miércoles, 10 de septiembre de 2014

Hormiga Alaya. Recomendado; Profesionales y funcionarios como estos es lo que necesitamos...que cunda el ejemplo.

La juez Mercedes Alaya sigue imbatible trabajando contra el tiempo y contra el mundo.


La Fiscalía Anticorrupción se opone al recurso de la Junta contra la juez Alaya


Concretamente, lo que la juez sevillana pretende llevar a cabo no es otra cosa que una recreación de La cigarra y la hormiga en versión moderna y minimalista aunque con procedimiento maximalista (prusiano podríamos decir). Y con ese propósito va trabajando, diseccionando la carne podrida de esa res muerta que es el caso de los ERE, sacando a la luz sus despojos, llevándoselos al hormiguero de su juzgado y haciendo con ellos una pirámide alimenticia. Remontando el río de las enfermedades, desafiando los calendarios de la judicatura, arrimándolos más de lo conveniente a los de la política pura y desoyendo a colegas y pendolistas para escenificar el triunfo de la tenacidad y la laboriosidad callada frente a lo caduco y vano de todas aquellas cigarras que pasaron el largo verano del socialismo cantando las excelencias de la vida ociosa, lúdica y finalmente fraudulenta.




No deja de engrosar el elenco de las cigarras, de aquellos que, según esta hormiga reina, no hicieron otra cosa que saquear el hormiguero o simplemente permitir el saqueo, mirar para otro lado mientras las reservas comunes para el invierno eran devoradas por la codicia y el afán de los más facinerosos y sus cómplices necesarios.Gaspar Zarrías ha sido el penúltimo nombre que la juez Mercedes ha inscrito en esa nómina de la dejadez y el delito.....




Sonrisa naranja, tan necesaria.

VIÑETA;  Idígoras y Pachi (10-09-2014)
 


Hormiga Alaya
La juez Mercedes Alaya sigue imbatible trabajando contra el tiempo y contra el mundo. Pasan los inviernos, pasa el reloj loco de los veranos y pasan las estaciones intermedias y la juez Mercedes Alaya sigue paseando su trole, su vida en ruedas, sus papeles. Llueve, se quema el asfalto y la juez de porcelana sigue en su vitrina, pasando cada día por delante de la audicencia como pasan las bailarinas mecánicas, frágiles e imperturbables, irrompibles, por el raíl suave de su caja de música. A ella le ponen un redoble de flashes, una reverencia de silencios porque todavía no se conoce a ningún necio, ni siquiera a un enfermo de romanticismo barato, que le dirija la palabra a las muñecas autómatas esperando que la muñeca les responda de otro modo que con su contoneo mecánico. Dicen que tiene vida, que se casa y se recasa la juez Alaya con el mismo marido haciendo hincapié en su constancia. Incluso dicen que ríe y que tiene flaquezas humanas, pero todo eso lo preserva ella bajo la piel de loza, armadura adentro, porque las cosas terrenales tienen una garganta muy estrecha. El empeño principal de la juez es metafísico y lo que realmente anhela es construir una moraleja al estilo de La Fontaine o los fabulistas griegos.
Zarrías era el segador, el hombre que apagaba la luz cada noche en las sedes gubernamentales
Concretamente, lo que la juez sevillana pretende llevar a cabo no es otra cosa que una recreación de La cigarra y la hormiga en versión moderna y minimalista aunque con procedimiento maximalista (prusiano podríamos decir). Y con ese propósito va trabajando, diseccionando la carne podrida de esa res muerta que es el caso de los ERE, sacando a la luz sus despojos, llevándoselos al hormiguero de su juzgado y haciendo con ellos una pirámide alimenticia. Remontando el río de las enfermedades, desafiando los calendarios de la judicatura, arrimándolos más de lo conveniente a los de la política pura y desoyendo a colegas y pendolistas para escenificar el triunfo de la tenacidad y la laboriosidad callada frente a lo caduco y vano de todas aquellas cigarras que pasaron el largo verano del socialismo cantando las excelencias de la vida ociosa, lúdica y finalmente fraudulenta.
No deja de engrosar el elenco de las cigarras, de aquellos que, según esta hormiga reina, no hicieron otra cosa que saquear el hormiguero o simplemente permitir el saqueo, mirar para otro lado mientras las reservas comunes para el invierno eran devoradas por la codicia y el afán de los más facinerosos y sus cómplices necesarios. Gaspar Zarrías ha sido el penúltimo nombre que la juez Mercedes ha inscrito en esa nómina de la dejadez y el delito. Ya va siendo casi una vergüenza no figurar ahí, porque la ausencia parece ya un sinónimo de no haber sido nadie en el who is who de los últimos decenios andaluces. No haber tenido cartel, patente de cigarra, de éxito fulgurante y espumoso. Zarrías fue la mano derecha de Dios, el alma de las modernizaciones I y II (y ya no me acuerdo si hubo III, o amago de III), el adalid de las modernidades y de aquella Andalucía imparable que embarrancó de modo calamitoso. Gaspar Zarrías era el segador en la sombra, el que abría y cerraba las puertas, el hombre que apagaba la luz cada noche en las sedes gubernamentales. Discreto, férreo, con la insignificancia física de los grandes fontaneros de la política. El violinista sobre el tejado del poder que marcaba la partitura al coro de las cigarras. Ya tiene título de imputado en esta fábula con categoría de malversador y prevaricador. Indicios, migas, rastros orgánicos que la juez Mercedes Alaya carga sobre su esqueleto a la par que va recordando la moraleja, el verso desafiante que retaba a la cigarra a seguir bailando, ya abandonada por el calor del verano.

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