- Tendrá que elegir entre el PP y Podemos si quiere pactar
El mañana es cosa del ayer
El Régimen PSOE-A + Podemos la extrema izquierda o su fantasmagoría ¿candidata a la Presidencia de Andalucía?
Así pues, no hay un lenguaje inteligible en la política actual y el que se usa o bien es grotescamente demagógico o está vacío de todo contenido.
La encuesta del CIS
El PSOE de Susana Díaz se queda a 11 escaños de la mayoría absoluta
Tendrá que elegir entre el PP y Podemos si quiere pactar
- El PP sufre un severo castigo y pierde 16 escaños
- IU se desploma y pasa de 12 a 4 ó 5 diputados
- Podemos irrumpe con fuerza y logra 21 o 22 escaños
- Ciudadanos consigue entrar en el Parlamento con 5 diputados
- Ni UPyD ni el Partido Andalucista logran representación
El PSOE de Susana Díaz ganaría las elecciones andaluzas y obtendría 44 escaños, pero se quedaría a 11 de la mayoría absoluta. La ansiada estabilidad de gobierno que ha llevado a la presidenta de la Junta a adelantar la cita electoral un año sólo sería posible mediante un pacto, para el que ya no sería suficiente el acuerdo con IU, que sufre un severo desplome y se queda con sólo 4 o 5 escaños frente a los 12 que tenía esta legislatura. Esto es lo que pronostica la encuesta preelectoral del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) dada a conocer este jueves.
El barómetro del CIS sobre las elecciones andaluzas vaticina también un importante castigo para el PP, que se queda con 34 diputados, frente a los 50 que tiene en la presente legislatura. El PSOE en cambio logra frenar la sangría perdiendo sólo 3 escaños.
El estudio, realizado entre el 30 de enero y el 17 de febrero a partir de 3.130 entrevistas, pronostica la irrupción con fuerza de Podemos, que conseguiría entre 21 y 22 escaños, y la entrada (más modesta) en la Cámara andaluza Ciudadanos, que obtendría cinco diputados.
Los pactos posibles
Con estos resultados, el PSOE estaría obligado a pactar con Ciudadanos si no quiere someterse a los vaivenes de un gobierno en minoría. También es aritméticamente posible, aunque mucho menos probable, un acuerdo con el PP, cuyo objetivo sería evitar poner el Ejecutivo andaluz en manos de Podemos
El mañana es cosa
del ayer
Martes, 03 Marzo
2015 13:07
Suscribimos el
artículo de Félix de Azúa:"Desde luego, es posible que no suceda tal cosa
y todo siga como siempre, ¡el nuestro es un país tan conservador por la derecha
y por la izquierda! Pero también pudiera ser que asistiéramos a uno de esos
inesperados cambios de régimen a los que estamos acostumbrados sin que ni
siquiera lo advirtamos. No
me refiero, por supuesto, a la emergencia de Podemos. La primera vez
que les vi en pantalla se cogían por los hombros y se balanceaban cantando una
canción de Lluis Llach que ya era cursi cuando triunfaba entre los colegiales
de hace 50 años. Un partido revolucionario que usa como música de fondo a la
Sarita Montiel del separatismo catalán no puede llegar muy lejos. Ganarán elecciones,
pueblos y presupuestos, pero no añadirán ni una sola idea al coro político
español. Fantasmagoría sin cerebro.
A lo que me refiero es a la
fatiga de los materiales lingüísticos. Fue Víctor
Klemperer en su fascinante La lengua del Tercer Reich (hay una selección en la
editorial Minúscula) quien dio cuenta de cómo se iba corrompiendo el lenguaje y hasta qué punto
las expresiones cotidianas ya no tenían ningún sentido a medida que los nazis
avanzaban sus posiciones. En aquel caso
un hecho sin precedentes, el ascenso de una fuerza política demente, estaba en la raíz de la transformación, algo que de un modo
más ligero y trivial se está produciendo en Cataluña. Pero no es preciso que
haya un suceso concreto detrás de esa fatiga lingüística, puede venir por el puro hastío. Y
ese es el caso, creo yo, de la España actual.
Si uno repasa la terminología
política se encuentra con grandes desiertos de sentido punteados por charcas de
chifladura. Muchos
políticos, sobre todo los amenazados por el desprestigio, el tribunal o la pura
desnudez cerebral, dicen constantemente que lo que hacen es “profundamente
democrático”, o bien sólo “democrático”. Nadie podría adivinar qué quiere decir
esa palabra en boca de un defraudador, un evasor de impuestos, un oportunista,
un cliente, un asambleario, un separatista o un político que jamás ha dado
muestras de conocer lo que exige la democracia a un cargo público.
Por otra parte, esos mismos políticos citan
constantemente metáforas y símiles futbolísticos para hacer comprensible lo que
ellos llaman “sus ideas”, sin percatarse de que el fútbol es hoy lo mismo que
durante el nacional-catolicismo, una espesa maraña de intereses que pinta de
purpurina la violencia étnica en algún caso, racista en otros y nacionalista en
casi todos. Así que cuando dicen, por ejemplo, que “queda mucho partido” antes
de las elecciones, están pavoneándose en el difuso fascismo blando que nos
atosiga.
El hastío se generaliza cuando
la izquierda no conoce otro lenguaje que la negación del de la derecha. Algunos elementos que tenían gracia, como
la lucha de clases, han desaparecido, lo que hace difícil de entender qué papel
juegan los “obreros”, si es que los hay, en los programas. Peor
aún, la extrema izquierda o su fantasmagoría, ya sólo sabe usar el lenguaje de la Iglesia para explicar
sus quimeras, las cuales consisten en acabar con quienes no superen el examen
de pureza de sangre (la casta), aplastar a los ricos (aunque aún no los
califican de lujuriosos y violadores) y llamar benditos a los hijos de Dios,
los santos inocentes, los pobres o como quiera llamárseles. Sentimentalismo
burgués pasado por la sacristía.
Durante la Revolución Francesa hubo un
tiempo en el que tuvieron un gran poder los puros, los moralistas. Se dedicaron
a matar, claro, pero también a destruir las obras del “lujo corruptor”, es
decir, iglesias, palacios, estatuas, cuadros o jardines, como los actuales
islamistas del EI. Un parlamentario que podría ser español, Babeuf, proponía la
supresión de toda educación ya que contribuía a incrementar las desigualdades.
Es decir, la diferencia entre tontos y listos. Esta encomiable pureza moral y
amor por una “vida sobria y sencilla” recuerda aquel sermón de Arnaldo Otegui
cuando decía que una vez separados de España, los jóvenes vascos en lugar de
estar delante de un ordenador corretearían por los montes y valles de la
patria. El lenguaje de esa izquierda española es puro catolicismo corrompido.
¿Qué demonios defiende la
izquierda oficial, por lo menos desde el punto de vista del lenguaje? ¿La
desaparición de los privilegios? No. Cataluña y el País Vasco tienen un estatuto superior.
¿La aplicación
implacable de la justicia? No. La Junta de Andalucía hace todo lo
posible por ocultar una Administración cleptómana que ha desvalijado a los
españoles durante décadas. ¿Un
programa educativo que ponga en manos del alumnado las herramientas eficaces de
la crítica intelectual? No. Sólo defienden la estructura parasitaria de los sindicatos y
la permanencia del analfabetismo estructural. Seguimos en el último lugar de toda encuesta sobre educación
en Europa.
¿Acaso un mayor reparto de la riqueza? Resulta
cansino repetir que fue el Gobierno de Zapatero, el peor dirigente que ha
soportado España desde Fernando VII, quien desató la furia depredadora de los
bancarios.
Así pues, no hay un lenguaje
inteligible en la política actual y el que se usa o bien es grotescamente
demagógico o está vacío de todo contenido. Para remediarlo es frecuente que los profesionales echen
mano del viejo lenguaje de la guerra fría (derecha e izquierda) o el de la
carnicería republicana (fascistas y rojos), como si un ciudadano de 1930 o la
sociedad de 1950 tuvieran el más mínimo rasgo en común con lo actual. En buena medida, el éxito televisivo de Podemos se debe a
que usan un lenguaje arcaico, simple y reaccionario que muchos entienden porque
es el viejo lenguaje religioso del Tercer Mundo (Chaves era el mejor ejemplo de caudillo episcopal) y buena
parte del país aún no se ha arrancado al tercermundismo.
El cambio de lenguaje supondría
en verdad la superación de nuestro último capítulo como frontera africana. Asimilar la enseñanza de las democracias
europeas debería pasar por la supresión de los restos tercermundistas
a lo
Marinaleda, una de cuyas secuaces se presenta por Podemos en Andalucía. Pero no somos los únicos en sufrir ese desgaste de
materiales, también están ahí los feudales del Partido Socialista Francés que
no puede admitir ni siquiera las propuestas de Valls. La izquierda debería
tomar distancia con estos restos de feudalismo sureño, como los separatistas de
la Liga Norte o los bocazas griegos. Y, en fin, aproximarse a aquellas
democracias en las que la demagogia ideológica no se impone sobre el análisis
crítico.
Todo lo cual es imposible mientras mantengamos a cientos de
cargos inútiles, miles de empleados de partidos obsoletos, 17 Estados de
juguete, una masa de aforados, un océano funcionarial cuyos sueldos son
superiores a los de los trabajadores y un sistema judicial del siglo XIX. De ahí que el
discurso mudo del poder sea, por ahora, todo lo que tenemos. Sin embargo, grande es el hastío. Y no hay nada tan peligroso como un
hincha del fútbol que se aburre."
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