lunes, 16 de junio de 2014

La deserción de Susana Díaz.

TRAS REMOVER ROMA con Santiago, requerir la mediación de los santones y de embarcar a sus baronías, mientras daba campanadas para que hasta los sordos supieran que se postulaba, Susana Díaz, a la hora de zarpar, resolvió quedarse en tierra y despidió sonriente a la nave de los locos de un PSOE sin piloto que lo salve ni maestre que lo gobierne. Como en el estrambote del soneto de Cervantes al túmulo de Felipe II en Sevilla, una incontinente presidenta «caló el chapeo, requirió la espada,/ miró al soslayo, fuese, y no hubo nada».



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La deserción de Susana Díaz





TRAS REMOVER ROMA con Santiago, requerir la mediación de los santones y de embarcar a sus baronías, mientras daba campanadas para que hasta los sordos supieran que se postulaba, Susana Díaz, a la hora de zarpar, resolvió quedarse en tierra y despidió sonriente a la nave de los locos de un PSOE sin piloto que lo salve ni maestre que lo gobierne. Como en el estrambote del soneto de Cervantes al túmulo de Felipe II en Sevilla, una incontinente presidenta «caló el chapeo, requirió la espada,/ miró al soslayo, fuese, y no hubo nada». Plantando a quienes exigió pleitesía para ocupar el sitial del dimitido Rubalcaba, mira sólo por su interés, siguiendo su trayectoria de consumada apparátchik.
Tras la mascarada, disimula su escabullida guarneciéndose tras el burladero de un compromiso con Andalucía en el que no reparó hasta que se percató de que no entraría en Ferraz bajo palio. A verlas venir queda, como quedó Carme Chacón, poniendo el Atlántico de por medio, y ahora si la ven ni se acuerdan. Con tales martingalas, ha exteriorizado ser una frívola de cuidado, lo que no la hace digna de la secretaria general del PSOE. Al tiempo, ha menoscabado la Presidencia de la Junta al ponerla al servicio de su ambición con oportunismo ramplón. Si en las encrucijadas, hasta el alma más vana se cubre de gravedad y reflexiona sobre los efectos de sus actos, resulta deplorable el espectáculo de mujer tan principal, gobernante de la mayor autonomía y jerarca de la primera federación socialista, brincando, estirándose y dándose aires de estadista para caer en la ruin politiquería. Si no quería torear, ¿por qué se echó al ruedo para luego dejar el morlaco a los espontáneos?
En su surrealista desistimiento, evoca La última noche de Boris Grushenko, de Woody Allen, cuando el general ruso le espeta al soldado empujado a la guerra contra Napoleón: «¡Es usted un joven cobarde!», a lo que el interpelado replica: «No tan joven». Díaz tampoco es bisoña precisamente. Ahora bien, en contraste de aquel pacifista que acabó siendo un héroe, ella acudió voluntaria a suplir a Rubalcaba. Siguiendo las analogías cinéfilas, esta vez Salvar al soldado Ryan, los capitanes Miller socialistas, tras retratarse y burlarse de ellos, bufan contra esa falta de gallardía. Justo lo que el oficial del film de Spielberg reclama al rescatado Ryan: «James, hágase usted digno de esto. Merézcalo».
Por paradojas del destino, otro Pablo Iglesias ha sido quien le ha dado el tiro de gracia en la cabeza de Rubalcaba a unas centenarias siglas que fundara aquel al que debe su nombre. Ha dispuesto de las armas facilitadas por unas televisiones afectas al PSOE que creyeron encontrar en este agitador quien minara a IU y paliara el ocaso de los dioses socialistas. A los brujos visitadores de la Moncloa, según bautizó Cebrián a los amigos de Zapatero a los que dio televisiones y financió diarios, les ha explotado el tubo catódico de sus ensayos. Ahora el PSOE es un muerto viviente en el que los zombis se rifan los bienes en liquidación de un partido que se ufanaba de ser retrato exacto de España y que quizá, con los males que acechan a ésta, nunca lo fue tanto.
A los tres años de largarse Zapatero, el PSOE y España recogen los lodos de los polvos de su calamitoso proceder: un PSOE roto al que, desde luego, no reconoce ni la madre que lo parió, como dijo Guerra que ocurriría con la España que hallaron al alcanzar el poder en 1982, y una España abocada a referéndums separatistas auspiciados por aquellos a los que quiso contentar con su política de apaciguamiento. Con Zapatero, al PSOE le ha sucedido lo que a muchas organizaciones regidas por un personaje vano y superficial, pero iluminado en sus pretensiones y metódico en su actuar, que sólo se percatan del daño infinito que les ha inflingido, sobre todo si coincide con una época de vino y rosas, cuando los destrozos ya son irremediables.
Al no haber límite a todo lo que puede salir mal, atendiendo a la ley de Murphy, un PSOE cabeza de león se obstina en serlo de ratón organizando una parodia de casting televisivo que le reporte una réplica socialista de Pablo Iglesias, líder de la bolivariana Podemos y predictor de esa vieja nueva política que merece saludarse con aquello de «¿Qué hay de nuevo, viejo?». Se consuma también en España la profecía autocumplida de Ennio Flaiano, guionista de Fellini. Hace treinta años pronosticó que Italia no sería como la hicieran sus gobiernos, sino la televisión de Berlusconi. Así, el PSOE busca un candidato videns que, al decir de Giovanni Sartori, capte el voto de un animal ocular que sólo sabe lo que ve y que ve sin saber. Personifica el triunfo de la estupidez, merced a una televisión que prima la insensatez.
Con la guía del faro televisivo, el PSOE puede radicalizarse, olvidando la lección de historia que González aprendió de sus mayores, y perder su condición de partido de Gobierno. Sin esa centralidad, el PSOE será barítono de un frentepopulista coro de grillos pugnando por el share de la audiencia con extravagancias. De hecho, las Cortes y los parlamentos autonómicos son ya platós de excentricidades. Además, hará inviable el vigente sistema constitucional del que fue partero y que ahora sólo parece vindicar Alfonso Guerra. Tras echar a andar con cuatro ruedas (AP, UCD, PSOE y PCE) y discurrir los últimos veinte con dos proporcionadas, ahora se mueve sobre un biciclo con la delantera desmedida con la trasera. Con tal artilugio, propio de números circenses, ni se circula y menos aún el serpenteado itinerario que espera a Felipe VI.
En esta hora crítica, clama la frivolidad de quien no ha estado a la altura del reto y se ha recluido en la comodidad palaciega de San Telmo. Le ha faltado el coraje que tuvo la generación de Suresnes. Su abdicación coadyuva a que el PSOE sea una de esas empresas familiares que crea la primera hornada, consolida la segunda y dilapida la tercera para mantener su insostenible tren de vida. En vez de refundar el negocio, Díaz se repliega en la casa solariega que alzó aquel grupo pionero que cabía en uno de aquellos taxis sevillanos tintados de negro y cruzados por una banda amarilla. Ante esa estrechez de miras, el PSOE se reduce a un partido casi andaluz como aquel PSA de Rojas-Marcos y puede acabar siendo testimonial en España.
La aversión a las pérdidas hace que los partidos sean remisos a jugársela. Es pertinente recordar cómo el otrora presidente castellano-leonés, José María Aznar, supo tomar el mando nacional del PP cuando era otra nave de los locos. Afrontando su primera elección en una situación extrema, eludió su hundimiento, condujo el reflotamiento y supo alcanzar buen puerto. Pero la presidenta de la Junta, a lo que se ve, temía ser su reverso, esto es, Antonio Hernández Mancha, el Breve, que fue un visto y no visto.
Con su tocata y fuga, ha propagado a los cuatro vientos que el PSOE huele a muerto. Peor ha sido la insolvencia que ha exhibido y reedita su errática conducta en la crisis que desató a cuenta del realojo de los ocupas de la Corrala Utopía. En horas 24, dio marcha atrás a su imperativa orden de retirar las competencias de vivienda a su socio IU.
Ello puede acarrearle perder la camisa del modo descrito por el maestro Camba en el artículo que glosó las consecuencias del gesto de Clark Gable de quitarse la camisa en Sucedió una noche. Al no llevar camiseta debajo como era hábito, se desplomó la venta de esta prenda, cerraron fábricas y creció el paro, lo que aminoró el beneficio de los cineastas. Si Camba no atinaba a discernir como gente tan cautelosa no lo previno, tampoco se alcanza como Díaz no advierte que su estampida apaga su estrella y descascarilla la purpurina de mujer de Estado que coloreó en sus citas en la Zarzuela y en sus conciliábulos con los dueños del IBEX. Sembrando más dudas que despeja, irradia la certeza del maestro Paula, tan impredecible en su genio como previsible en sus espantás, cuando apalabraba un contrato taurino.
francisco.rosell@elmundo.es

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