domingo, 30 de noviembre de 2014

A VUELTA DE PÁGINA La Junta, esa heredera universal.....No se puede disociar la crecida corrupción y el apremio de mayores impuestos hasta el extremo de que ya no hay caudales suficientes para tanto ladrones públicos..

  • Por su carácter confiscatorio, impuestos de ultratumba fuerzan a las familias a renunciar a las herencias 
  • Entre alzar los impuestos o las alfombras, se elevan los tributos para pagar la alfombra que tapa la corrupción 

Entre alzar los impuestos o las alfombras, se elevan los tributos para pagar la alfombra que tapa la corrupción el destino que se le da a cuantiosos fondos públicos y cómo estos se dilapidan en tropelías y corrupciones del tenor de las que anegan los diarios, entre alzar los impuestos o las alfombras, parafraseando el diálogo entre Groucho Marx y el ministro en Sopa de Ganso, se opta por elevar los tributos para pagar la alfombra bajo la cual se trata de ocultar la corrupción.


http://www.elmundo.es/andalucia/2014/11/30/547adcdf268e3ea9458b456d.html



A VUELTA DE PÁGINA

La Junta, esa heredera universal



ALLÁ POR 1789, en su célebre carta a Jean Baptiste Le Roy, Benjamin Franklin dejó escrito aquello de que, en este mundo, nada es seguro salvo la muerte y los impuestos. Aun así, el inventor del pararrayos no imaginaría -y mucho menos en un país que se forjó en una revuelta fiscal- que hubiera impuestos de ultratumba. Por su carácter confiscatorio, estos fuerzan a sus familiares a renunciar, en algunos casos, a sus herencias. Es lo que acaece en esta Andalucía que marcha en este terreno a la cabeza de España, al igual que se desboca el paro y se desborda la corrupción con sus ríos de lava. Tres males que van de la mano.

Por su carácter confiscatorio, impuestos de ultratumba fuerzan a las familias a renunciar a las herencias

Bien por la fuerte cuantía, bien por la falta de liquidez, algunos herederos repudian las mismas. La Junta de Andalucía se convierte en heredera universal de descendientes que carecen de posibles para tributar por unos inmuebles devaluados en precio a causa de la recesión y por los que -no se olvide- ya pecharon sus mayores, lo que redobla la injusticia. Hablando de impuestos de ultratumba, no cabe sacudirse de ella con el talento de Chateaubriand, el maestro de las letras francesas, quien cobró por anticipado sus Memorias de mi vida -cáusticamente rebautizadas de ultratumba- con el compromiso de que se publicarían póstumamente y por las que obtuvo una renta vitalicia. Si sus editores aguardaban su óbito para resarcirse y poner a la venta la epopeya de quien asistió al fin del Antiguo Régimen y de la Revolución, así como al naufragio de sus clases dirigentes, la Junta se apremia en comunicar su sablazo a la parentela del finado sin transmitirle siquiera el pésame.



En clara desventaja frente a otras comunidades, los andaluces del común ni siquiera pueden votar con los pies, esto es, desplazarse a otros lares en pos de cierta benignidad fiscal. Esa alternativa -esbozada por el economista Charles Tiebout- sólo queda al alcance de aquellos con posibles y que se estan domiciliando crecientemente en Madrid. Valga el caso de la duquesa de Alba. Por muy enamorada que estuviera de Sevilla, que lo estaba, hasta el punto de enterrar sus cenizas en la Capilla del Cristo de los Gitanos, Cayetana Fitz-James puesta en la tesitura de tributar un tipo del 36,5% en el gravamen de sucesiones como estipula la Junta de Andalucía o bonificarse hasta un 99% como determina la Comunidad de Madrid, siempre preferirá, como cualquier hijo de vecino, preservar la mayor parte de sus posesiones a sus seis hijos.

Es tal la descompensación que es lógico que la duquesa ni se planteara mudar su residencia fiscal desde el madrileño Palacio de Liria al sevillano Palacio de Dueñas, donde se afincaba gran parte del año. Algunos achacarán a la duquesa, en lo que hace a tributación, aquello de «mucho te quiero, perrito, pero pan poquito». Nadie en su sano juicio se deja atracar voluntariamente. La resolución fiscal adoptada en 2011 por quien tenía todas sus empresas domiciliadas en la capital de España evidencia el gran trampantojo de esos políticos a los que se les llena la boca predicando mayores gabelas para los más ricos y que luego, inapelablemente, aplican mayores gravámenes a los sufridos impositores de siempre, hechos a apoquinar sin rechistar. Descárgase así todo el peso sobre las vencidas espaldas de unas clases medias a las que se carga y se golpea como a las mulas de antaño.

Al ser las rentas del trabajo -los rehenes de nómina- las que disponen de menores probabilidades de eludir estas imposiciones -mucho más si han invertido sus ahorros en comprar de una o dos viviendas-, resultan un bocado apetecible para un Fisco que recauda más con menos esfuerzo. Esa facilidad de captura ha esquilmado el caladero de las clases medias sin menester adentrarse en aguas procelosas. Entre tanto, la izquierda -y esta legislatura el PP- hace populismo de baja estofa usando a los grandes patrimonios de mascarón de proa, cuando estos cuentan con puerto seguro en el que refugiarse, aguardando a la intemperie clases medias, cuyo vuelo alza el Estado del Bienestar. Algo que, parafraseando al clásico, no podrá negarse mientras la luna crezca y mengüe, y el sol sepa que ha de ponerse.

En paralelo, a esa mesocracia se le dificulta el acceso a determinados beneficios públicos en función de lo que declaran. Están claramente discriminados con respecto a los defraudadores que, al ocultar sus reales ingresos, se aprovechan de esos servicios a los que no cooperar en su sostén. Como decía el pícaro Guzmán de Alfarache: «Cada cual vive para sí, quien pilla, pilla, y sólo pagan los desdichados».

Quienes gozan del arte de vivir a costa de otros deben ser los que abordan -valga la ironía- a la presidenta de la Junta, Susana Díaz, diciéndole que no les importa pagar más impuestos, según aseveró en Madrid. Perplejidad produjo entre quienes no ignoran que preside la comunidad que, junto a Cataluña, padece la mayor imposición de España y pugna por estar en la cima europea. Esta expropiación del patrimonio familiar engorda la obesidad de una Administración paquidérmica que, al haberse hecho adicta al dinero fácil, agrava sus males a medida que se le allegan fondos por medio de estas lucrativas fuentes de recaudación. Debiera ponerse a dieta para ser más ágil y eficaz, evitando de paso el derroche y la corrupción.

No se puede disociar la crecida corrupción y el apremio de mayores impuestos hasta el extremo de que ya no hay caudales suficientes para tanto ladrones públicos. Hasta que llegó la juez Alaya y se puso a investigar la corrupción, ni los más avisados -ahítos de dar señales de alarma y roncos de predicar en el desierto- pudieron columbrar tal grado de putrefacción y... amor al marisco.



John M. Keynes, a quien tan mendazmente se cita desde la izquierda, ya especificó en 1933 que una tributación elevada lleva a la autodestrucción, por cuanto la reducción de la presión puede incrementar la recaudación. Por eso, en 2011, cuando la duquesa de Alba tributó el 1% por la donación a sus hijos, Madrid recaudó 354,5 millones en Sucesiones frente a los 326 de la Junta, pese a su menor población y su inferior tributación. La Junta imita al empresario en pérdidas que sube los precios acelerando su ruina. Como no hay otro dinero público que el del contribuyente, bien haría éste en no reclamar abandonarse a manos ociosas. Claro que «uno puede guiar el caballo al agua, pero no obligarle a beber».

Fatalmente, aquí rige el sofisma de que la fuerza de los gobiernos se cifra en el peso de los impuestos. Ello conduce a despellejar al atribulado contribuyente hasta después de muerto. Se olvida que el buen pastor esquila a sus ovejas, no las despelleja, como anota Suetonio en La vida de los doce Césares.

Tras lustros de abuso fiscal rayano en lo confiscatorio, debería explorarse la vía de parvos impuestos para auspiciar la riqueza. Un peral siempre da peras y milagroso sería que fructificara melones. Pero, en una Andalucía en la que no se debate sobre hechos reales, sino de sus caricaturas, lo obvio no se abre fácil paso en medio del ruido ensordecedor de un aparato de propaganda fuertemente artillado. Con ese imán al lado, no hay brújula que oriente la autonomía con más paro, impuestos y pobreza.

Si a esto se le añade el destino que se le da a cuantiosos fondos públicos y cómo estos se dilapidan en tropelías y corrupciones del tenor de las que anegan los diarios, entre alzar los impuestos o las alfombras, parafraseando el diálogo entre Groucho Marx y el ministro en Sopa de Ganso, se opta por elevar los tributos para pagar la alfombra bajo la cual se trata de ocultar la corrupción. Nunca tan pocos desataron una tormenta con tal aparato eléctrico como para que no proteja ni el pararrayos ingeniado por quien no en vano reducía todas sus certezas a la muerte y a los impuestos.

Entre alzar los impuestos o las alfombras, se elevan los tributos para pagar la alfombra que tapa la corrupción

francisco.rosell@elmundo.es

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