser la comunidad con mayor presión fiscal. Por ello, una reflexión profunda debe llevarnos a cambiar a los actores de la gestión que hagan más útil y eficaz la herramienta política adecuada. Y, en contra de la mercancía averiada del falso progresismo, la gestión hasta ahora realizada ha sido típicamente conservadora y, de forma a veces tosca o vulgar, heredera del viejo caciquismo tan enquistado en nuestra tierra. De esa forma humillante de tratar a nuestra gente, aparentando gracejo y complicidad, no se sale con cataplasmas para mantenerse dependientes de quienes se consideran intérpretes legítimos y exclusivos del pueblo. 

 Garantizados los servicios básicos, gratuitos y universales como la sanidad y la educación, el cambio exige aceptar que la única política progresista pasa por valorar el esfuerzo personal y el mérito frente al igualitarismo empobrecedor, por defender sin ambages la libertad rechazando el pensamiento único, por ser beligerantes ante todas las formas de corrupción y por expresar contrariedad ante el intervencionismo omnipresente y la burocracia paralizante. Como dijo el presidente del Parlamento europeo Martin Schulz, «cuando alguien llega al Gobierno no puede dejar sus convicciones en la puerta, pero debe comportarse de manera adecuada. Si solo se dedica a imponer su ideología de partido no será apto para ejercer sus funciones». El pueblo, por supuesto, es libre, los ciudadanos eligen y las regiones progresan o se enquistan. Saber elegir moderación y tolerancia es su responsabilidad.






 Luis MarínSicilia es notario jubilado y fue vicepresidente del Parlamento de Andalucía con UCD

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