jueves, 26 de marzo de 2015

De Gaspar Zarrías a Susana Díaz: Los pucherazos andaluces. Matacán por JAVIER CARABALLO. Andalucía, hacia un camino sin retorno......

Si no se hilvanan todos los casos de corrupción y los escándalos políticos en Andalucía, no es posible concluir que, en realidad, con otros tiempos y otros nombres, permanece aquello que los une



Hace tiempo que le perdí la pista; no sé qué habrá sido de él. Se llamaba Manuel Aguilar, sí, recuerdo muy bien su nombre. Y también la tarde que me llamó a la redacción del periódico:Quiero denunciarle que he votado 65 veces a favor de Almunia”. El escándalo que se formó a raíz de aquella llamada de teléfono, el ‘pucherazo’ de Jaén en las primarias del PSOE de Almunia contra Borrell, todavía se retiene como uno de los episodios más grotescos de la política española, pero nadie se acuerda ya de aquel hombre, Manuel Aguilar, que se atrevió a denunciarlo porque lo engañaron como a un bobo; porque le prometieron, le prometió Zarrías, que iba a darle un puesto de trabajo fijo en la Diputación de Jaén si metía votos en las urnas a favor de Almunia, y cuando pasó todo, se olvidaron de él. Por eso llamó por teléfono, porque se sentía burlado. Y lo único que consiguió es que, a partir de entonces, nunca más le dieran un puesto de trabajo. Ni una chapuza. Nada.

Oficialmente, el PSOE cerró el caso de un carpetazo: decidieron que Manuel Aguilar estaba loco. ¿Pero qué loco se levanta una mañana decidido a votar 65 veces a Joaquín Almunia? Nadie; los locos hacen otras cosas, pero no votar a Almunia 65 veces. Ese tipo de locura no existe. Lo que de verdad ocurrió en Jaén era sólo un detalle, una muestra reveladora, de cómo funciona el aparato del PSOE andaluz cuando se vuelca en un objetivo electoral, en este caso interno. En aquellas primeras elecciones para elegir al candidato socialista a la Moncloa, año de 1999, con Felipe González dimitido unos años antes, el aparato del partido en Andalucía apostó por el secretario general, Joaquín Almunia, para taponar el ascenso del aspirante, José Borrell. Había que ganar a toda costa, y en esa tarea era imprescindible contar con tipos como Manuel Aguilar, que pudieran garantizar que en las urnas sólo habría un ganador. En Jaén, como pude comprobar después, votaron los muertos, los emigrantes y los renegados que ya habían abandonado la militancia.

Uno a uno, iban confirmando aquella triste y burda historia de manipulación. “Mi padre murió hace años”; “No, no, mire, mi hermano se fue a trabajar a Suiza…” Pero ninguna llamada de confirmación impresionaba más que la de una mujer, Virtudes Parra, que aquel día del ‘pucherazo’ se sentó junto a Manuel Aguilar en la mesa de votaciones de las primarias de Jaén. “Yo le pido por favor –decía llorando–que no saque usted mi nombre en el periódico. Manuel Aguilar puede hacerlo, porque él es mayor, tiene hijos que le pueden ayudar, pero yo estoy sola. Con tres bocas que alimentar. Y si en la Diputación me quitan el trabajo de limpiadora, yo no sé qué voy a hacer…” Cuando estalló el escándalo, a Virtudes Parra la montaron en un coche del partido y la llevaron a Madrid a declarar ante la Comisión Federal de Garantías del PSOE. Allí aseguró que Manuel Aguilar estaba loco, que la amenazó, y que fue cosa de él meter papeletas a favor de Almunia. Caso cerrado. El denunciante fue expulsado y Gaspar Zarrías, exculpado.

Lo que ha ocurrido en Andalucía desde aquel año de 1999 hasta ahora es que, en distintos ámbitos, en las más variadas circunstancias, aquel episodio del pucherazo de Jaén ha vuelto a repetirse con el mismo vicio de siempre: el uso de las instituciones para conseguir un objetivo. Cuando, en el origen del caso Mercasevilla, un directivo les dice a unos empresarios que “la Junta tiene un esquema de funcionamiento muy simple: yo colaboro con quien colabora, lo que se está poniendo de relieve es la misma práctica, en ámbitos distintos, que cuando, hace unos días, una delegada de Empleo les decía a sus trabajadores, ante una campaña electoral: “Esto es así de simple: os jugáis seguir trabajando aquí o que cada uno se busque la vida como pueda”. Casi las mismas palabras y la misma flema a la hora de exponerlo. La delegada de Empleo habla ante sus trabajadores y les cuenta cómo funcionan las cosas en la Junta de Andalucía con la misma asombrosa normalidad con la que habla el directivo de Mercasevilla. “Esto es muy simple”, dicen los dos, y cuenta lo que tienen que hacer como si estuvieran explicando el funcionamiento de una hoja de cálculo.

 Esto es así de simple: os jugáis seguir trabajando aquí o que cada uno se busque la vida como pueda

¿Acaso no es lo mismo también que cuando la directora de una empresa pública, Invercaria, reúne a uno de sus funcionarios para explicarle que, si se compromete con la ética, no puede trabajar en la Junta de Andalucía? La delegada de los cursos de formación les exigió a los trabajadores públicos que se volcaran en la campaña electoral con insistencia, “como testigos de Jehová”, de la misma forma que Zarrías le pidió a Manuel Aguilar que votara todas las veces que pudiera por Almunia. Y a unos y a otros les prometieron lo mismo: un puesto de trabajo.

Tan tozuda es la coherencia de este ‘modus operandi’, presente en todos los casos, que en esta última redada del fraude en los fondos de formación han imputado a un tipo que ya fue detenido antes por otro escándalo de la Junta. Es Antonio Rivas, hombre fuerte en la provincia de Sevilla de José Antonio Viera, a su vez imputado en los ERE. Rivas fue procesado por el ya mencionado caso Mercasevilla, fue juzgado y condenado en primera y segunda instancia. Hasta que llegó al Supremo y lo absolvieron al considerar el Tribunal que las pruebas incriminatorias no eran lo bastante sólidas. Aun absuelto, lo que no cambia, de todas formas, es el escándalo político y este récord alcanzado, acaso nunca visto en la historia de la corrupción política española. Un tipo detenido dos veces por delitos similares. Eso, hasta ahora, solo se apreciaba en los carteristas.

Ayer, tras la nueva redada por los cursos de formación, las noticias hablaban así de la nueva presidenta andaluza: Horas después de las detenciones, la presidenta en funciones Susana Díaz apelaba a la ‘tranquilidad y la confianza de los andaluces en sus instituciones’, y subrayaba que en su Gobierno hay una ‘una sola vara de medir’, que es la que aplicará siempre al frente de la Presidencia de la Junta”. Si se pierde la perspectiva de todos estos años de hegemonía socialista en Andalucía, no es posible hacer un dibujo del conjunto. Si no se hilvanan todos los casos de corrupción y los escándalos políticos, no es posible concluir que, en realidad, con otros tiempos y otros nombres, permanece aquello que los une. De Gaspar Zarrías a Susana Díaz, lo único que cambia es el nombre que recibe cada pucherazo.






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