miércoles, 4 de marzo de 2015

LA OPINIÓN DE Ignacio Camacho De inexplicable nada, de lectura recomendada.

Subida físicamente en las tablas del mayor teatro andaluz y moralmente en la euforia de las encuestas, Susana Díaz dijo en su discurso institucional del 28 de febrero que los casos de corrupción registrados en Andalucía son «bochornosos e inexplicables». Y minimizables, cabría añadir, dado que sólo le merecieron tres palabras en trece folios. La primera no tiene vuelta de hoja, la segunda se trata de una conjunción y la tercera… no es cierta. Porque inexplicable es aquello que no se puede explicar y este asunto tiene una explicación muy sencilla. Clara como una lámpara, simple como un anillo, que decía Neruda. 

Verá, señora presidenta. Esos vergonzantes episodios han sucedido porque los suyos, o sea, el PSOE, hace mucho tiempo que han tomado la Junta por un predio de propiedad exclusiva y hereditaria. Porque en treinta y cinco años de mandato consecutivo se han identificado tanto con las instituciones que han acabado considerándolas privadas. Porque se acostumbraron a no dar cuentas a nada ni a nadie. Porque desde lo de Juan Guerra aprendieron que el tráfico de influencias, la prevaricación y el agio salían gratis. Porque el poder siempre corrompe y el poder absoluto, como escribió Lord Acton, corrompe absolutamente. 





Cuando un director general concede subvenciones escritas en un post-it; cuando un miembro del Gobierno se apunta él mismo a un ERE registrando como fecha de antigüedad laboral la de su propio nacimiento; cuando un solo exconsejero recibe la inmensa mayoría de las millonarias ayudas de formación; cuando los militantes del partido se prejubilan en empresas donde nunca han trabajado; cuando sus antecesores en la Presidencia otorgan el visto bueno a la creación de una partida presupuestaria discrecional y opaca; cuando los sindicatos reciben fondos perdidos contra facturas falsas; cuando pasa todo eso, señora Díaz, es porque han desaparecido los controles mínimos de una Administración honrada. Y eso es lo que ha pasado: que encaramados en el sentimiento de impunidad de una hegemonía eterna, los socialistas andaluces se saltaron casi todas las normas de supervisión y/o vigilancia de los dineros públicos. Y las pocas veces que las cumplieron, cachis, daban el mismo resultado y los contratos seguían beneficiando a personas y empresas afines al poder y a su entorno. La gente se ha corrompido porque se podía corromper; porque tenía la oportunidad, los contactos, los medios y las certezas. Porque el fraude no estaba en el sistema: era el sistema. 

La corrupción, respetada presidenta, ha sido en efecto bochornosa, incluso imperdonable, pero de inexplicable nada. Se explica muy bien a la luz de tres décadas largas de poder unívoco y autocomplaciente en el que las mayorías absolutas se confundían con mayorías absolutorias. Y lo peor es que tampoco ha sido inevitable, sino consentida, amparada y protegida, cuando no auspiciada.


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